Prejuicios en forma de porros fumados en barrios ricos y
pobres, confesiones sobre el comportamiento sexual de los peronistas y
polémicas en torno a la seguridad medidas en términos de más o menos diversión.
Así se llega a los últimos días de campaña para confirmar la máxima de que
sacará más votos quien menos hable.
Sin embargo, todos hablan y asombrosamente el eje parece
estar puesto en Javier Milei quien seguramente no alcance los dos dígitos en
CABA. Todos están obsesionados con él desde la indignación: la izquierda sale a
disputar con él, el FDT sale a discutir con él, JxC oscila entre la crítica y
el elogio interesado. Lo cierto es que la izquierda lo hace porque entiende que
Milei le disputa el voto joven pero parece difícil imaginar que alguien puede
estar indeciso entre la extrema izquierda y la extrema derecha. En el caso del
FDT tampoco se entiende bien la obsesión que parece tener más de
“indignacionismo bien intencionado” que de estrategia electoral salvo que desde
el FDT entiendan que atacarlo es levantarlo para que le saque votos a Vidal. En
JxC suponen que elogiándolo podrán sacarle algún voto… Veremos con los
resultados en la mano pero lo cierto es que el 60% de los electores de la
ciudad elegirá opciones de centro y centro derecha mientras todos los espacios
políticos, excepto el de Milei, plantean estrategias electorales en el que
quieren captar el voto joven tratándolos como idiotas babeantes cuyo único
horizonte de sentido es grabar videos en Tik Tok, gozar sexualmente, escuchar
trap y fumar marihuana. Curiosamente, reducir la juventud a esa descripción
puede que hable más de los padres que de los hijos. A propósito, alguien escribió
en Twitter: “hablan de la cama porque no pueden hablar de la heladera” y en esa
lógica podríamos sumar un “hablan de Venezuela porque no pueden hablar de la
Argentina que dejaron”, para llegar finalmente a un “hablan del otro porque no
pueden hablar de sí mismos”.
Con todo, yendo puntualmente a la elección, aparentemente
descontado un resultado abultado en favor del oficialismo o de la oposición, no
parece haber razones para suponer que habrá un cambio drástico en la
distribución de las bancas. De modo tal que el sentido de la elección está más
puesto en la cuestión simbólica y en el posicionamiento de cara al 2023.
Si el gobierno gana por un voto la general (lo cual supone
que gane la provincia de Buenos Aires), dirá que es un resultado prácticamente
inédito a nivel mundial y que demuestra que la ciudadanía entendió que se va
por el camino correcto. Podría decirse que es verdad que la pandemia arrasó con
casi todos los oficialismos aunque no parece tan claro que un voto a favor del
gobierno pueda leerse como un apoyo sin más al rumbo elegido. Habrá algunos que
sí pero también habrá otros que no estén conformes y le den una segunda
oportunidad pospandemia como también otros que voten al gobierno por el simple
hecho de que lo que está enfrente es peor. A su vez se podría agregar que sería
la primera vez desde el 2005 que el peronismo gana una elección de medio
término en la provincia. Hacerlo después de una pandemia sería doble mérito.
Sin embargo también es verdad que en todas esas elecciones perdidas el
peronismo fue dividido.
Del lado de la oposición, incluso si perdiera, se dirá que el
oficialismo obtuvo muchísimos menos votos en relación a 2019 y se mostrará al
centro del país como la esperanza blanca ilustrada y racional que debe cargar
con el trasto clientelar de las provincias del norte y el conurbano. Un
clásico. Sin dudas, el gobierno va a sacar menos votos que en 2019 pero hacer
esa cuenta es una zoncera que compara peras con manzanas. La comparación debe
hacerse con las elecciones de medio término. Es una obviedad pero hay que
repetirla.
