La irrupción del fenómeno libertario está en el centro de la
campaña más allá de que aún haciendo una magnífica elección en CABA y en
Provincia es de esperar que no alcance los dos dígitos. Sin embargo, el
fenómeno Milei, por ejemplo, ha llevado al oficialismo local a ceder hacia la
derecha su plan original de presunta moderación. Cedió primero cuando admitió
una lista de derecha como la de López Murphy en la interna y siguió cediendo cuando
radicalizó su discurso por derecha subiendo a Macri al ring. Es curioso lo que
sucede en Argentina porque todo el tiempo se habla de los dos grandes polos que
no dejan lugar a terceras vías y sin embargo los dos espacios se encuentran
obligados a ceder ante variantes minoritarias más o menos cercanas. En otras
palabras, el kirchnerismo duro debió pasteurizarse aceptando a Alberto
Fernández y a Massa para obtener los 10 puntos que necesitaba para ganar y JxC
debe renunciar al estilo “tibio” de Vidal y Larreta para recuperar esos 10
puntos que se le pueden ir por derecha.
Por supuesto que el libertarismo plantea interesantes
discusiones filosóficas en torno a la libertad y al rol del Estado, las cuales
no desarrollaremos aquí porque no son parte de la campaña. Es que, de hecho, lo
que atrae de Milei es más el personaje mediático que su lectura de clásicos
anarcoliberales. Es más antisistema su carácter y su retórica que su propuesta,
la cual, por cierto, más allá de que él lo niegue, ha sido implementada en Argentina
por varios gobiernos. Con todo, la reacción frente a Milei suele ser la
indignación y la zozobra. Es la salida más fácil. Allí se condensa todo el mal.
Allí está el fascismo. Puede ser verdad ello, máxime cuando uno observa cómo se
compone el resto de la lista y sus apoyos pero es preferible comprender antes
que enojarse.
Por lo pronto Milei es el único que pone sobre la mesa la
discusión sobre la riqueza. Su propuesta no lleva a la redistribución sino a la
concentración pero él plantea que es necesario ante todo crear riqueza. El
gobierno, en cambio, no ha implementado medidas que impulsen la creación de
riqueza. Más bien hay una pobre redistribución de la escasez y en todo caso
solo ha avanzado en el orden discursivo: leía hace algunas semanas que alguien
en Twitter mencionó, haciendo un juego de palabras, que más que “Conectar
Igualdad”, lo que define al gobierno es el “Comentar igualdad”. Efectivamente,
todo el tiempo se está comentando la igualdad pero no se está avanzando realmente
hacia ella. Nadie puede pasar por alto la pandemia como atenuante pero hoy no
queda claro qué planes tiene el gobierno para el futuro máxime cuando aun en el
caso de que haya un acuerdo benevolente con el FMI, que nos dé un par de años
de gracia, la situación de la Argentina para 2024, 2025 y los años sucesivos
será dramática y probablemente obligue a una nueva renegociación o un default
con los acreedores privados.
Con todo, es real que, de a poco, hasta los referentes de los
movimientos sociales plantean que, por ejemplo, los planes sociales no son la
solución y que hay que avanzar hacia un modelo de trabajo. Es de celebrar que el
trabajo vuelva a aparecer en el centro de la escena. Sin embargo, el gobierno
no parece tener en claro cómo hacerlo y todo está reducido a una disputa acerca
de quiénes serán los intermediarios en el eventual proceso de transformación.
Por otra parte, como lo demuestran ya varios estudios y lo empiezan a afirmar
con más frecuencia economistas e investigadores más o menos cercanos al
gobierno, no hay redistribución posible en la Argentina sin creación de riqueza.
En este sentido, parece necesario salir rápidamente de esta trampa en la que
los espacios populares y de izquierda solo discuten cómo redistribuir sin tomar
en cuenta cómo crear riqueza; mientras la derecha parece solo preocupada por
crecer sin importarle cómo se redistribuye ese crecimiento.
El gobierno ha avanzado en el otorgamiento de derechos
civiles, especialmente en consonancia con la agenda de políticas identitarias.
