Esta última semana el Papa Francisco dio a conocer una nueva encíclica titulada Fratelli tutti. Tomando en cuenta que la anterior, Laudato si, tuvo una gran relevancia para el debate de ideas políticas más allá del ámbito del cristianismo y el catolicismo, bien merece un breve análisis de sus aspectos más relevantes. Si Laudato si fue interpretada como una encíclica “ecologista” que tuvo como eje central “el cuidado de la Casa Común”, podría decirse, desde mi punto de vista, que aquí el eje central es la cuestión migratoria. Por supuesto que en paralelo, al igual que en la encíclica anterior, se abordan diferentes temáticas pero el núcleo tiene que ver con una problemática que se está discutiendo en todo el mundo pero especialmente en Europa y que a Francisco le ha preocupado desde el inicio de su papado. De hecho su primer viaje oficial fue a la isla de Lampedusa la cual se había transformado de hecho en un gran campo de refugiados que vivían en condiciones inhumanas y que frecuentemente era testigo del hundimiento de balsas o estructuras precarias con decenas y hasta centenares de personas que escapaban desesperadas hacia Europa empujadas por la persecución y las hambrunas.
Ahora bien, desde el punto de vista de la Argentina, no es ésa
una problemática que esté en agenda más allá de que la cuestión migratoria
suele reaparecer espasmódicamente cada vez que hay crisis económica. Sin
embargo, como indicaba, la encíclica toma posición en otros temas que sí forman
parten de la agenda del debate público en nuestro país y lo hace, claramente,
desde lo que se conoce como la doctrina social de la Iglesia, esto es, el
conjunto de ideas del cual abrevó el peronismo. Me interesa, entonces, repasar
las principales afirmaciones porque dan herramientas para la discusión en un
contexto donde el gobierno que lleva diez meses en la administración recibe
críticas de sus adversarios pero también críticas internas especialmente por
sus decisiones en materia de política económica, comunicacional y exterior.
A los fines expositivos podría decirse que en Fratelli tutti se sostiene una idea
rectora de Francisco: el individualismo relativista propio de los tiempos
posmodernos es la matriz cultural que da vida al neoliberalismo y que redunda
en una cultura del descarte. El resultado de ello es mayor desigualdad y
aumento de la cantidad de pobres. La idea de “abrirse al mundo”, afirma
Francisco, ha sido cooptada por el neoliberalismo y el lenguaje económico para
propiciar el flujo de mercancías y avanzar hacia una globalización que
homogeniza y universaliza olvidando las diferencias. En este punto, Francisco hace
suyas críticas clásicas al universalismo que el liberalismo ha heredado de la
ilustración y lo expone como una suerte de individualismo ahistórico que lejos
de ser neutral impone una cosmovisión del mundo.
Sin embargo, antes de que lo acusen de “populista”, como si
la crítica al individualismo solo pudiera realizarse desde esa inasible
categoría, Francisco advierte en el parágrafo 155: “El desprecio de los débiles
puede esconderse en formas populistas, que los utilizan demagógicamente para
sus fines, o en formas liberales al servicio de los intereses económicos de los
poderosos. En ambos casos se advierte la dificultad para pensar un mundo
abierto que tenga lugar para todos, que incorpore a los más débiles y que
respete las diversas culturas”.
El ataque al individualismo, comentaba, está presente en la
gran mayoría de las intervenciones de Francisco y es uno de los ejes de la
doctrina social y del peronismo para los cuales la comunidad es más que la suma
de las partes. Y esto lleva a uno de los puntos más controversiales de la
tradición y que más críticas recibe desde la perspectiva liberal. Me refiero a
la función social de la propiedad que era el núcleo de la constitución
peronista del 49 frente a la constitución de tradición liberal e inspiración
alberdiana. Que la propiedad tenga una función social que está por encima del
derecho individual se basa en lo que se conoce como “el destino universal de
los bienes”, esto es, la idea de que los bienes de la creación han sido
otorgados a la humanidad en su conjunto. En tiempos donde se discute el derecho
a tomar tierras y qué tipo de actitud debe adoptar el Estado, en el parágrafo
120 Francisco afirma: “Vuelvo a hacer mías y a proponer a todos unas palabras
de san Juan Pablo II cuya contundencia quizás no ha sido advertida: «Dios ha
dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus
habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno». En esta línea
recuerdo que «la tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable
el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier
forma de propiedad privada». El principio del uso común de los bienes creados
para todos es el «primer principio de todo el ordenamiento ético-social», es un
derecho natural, originario y prioritario. (…) El derecho a la propiedad
privada sólo puede ser considerado como un derecho natural secundario y derivado
del principio del destino universal de los bienes creados”.
A juzgar por los carriles que suele transitar la discusión
actual, independientemente de la posición que se adopte al respecto, ésta
parece ser la idea más revolucionaria y controvertida de la encíclica, si bien,
como se indicaba, está lejos de ser novedosa. Lo que sí en todo caso cabe
resaltar, es que Francisco la utiliza no solo como herramienta para justificar
una redistribución de la tierra dentro de cada Estado sino también para fundamentar
el derecho que tienen los migrantes a ser acogidos en condiciones dignas por
los países receptores.
