Si bien es temerario augurar el destino del gobierno de
Alberto Fernández de cara al 2023 asumiré el riesgo de afirmar que éste depende
de tres cosas: un rebote, una postergación y un ego.
El rebote, naturalmente, es el económico y está sucediendo.
En todo caso la pregunta es hasta cuándo continuará. Por lo pronto, este año el
crecimiento estará por encima de los indicadores más optimistas y se recuperará
todo lo perdido en 2020 por la pandemia. Es más, ya son varios los sectores que
están por encima de los números de 2019. Aunque las previsiones para el año que
viene son más austeras no hay nadie que imagine un crecimiento por debajo del
2,5% si es que el diablo, claro está, en forma de pandemia, no mete la cola.
Pero número más, número menos, Argentina crecería 2 años seguidos después de
una década. Es algo que el gobierno podría celebrar. Si eso se redistribuye, si
llega al bolsillo de la mayoría, si los ingresos en blanco y en negro le ganan
a una inflación que da miedo, eso será otra cosa. Pero crecimiento habrá.
La postergación es la que en estos momentos el gobierno
estaría negociando con el FMI. Se habla de un acuerdo o al menos un preacuerdo
antes de fin de año y se da por hecho que habría “años de gracia” para comenzar
a devolver el inédito préstamo otorgado por el organismo para blindar la
reelección de Macri. Como mínimo, se habla de comenzar a pagar en 2024 y
conocer el resultado de esa negociación es esencial para aventurar el futuro de
la economía argentina.
Lo que todos sabemos, igualmente, es que el organismo impondrá
condicionamientos que irán más o menos por los carriles de siempre más allá de
que desde hace algunos años se intente presentar al FMI como un organismo que
aprendió de sus errores. ¿Cómo hará el gobierno para achicar el déficit
quitando subsidios a servicios y transporte sin que ello se traslade a
inflación y genere un repudio generalizado de una población que le dio la
espalda en la última elección? Muchos dicen que en el mismo planteo que acabo
de hacer está la trampa. Es que si gastás mucho hay dos maneras de que te
cierren las cuentas: una es recortando pero la otra es ganando más. Las
opciones no son excluyentes y qué más quisiera uno que el gasto sea eficiente y
que la Argentina exporte más para que así puedan ingresar más divisas. Pero
aquí el gobierno enfrenta varios desafíos. En primer lugar, la incertidumbre de
la pandemia y el desequilibrio de las cuentas a nivel mundial que puede hacer
que el viento sea de cola o de frente. Por otro lado, sus propias
contradicciones expuestas en el loteo de ministerios los cuales, muchas veces,
tienen miradas en tensión respecto a qué modelo de país llevar adelante.
La tercera cuestión a tener en cuenta es el ego. ¿De quién?
Por lo pronto de Macri. ¿Ustedes se imaginan a Macri en mayo de 2023 grabando
un video diciendo “Le he pedido a Horacio Rodríguez Larreta que encabece…..”?
Yo tampoco. Por supuesto que se dirá que la situación no es equivalente y es
verdad porque hoy pareciera ser Horacio Rodríguez Larreta el elegido por el
establishment para ser el candidato opositor y si todo ese espacio lo aceptara
tiene buenas chances de ser el próximo presidente. Del mismo modo que el
poscristinismo giró hacia el centro en forma del pasteurizado Alberto, el
posmacrismo se encarnaría en una paloma llamada “Horacio”. ¿Pero va a aceptarlo
Macri? Romper la coalición opositora sería suicida pero hay buenas chances de
que el espacio de los “halcones”, aprovechando que la sociedad “huele a
espíritu libertario”, intente forzar una “Gran PASO”, máxime si en el gobierno
se cumple la promesa de aceptar dirimir las futuras candidaturas en elecciones
abiertas y no a través del dedo. En este escenario, aun si la actual oposición
obtuviera un increíble 50% de los votos en las PASO 2023, a Macri podría
alcanzarle con un 20% para ganar una interna contra Larreta y contra los
radicales que esta vez pueden llegar a los dos dígitos.
Pero si hablamos de ego, el de Alberto tampoco es menor. En
este sentido, descartada, entiendo, la posibilidad de una candidatura a
presidente de CFK, Alberto puede intentar ir por la reelección aun en un
escenario como éste. De hecho, hay quienes indican que Alberto ha hecho una
particular lectura de la última elección y que lejos de asumirse perdidoso
entendió que el gran derrotado fue el kirchnerismo duro y que es hora de darle
al gobierno el perfil que él busca. Si es ésta la interpretación que hace
Alberto y si las variables económicas no estallan por el aire, aun unos
mediocres dos años podrían darle al presidente el empujón para volver a
intentarlo prometiendo la llegada del famoso día 100 (una remake del “segundo
semestre”) para su próximo mandato. Agreguemos a esto la posibilidad de que él
aparezca como aquel capaz de sobrevolar la interna feroz que se avecina entre
massistas, kirchneristas, gobernadores, movimientos sociales, sindicatos,
intendentes, y que la única manera de que “la sangre no llegue al río” puede
que sea que las partes acuerden apoyar a quien ya habían decidido apoyar en
2019 y es, al fin de cuentas, el presidente. Un guiño a esta posibilidad de
continuidad la da el trascendido de que el gobierno le estaría pidiendo al FMI
bastante más que dos años de gracia de modo tal que el fuerte de los
vencimientos llegue después de 2027.
Entre el rebote, la postergación y el ego habrá un sinfín de
vicisitudes como las que nos tiene acostumbrado este país que cada diciembre
parece volver a coquetear con ese destino fatal al que osó asomarse con febril
mirada hace exactamente 20 años: el pobre chino llorando, el encapuchado
afanando el arbolito de navidad, Cavallo la concha de tu madre, los muertos en
la Plaza, el helicóptero. Ningún escenario es igual al anterior aunque hay
temas que son una constante como los tópicos del tango. En este sentido, el
tema de los egos será crucial aunque no tanto como el rebote y la
redistribución de aquello que rebota. Pero si hay que elegir uno de los tres
aspectos, el de la postergación parece ser clave. Es que si el acuerdo que se
va a firmar posterga los pagos a cambio de postergar a las mayorías, no hay
gobernabilidad posible ni de éste ni de futuros gobiernos. Así, el 2023, el 2027,
el 2031 y los años que platearán la sien de la joven democracia argentina solo
definirán traspasos formales de una administración que administrará miseria.
El tango “Volver” agrega “Guardo escondida una esperanza
humilde”; una canción más moderna afirma que nos merecemos bellos milagros. Lo
que no sabemos es si ocurrirán.
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