De todos los avances, el de la legalización del aborto parece el más relevante
y algo similar ocurriría en el caso de la despenalización/legalización de la
marihuana. Muchos afirman falazmente que es inmoral avanzar en esta línea
mientras hay casi dos tercios de menores en condición de pobreza. Es falaz
porque esa agenda no es necesariamente contraria a una agenda que pose su
mirada en derechos económicos y una mejor redistribución de la riqueza, tal
como ocurrió durante buena parte del gobierno de los Kirchner. Sin embargo, si
bien no son, a priori, conceptualmente incompatibles, en la actualidad se ha
avanzado mucho en un aspecto y no se ha avanzado en el otro. Esto me recuerda
lo que señala el español Daniel Bernabé en su libro La trampa de la diversidad cuando, desde un punto de vista marxista,
advierte que los nuevos progresismos no han reparado que están siguiendo el
giro que diera Thatcher en la interpretación del término “unequal”. En otras palabras, el “unequal”, que en inglés era traducido como “desigual” pasó a ser
traducido desde el thatcherismo liberal como “diferente”. En ese giro, que
parece sutil, está toda la transformación de las agendas populares y de
izquierda porque la disputa por la desigualdad era eminente económica e incluía
eventualmente una disputa de clases. La lucha para incluir al diferente, en
cambio, pone la cuestión económica en segundo plano para llevar el asunto a los
términos de una disputa cultural/identitaria. Si cuando se discutía en términos
de desigualdad se hablaba de inclusión socioeconómica de las mayorías, ahora,
cuando hablamos de diferencia, se habla de inclusión cultural de las
identidades minoritarias. El problema de la desigualdad se solucionaba con
acciones colectivas; el problema de la diferencia, en cambio, es un asunto que
atañe a acciones individuales. En este sentido hay quienes advierten que esta
última lógica es funcional al establishment económico que hasta podría aceptar
hablar con la “e” en la medida en que no le toquen el dinero.
Por supuesto que Milei y el liberalismo en general que se ha
desarrollado en Argentina nunca fue demasiado coherente en el sentido de que
era liberal solo para lo económico pero siempre fue conservador en lo moral tal
como lo demuestra el modo en que muchos de los denominados liberales se
opusieron a una reivindicación liberal como la de la legalización del aborto.
Con todo, fenómenos como el de Milei han aparecido en
diferentes países en los últimos años y si bien han crecido mucho nunca
lograron espacios de preponderancia con excepción de lo que podría ser un Bolsonaro
en Brasil, emergente de una crisis de partidos y un escenario de proscripción
del principal candidato. Difícil que esto ocurra en Argentina con dos
coaliciones más o menos institucionalizadas. Sin embargo, resulta un llamado de
atención a la clase política especialmente por el modo en que interpela a la juventud.
¿Se trata de una camada de jóvenes fascistas que aparecieron por generación
espontánea? Una vez más, ése es el diagnóstico más fácil. Habrá alguno que otro
y si bien se trata de un fenómeno que parece más potente en clases medias y
altas de grandes centros urbanos, habría que estar atento a qué sucedería si
ese discurso logra penetrar en sectores bajos que también están cansados del
orden de cosas y que, a diferencia de lo que se intenta instalar,
mayoritariamente no están conformes con recibir un plan social sino que piden
trabajo y que se destaque el mérito del esfuerzo.
Para finalizar, digamos que el descontento creciente se
distribuirá novedosamente en estas opciones radicales de derecha, algún voto
extra para opciones de izquierda, importante número de ausentismo y más votos
en blanco. Pero también hay que decir que es probable que la Argentina siga dominada
por ambas coaliciones con cierta alternancia en los próximos años. De todas maneras,
esto no debe hacer pasar por alto que, dejando de lado sus violentos modos y
muchos aspectos rayanos en el delirio, hay algunos principios radicales de
Milei que merecen una respuesta sólida. ¿El problema de la inflación en
Argentina es la emisión? La respuesta es que la emisión no es el único factor
que explica la inflación pero esa respuesta debe dar cuenta del fenómeno por el
cual Argentina lleva conviviendo con la inflación décadas mientras eso no
sucede en otros países. Asimismo, sí es verdad que la emisión sin ningún
respaldo, sin ningún plan para crear riqueza, es un factor determinante para la
inflación. ¿El problema de la Argentina son los impuestos? Comparado con otros
países no pero se cometen muchas injusticias con el cobro de impuestos y hay
una carga cada vez más importante sobre las clases medias que acaban eligiendo
la informalidad o sucumbir ante la AFIP. ¿Por qué no avanzar en una reforma
impositiva antes que la reforma se haga por la fuerza y en una situación de
crisis social aún mayor? ¿Cómo va a afrontar Argentina la deuda y el déficit?
¿Cómo puede sostenerse por mucho tiempo una intervención en el mercado del
dólar que acaba creando distorsiones que afectan a la economía? La lista de
interrogantes puede seguir y me he restringido a las preguntas económicas para
no ingresar en el terreno cultural de por qué tantos jóvenes entienden que hoy
la revolución contra el statu quo la
da la derecha frente a una corrección política que impone cómo hay que vivir,
cómo hay que hablar y qué se debe pensar. Pero mejor que enojarse y desestimar
el desafío libertario, es responderlo. Y mejor hacerlo con solidez cuanto
antes. No sea cosa que, de repente, un día sea demasiado tarde.