Asimismo, en relación al populismo, Francisco parece meterse
de lleno en una discusión conceptual interesantísima en los parágrafos que van
del 156 al 160. Por un lado advierte que las perspectivas liberales globalistas
utilizan el término “populista” de manera peyorativa para desacreditar
cualquier punto de vista crítico lo cual lleva, paradójicamente, a incentivar
la polarización que estos sectores dicen combatir. Pero por otro lado también parecería querer
discutir con la tradición de la izquierda populista de Ernesto Laclau. Es que
para Francisco el pueblo no es una “construcción” articulada de demandas
insatisfechas sino una entidad mítica. Lo dice así: “(…) existe un
malentendido: «Pueblo no es una categoría lógica, ni una categoría mística, si
lo entendemos en el sentido de que todo lo que hace el pueblo es bueno, o en el
sentido de que el pueblo sea una categoría angelical. Es una categoría mítica
[…] Cuando explicas lo que es un pueblo utilizas categorías lógicas porque
tienes que explicarlo: cierto, hacen falta. Pero así no explicas el sentido de
pertenencia a un pueblo. La palabra pueblo tiene algo más que no se puede
explicar de manera lógica. Ser parte de un pueblo es formar parte de una
identidad común, hecha de lazos sociales y culturales. Y esto no es algo
automático, sino todo lo contrario: es un proceso lento, difícil… hacia un
proyecto común»”.
Asimismo arremete contra cierto populismo de derecha y
nacionalista para el cual el pueblo sería una categoría cerrada que debe
expulsar todo elemento foráneo cuando afirma “la categoría de “pueblo” es
abierta. Un pueblo vivo, dinámico y con futuro es el que está abierto
permanentemente a nuevas síntesis incorporando al diferente. No lo hace
negándose a sí mismo, pero sí con la disposición a ser movilizado, cuestionado,
ampliado, enriquecido por otros, y de ese modo puede evolucionar”.
De la reivindicación de pueblo se sigue, a su vez, la reivindicación
de que el pueblo al que se quiere rescatar es al “pueblo trabajador”. En este
sentido, Francisco parece entrar de lleno en otro de los grandes temas de la
agenda argentina. Si lo central y lo que da dignidad es el trabajo, no debe
haber lugar para los planes sociales. En todo caso, indica en el parágrafo 162,
la ayuda estatal a los pobres mediante planes y asistencialismo debe ser
siempre provisoria. Otro punto que no quisiera pasar por alto es el del rol de
un principio que es central en la doctrina social de la Iglesia y en el peronismo:
el principio de subsidiariedad. Efectivamente, se ha instalado en la
actualidad, desde la oposición al peronismo pero también desde sectores del
oficialismo, que el peronismo considera que la única solución a los problemas
es “asistencialismo y agrandamiento del Estado”. Sin embargo, el principio de
subsidiariedad indica que el Estado se encargará solo de aquellas cuestiones
orientadas al bien común que, por distintas razones que pueden tener que ver
con recursos, logística, etc., no puedan ser resueltas por los individuos o por
organizaciones intermedias. Es decir, el Estado es la última y no la primera
respuesta. Si un problema lo pudo resolver antes la gente en sus relaciones
interpersonales o la organización social, ¿para qué hace falta el Estado?
Por último, respecto de los debates actuales que atraviesan
al movimiento feminista, a lo largo de la encíclica hay referencias directas e
indirectas. En el parágrafo 18 se pronuncia abiertamente contra el aborto pero
en el 23 indica “la organización de las sociedades en todo el mundo todavía
está lejos de reflejar con claridad que las mujeres tienen exactamente la misma
dignidad e idénticos derechos que los varones”. Más sutil parece la referencia que
se hace en los parágrafos 102 y 13. En el primero parece referir a las
denominadas políticas de la identidad que, fragmentando las reivindicaciones,
romperían la unidad del pueblo y desplazarían a un segundo plano el énfasis en
la dignidad del trabajo: “¿Qué reacción podría provocar hoy esa narración, en
un mundo donde aparecen constantemente, y crecen, grupos sociales que se
aferran a una identidad que los separa del resto? ¿Cómo puede conmover a
quienes tienden a organizarse de tal manera que se impida toda presencia
extraña que pueda perturbar esa identidad y esa organización autoprotectora y
autorreferencial?”. En lo que respecta al segundo parágrafo mencionado,
Francisco parece seguir la crítica que advierte que la lógica de la
deconstrucción es funcional al individualismo neoliberal que busca quebrar toda
estabilidad porque piensa la identidad como una mercancía que arbitraria y
subjetivamente se puede elegir en una góndola de supermercado: “se alienta
también una pérdida del sentido de la historia que disgrega todavía más. Se
advierte la penetración cultural de una especie de “deconstruccionismo”, donde
la libertad humana pretende construirlo todo desde cero. Deja en pie únicamente
la necesidad de consumir sin límites y la acentuación de muchas formas de
individualismo sin contenidos”.
Para finalizar, en el parágrafo 246, Francisco pareciera tener en mente uno de los grandes temas de la Argentina posdictadura y enfoca explícitamente si es posible y deseable una suerte de “gran reconciliación”. Frente a esto indica: “no es posible decretar una “reconciliación general”, pretendiendo cerrar por decreto las heridas o cubrir las injusticias con un manto de olvido. ¿Quién se puede arrogar el derecho de perdonar en nombre de los demás? Es conmovedor ver la capacidad de perdón de algunas personas que han sabido ir más allá del daño sufrido, pero también es humano comprender a quienes no pueden hacerlo. En todo caso, lo que jamás se debe proponer es el olvido”.
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