Ahora bien, si la oposición gana por un voto o hace una muy
buena elección cabeza a cabeza en la provincia el horizonte será otro: mientras
el gobierno le echa la culpa a la pandemia y empiezan los cambios masivos en el
gabinete de ministros que no funcionan, Rodríguez Larreta aparecerá como el
gran ganador porque habrá funcionado bien su experimento provincial con
Santilli. Entonces si Vidal, quien ha perdido ese ángel llamado “cobertura
mediática” que la blindaba, no tiene una merma de votos demasiado fuerte en
CABA (esto es, obtener menos de 40% en la general de noviembre, algo altamente
improbable), costará arrebatarle a Rodríguez Larreta el cartel de “El
candidato” opositor. Será el triunfo de las palomas y el retroceso final de los
halcones que ya han retrocedido bastante para acompañar desde atrás. Santilli
candidato a gobernador, Vidal candidata para la jefatura de gobierno en CABA y
Rodríguez Larreta candidato a presidente. El resto se negocia con una UCR que
puede estar algo más fortalecida y ya está: armadito el 2023.
Pero si hablamos de halcones, la esperanza está puesta en el
fracaso de la estrategia de Larreta. Es que si Santilli perdiera holgadamente
en provincia (digamos, por dos dígitos en la general) y Vidal ganara (algo que
todos damos por hecho) pero con una salida muy fuerte de votos hacia López
Murphy primero y luego hacia Milei, es de esperar que Macri y el ala dura de
JxC saque provecho de esa debilidad para indicar que la “tibieza” del
larretismo debe dar lugar al tiempo de los gurkas. En ese escenario el
oficialismo se sentirá envalentonado y del otro lado tendremos la oposición más
visceral e ideológica en el peor sentido del término.
Si salimos de la burbuja del país centralista, la elección
más interesante parece la de Santa Fe. Hay encuestas que lo dan a Rossi por
encima de la lista de Perotti. ¿Pueden imaginarlo? El exministro, que se jugó
una patriada contra el presidente, la vice y el gobernador, ganando la interna
en una lista que a su vez lleva como candidata a la vicegobernadora. Crisis en
puerta. Si los medios no fueran tan porteñocéntricos tendríamos una cobertura
más jugosa de la que vamos a tener.
Algo parecido se da en Tucumán donde la lista del gobernador
compite contra la lista del vicegobernador. Otra crisis en puerta. La enumeración
podría continuar porque cada distrito tiene su atmósfera pero en este resumen
parece estar lo central.
Para finalizar, prestemos atención al ausentismo y al voto en
blanco que puede ser importante aunque no se sabrá finalmente si el fenómeno
obedece a la pandemia, a un hartazgo frente a las dos grandes coaliciones o a
un poco de ambas cosas. Quedará para más adelante preguntarse si tienen sentido
unas elecciones PASO cuya lógica tuvo las mejores intenciones al momento de
impulsarse pero que, en la práctica, parece exponer al país a una enorme
erogación de recursos y a una parálisis de casi seis meses a cambio de una
competencia que, salvo excepciones, ya la han resuelto los líderes de los
espacios o, en todo caso, podría resolverse, como se hacía antes, al interior
de cada partido o coalición. Pero Argentina no puede perder seis meses cada dos
años en un proceso eleccionario que es larguísimo y desgastante para todos: expóngase
incluso al más politizado a quince días de propaganda partidaria en los medios
y lo que saldrá de allí es la antipolítica más furiosa.
Entre la decepción de muchos votantes oficialistas por un
gobierno que no estuvo a la altura de los años kirchneristas, una oposición
cuyo fracaso es demasiado fresco y las distintas alternativas que en general
parecen ser cuentapropistas de la política, es difícil imaginar que se vote con
una esperanza distinta a una bastante elemental y que, en parte, no depende de
nadie: el fin del virus. Una vez desplazada la amenaza de la muerte, algo que
por suerte ya se está viviendo, volverán los problemas de siempre. Ojalá la
gente vote por la vida que queremos. Me temo, en cambio, que la gente, a duras
penas, irá a votar por la vida que podemos.
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