Finalmente no se rompió. Las razones pueden ir desde la
supervivencia política hasta la responsabilidad institucional sin que se trate
de opciones excluyentes. Aparentemente en el entorno de Alberto habría habido quienes
impulsaban la ruptura definitiva con el kirchnerismo. Nunca sintieron que
tenían tan cerca esa posibilidad. A su vez, probablemente también haya habido
en el kirchnerismo duro alguien al que se le haya cruzado la posibilidad de
romper con un gobierno al que le cuesta representar los principios de lo que
fue el kirchnerismo. Pero no sucedió. El albertismo tenía las conexiones con la
superestructura y el kirchnerismo tenía los votos aunque esto tampoco es tan
lineal. En todo caso convengamos que subsiste el aprendizaje previo a mayo de
2019: yendo separado es imposible ganar y, ahora agregaría, separándose es
imposible sostenerse en el gobierno.
¿Qué señal da el nuevo gabinete? Se puso el acento en si era
más o menos peronista, si tenía más o menos mujeres, si era más o menos de
derecha y si había favorecido a alguno de los bandos. Algunas de estas
discusiones vale la pena darlas (otras no, claro) pero creo que la decisión es
más simple y más dramática al mismo tiempo: se buscó experiencia y probada capacidad
de gestión para un gobierno que, independientemente de a quién respondieran,
tenía ministros que no funcionaban y un enorme déficit de gestión. Es más
cómodo sobreideologizar y conspirar acerca de oscuras estrategias políticas
pero se trataba, antes que nada, de dar volumen político y poner gente al
frente de los ministerios que supiese de qué va el asunto. Ninguno es mago y
ninguno podrá hacer algo sin decisión política del ejecutivo pero saben cómo se
mueven los resortes del Estado. ¿Por qué no se apostó a esos perfiles desde un
inicio? ¿Acaso tenía tiempo la Argentina para ministros que vayan aprendiendo
desde la función? Preguntas retóricas. ¿Se reemplazaron a todos los que había
que reemplazar? La respuesta es, definitivamente, no.
CFK mantuvo los propios, se adelantó a darle la aprobación a
Manzur públicamente para que no aparezca como impuesto por Alberto, quitó a
Biondi y a Cafiero y, sobre todo, marcó la agenda. Dijo, palabras más, palabras
menos, el gobierno ajusta o, al menos, no ha hecho todo lo posible para que las
mayorías soporten mejor una desgracia como la pandemia. Advirtió que no es
consultada y que las reuniones con el presidente surgen por iniciativa de ella.
Una chispa que pasara cerca de esa carta y ya sabemos el resultado. Especialmente
porque hay un dato (el del FDT obteniendo, en PBA, menos votos que CFK sola en
2017) del cual se puede inferir algo evidente: el kirchnerismo y CFK no saldrán
indemnes de un eventual fracaso de Alberto. En este sentido, la expresidenta
parece ser consciente de que un posible naufragio del actual gobierno la
cargará, y la está cargando, a ella también. Así, el fracaso de la moderación
del movimiento nacional popular no derivaría en una salida de radicalización
por izquierda del movimiento. Dicho más fácil: del fracaso de Alberto no surgirá
un kirchnerismo original y puro capaz de tener los votos para ser gobierno sino,
más bien, la fragmentación o, en el mejor de los casos, el retorno a la
condición 2016-2018 de “minoría intensa”. A los que no tienen votos podrá no
importarles demasiado pero al que los tiene puede que le importe.
¿Es este un gabinete de transición hasta noviembre? Si
ponemos el acento en los nuevos ministros, no parecería. Lo que sí podría
decirse es que un mal resultado en noviembre sí puede adelantar el recambio de
los otros ministros del gabinete que tendrían “el boleto picado”. Pero, los que
llegaron, llegaron para quedarse. En todo caso, la pregunta sobre la transición
debería trascender a los nuevos ministros y dirigirse a todo el gabinete y al
gobierno en sí mismo. ¿Qué sucedería si se repitiese el resultado de las PASO y
el gobierno saliese debilitado? ¿Se transformaría en un gobierno de transición?
¿Transición hacia qué? ¿No fue quizás desde el vamos un gobierno de transición
hacia algún lugar que nadie sabía bien cuál era? ¿Acaso se creyó que alcanzaba
con tener a todos adentro y compararse con el desastre de Macri?
No es posible responder a esos interrogantes ahora y en todo
caso habrá que esperar hasta las elecciones de noviembre para observar si hay
una suerte de relanzamiento del gobierno. Perder unas elecciones de medio
término es un mal augurio pero el ejemplo de 2009 es un antecedente que podría
esgrimirse a favor de la posibilidad de recuperación. En última instancia, de
aquí a la elección nos quedará pensar un aspecto que es relevante pero que no
va al fondo de la cuestión. Se trata de una discusión importante porque un
senador o un diputado más puede ser un dato, pero no deja de ser una discusión meramente
cuantitativa. Desde este punto de vista, cuesta saber qué va a pasar. Una parte
de la biblioteca diría que el gobierno se puede enfrentar a un golpe mayor y
que la gente le dará la espalda impulsada por el voto a ganador y ofendida por
la reacción poselección de lo que, considera, son medidas electoralistas. La
otra parte de la biblioteca, a su vez, indica que los oficialismos tienen
recursos e instrumentos que pueden movilizar votantes, a lo cual se agrega que
hay un porcentaje importante, especialmente en PBA, que no fue a votar en las
PASO y que no se sabe si fue por apatía, bronca o miedo al virus. Asimismo,
algo del efecto “temor al regreso del macrismo” podría hacer que algún voto que
se había ido a otras opciones minoritarias regrese al gobierno. Pero qué va a
suceder, sinceramente, es difícil de saber. Del mismo modo, o más difícil aún,
es saber qué sucederá una vez que el resultado de noviembre esté puesto. ¿Se
trata solo de esperar que el rebote de la economía haga lo suyo? ¿El resultado
fue solo una cuestión económica? Ahí también CFK dio en la tecla cuando mostró
que en 2015 Argentina tenía el sueldo medido en USS más alto de la región y sin
embargo se perdió. Esto da la pauta de que la solución no parece estar en la
proliferación de IFEs o medidas de neto corte electoralista que son bienvenidas
por quienes las necesitan pero que no ofrecen soluciones de fondo. La incógnita
es ¿ha entendido el gobierno las razones de la derrota? A juzgar por las
declaraciones y las polémicas en la semana acerca de la falta de políticas
dirigidas a grandes mayorías, pareciera que no. Y los problemas en la gestión
explican algo pero no han sido completamente determinantes.
Cuando el macrismo estaba más fuerte que nunca y las
maniobras de destrucción del adversario político funcionaban de manera
aceitada, Alberto Rodríguez Saá, con el peronismo en la oposición, osó decir
“Hay 2019” y finalmente hubo 2019. Ahora, la paradoja es que con el peronismo
en el gobierno, muchos se están preguntando si habrá 2023.