Si lo propio de una pandemia
como la actual es la falta de certezas, no debería sorprendernos que, en
materia política, cueste encontrar hechos contundentes o al menos categorías para
clarificar el sendero y el perfil del actual gobierno. Por supuesto que
pretender definir, con apenas siete meses de gestión, a esta novedosa e
inestable agrupación denominada Frente de Todos que irrumpió por esa genialidad
electoral de CFK, sería una enorme injusticia. Máxime si la mitad de esos siete
meses han sido atravesados por esta inédita e inesperada pandemia. Si en años
anteriores se ha abusado del término excepcionalidad para justificarlo todo, la
pandemia pone las cosas en su lugar y nos muestra qué es verdaderamente una
situación excepcional.
En todo caso se puede hacer
algún trazo grueso en función de gestos, designaciones y algunos amagues pero
no mucho más. Como siempre les digo: el gobierno todavía no arrancó. Cuando lo
haga les cuento. Aun así se puede decir que, por el armado del gabinete, Alberto tiene un rol
omnipresente. Nadie hace sombra allí y, salvo algunas excepciones, incluso
podría plantearse hasta qué punto todos los nombrados están a la altura de las
circunstancias. Pero más allá de “pagar” a los sectores del Frente, con el
armado del gabinete, Alberto pareció intentar despejar toda duda respecto de
que es él el que manda. Independientemente de las retóricas republicanas, los
argentinos parecen preferir presidentes fuertes y un poder de decisión centralizado
más allá de que las características de liderazgo de Alberto sean distintas que
las de CFK. Pero con sus distintos estilos, quizás con la excepción de De la
Rúa, los gobiernos de la democracia posdictadura fueron figuras fuertes que
centralizaron el poder cada uno a su modo, en el equilibrio de fuerzas en el
que disputaban y en su contexto.
A propósito de comparaciones
y legados desde el 83 a la fecha, en las últimas semanas se generó una
controversia interesante. Hablo de las críticas de algunos sectores del
peronismo de paladar negro a partir de la definición que el propio Alberto diera
de sí mismo y de su gobierno cuando reconoció referenciarse más en la
socialdemocracia que en la tradición popular. En este sentido, no debería
llamar la atención que Alberto mencione más a Alfonsín que a Perón. Es curioso
lo que sucede con Alfonsín pues ha sido un hombre de grandes virtudes pero que,
también hay que decirlo, dejó un país en llamas y cuando volvió a presentarse
como senador por la provincia de Buenos Aires en 2001 obtuvo apenas el 15% de
los votos. Asimismo fue partícipe central del Pacto de Olivos que le daba la
reelección a Menem aunque obtenía a cambio una serie de cambios “republicanos”
para mitigar el presidencialismo. Desde los sectores del alfonsinismo se dice
con buen tino que Menem iba a hacer la reforma igual de modo que Alfonsín
eligió “transar” para lograr transformaciones que iban en el sentido de
fortalecer las instituciones y, por supuesto también, al bipartidismo y a su
partido. Especialmente la autonomía de la Ciudad que le daría al antiperonismo
un bastión desde el cual catapultar presidentes. De hecho, los dos jefes de
gobierno antiperonistas que gobernaron la ciudad hasta ahora se transformaron
en presidentes y el actual tiene buenas razones para, al menos, ser uno de los
candidatos en 2023.
Los caminos de la memoria
son insondables. Porque en paralelo tenemos toda una corriente de activistas
que derriban estatuas utilizando categorías extemporáneas y Alfonsín se
transforma en el emblema de un gobierno que llega al poder de la mano del
peronismo. Insisto en que no se trata de caerle encima a Alfonsín quien tuvo
también muchos logros y hasta reconocimientos en vida pero es verdad que es más
fácil hacer reconocimientos cuando el tiempo pasa. La distancia y la muerte lo
embellecen todo. Porque a Alfonsín lo puteaba todo el país, lo mismo que a
Menem, quien era denostado y burlado salvo cuando había que ir a las urnas (si
bien es verdad que en el balotaje del 2003 hubiera perdido por paliza). Menem,
con su “neoliberalismo popular” es una suerte de tema tabú del cual todos
prefieren desembarazarse rápido. Es un objeto por el que todos sienten alguna
culpa. Nunca como en los 90 se instaló el “yo no lo voté” pero lo votaban y
ganaba. Menem es el voto vergonzante por antonomasia y también una muestra de
que adentro del significante “peronismo” entra todo. ¿Entrará también la
versión socialdemócrata? ¿Es esta versión la única que podía sobrevenir al
perfil popular con que terminó identificándose el kirchnerismo? ¿Alberto es la
continuidad natural del kirchnerismo o sólo la máscara pragmática que
necesitaba un tiempo posmacrista?
Por otra parte, un aspecto
no menor es que las mutaciones del peronismo, al menos en la última etapa
democrática, se daban en el marco de tendencias regionales/mundiales. En otras
palabras, Menem no adoptó el neoliberalismo en una isla sino en una década que
abrazó los principios del Consenso de Washington. Con esto no busco justificar
sino explicar. Lo mismo podría decirse de Kirchner: hubo todo un movimiento de
gobiernos populares en la región hasta aproximadamente el año 2015 que permiten
comprender la identidad que adoptó el kirchnerismo.
A Alberto, en cambio, le
toca asumir en un momento en el cual no hay una clara tendencia ni regional ni
mundial. La región está fragmentada entre una Venezuela aislada, populismos de
derecha y gobiernos liberales. Mucho lugar para la socialdemocracia no parece
haber lo cual puede no significar nada pero en todo caso supone una diferencia
respecto de las experiencias peronistas de Menem y los Kirchner.
Habrá que esperar un
eventual relanzamiento del gobierno para confirmar algunos de estos trazos
gruesos o visualizar al menos un plan. Pero los tiempos se acortan porque las
necesidades son muchas y las presiones también. En este sentido, los eventuales
escándalos en los que se ve envuelta la oposición con imputaciones y hasta
posibles futuras detenciones, en caso de demostrarse, serán un acto de justicia
pero no garantizan un buen resultado en las urnas para el gobierno tal como se
comprobó con la persecución que se le realizó a dirigentes kirchneristas en los
últimos años. Es más, hasta podría ser una victoria pírrica para la actual administración
en la medida en que las usinas de construcción de sentido hegemónico
presentarán la caída en desgracia del macrismo como un fracaso de la política
en general y no como el fracaso escandaloso de un modelo cultural que
estigmatizó y persiguió, y un modelo económico de transferencia de recursos
hacia los sectores aventajados del cual estas usinas fueron socios y cómplices.
Así, de un eventual Macri preso no obtendremos un “Viva Alberto” sino un “Que
se vayan todos”.
Ojalá no falte mucho para el
momento de relanzamiento del gobierno o, más bien, de estricto lanzamiento. No
sea cosa que antes del último día de la pandemia llegue el primer día de la
campaña para el 2021. Es que, si eso sucede, probablemente ya va a ser demasiado
tarde.
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