¿Cuánta paciencia le tendrán los argentinos al nuevo
gobierno? Nadie lo sabe a ciencia cierta pero se puede coincidir en que la
paciencia será poca y ni por asomo se acercará al “happy hour” del gobierno saliente
que blindado mediáticamente tuvo prácticamente entre dos y dos años y medio de
gracia mientras nos prometía que la salvación estaba siempre en un segundo
semestre que nunca llegó. ¿Por qué habrá poca paciencia? Las razones son al
menos dos y, para ser honestos, son razones que exceden al gobierno entrante.
Por un lado habrá poca paciencia porque el bloque ideológico que hay enfrente
buscará esmerilar desde el primer momento aun cuando la dirigencia política que
busca representar ese espacio no esté a la altura del desafío y deba
recomponerse tras el fracaso de Macri. En otras palabras, aun cuando Macri no
tenga la capacidad de liderar la oposición desde el llano y aun cuando se
auguran momentos difíciles para mantener cohesionada a la oposición, el gobierno
de los Fernández tendrá enfrente un bloque cultural homogéneo en estado de
ebullición permanente. La historia se repite como tragedia y luego como farsa,
de modo tal que no habría que sobredimensionar los aprietes públicos de algunos
personajes de las patronales del campo pero, a la luz de lo que uno observa en
los países vecinos, es posible que se intente desde allí generar una
continuidad asfixiante de conflictos, aquello que, finalmente, acabó horadando
al gobierno de CFK, más allá de que entre 2011 y 2015 se cometieron muchos
errores y la economía transitó un camino irregular. Pero si ustedes recuerdan
aquellos días, el ataque era constante, contra lo bueno, contra lo malo, contra
lo que era cierto, contra lo que era falso. En este sentido, es de esperar que
vuelva “la inseguridad”, que cada instancia judicial se transmita en cadena
nacional privada, etc.
Por otra parte, el padecimiento de una mayoría de la
población ha sido tal en estos cuatro años que el actual gobierno llega a la
administración con una sobreexpectativa. Insisto: no tiene la culpa. Es más, ni
siquiera ha prometido demasiado y en general Alberto ha sido bastante mesurado.
Pero mucha gente espera un cambio radical en su vida diaria, un shock de
bienestar que no va a venir, al menos en lo inmediato. Para apuntalar estos aspectos
déjenme repetir dos cosas que comenté en editoriales pasados:
Primero: la Argentina será Venezuela no porque Alberto derive
en el chavismo sino porque enfrente hay una oposición radicalizada que no
tendrá mucho que envidiar al anticastrismo Made
in Miami. Cualquier intervención estatal será vista como una injerencia
comunista, como mínimo.
Segundo: no se olviden que el máximo de éxito posible para el
gobierno de Alberto es llegar a 2023 con un escenario más o menos similar al de
2015. Es decir, con 25% de inflación, habiendo recuperado el poder adquisitivo
que Macri quitó (un 20% a los que tienen paritarias y muchos más a los
independientes), bajando la pobreza a menos de 30% y reduciendo unos puntos la
desocupación. Es casi imposible pero, aun si lo lograra, eso tampoco
garantizaría la paz social porque con esos números, en 2015, la elección se
perdió, si bien, claro, no se perdió solo por esos números.
Asimismo, está el factor externo: renegociación de la deuda y
contexto regional. En cuanto a lo primero, hay varios intereses cruzados que presuponen
que finalmente habrá un acuerdo aun cuando algunos de esos intereses desearían
que el gobierno peronista se hunda. Pero si el gobierno peronista se hunde
parece que se hunden unos cuantos actores más.
Con todo, no será menor cuál sea el resultado de esa
negociación. La paradoja es que es lo primero que debe hacer el gobierno y, a
su vez, lo que surja de aquella negociación probablemente condicione sus cuatro
años de mandato.
Y en lo que respecta a Latinoamérica… cualquier análisis que
pretenda hablar de tendencias queda en ridículo: algunas semanas atrás era la
crisis del liberalismo, Moreno y Piñera contra las cuerdas, Lula libre, triunfo
de Fernández en Argentina, de Morales en Bolivia y del Frente Amplio en la
primera vuelta de Uruguay. Hoy: Argentina, desde el punto de vista ideológico, solitaria
y a contramano de la región. En este sentido, el denominado grupo de Puebla,
aun cuando sea doloroso decirlo, reúne hoy a referentes del progresismo para
los cuales parece haber pasado su momento y para los cuales, en general,
resulta difícil imaginar un regreso. En otras palabras, podemos hacer reuniones
y fotos para transmitirlas por C5N mientras contamos la historia como nos gusta
pero allí hay más simbolismo y nostalgia que poder real. Si la única respuesta
al neoliberalismo que viene a acabar con cualquier atisbo de redistribución
material es política de identidad y reconocimiento mientras twitteamos causas
nobles y miramos en Netflix el documental de Pepe Mujica y Noam Chomsky, auguro
tiempos difíciles.
Por último cabría una comparación, si es que se trata de
poner el eje en las expectativas. Porque podría decirse que el gobierno de
Macri se sostuvo gracias a la creación de expectativas que de a poco se fueron
desmoronando para una mayoría de la ciudadanía pero lo que Macri venía a
ofrecer era eso: puro futuro; el cambio por el cambio mismo, es decir, la
expectativa de algo nuevo independientemente de qué tuviera adentro eso nuevo.
En el caso del gobierno de Fernández, la expectativa es
bifronte o se apoya en una proyección y una experiencia pasada. Es decir, hay
expectativa porque, hacia adelante, se espera mejorar y se espera mejorar
porque en el pasado los principales pilares de este nuevo gobierno demostraron
que era posible un país distinto. Se hace allí una mezcla que se sintetiza bien
en el slogan de “volver mejores” que no es otra cosa que la expectativa basada
en lo que se hizo, para lo cual se necesita “volver”, y la expectativa puesta
en un futuro distinto de lo que hay ahora y también, en parte, de lo que hubo
hasta 2015. Esta es la parte del “mejores”.
Pero habrá muy poco tiempo y el argumento de la pesada
herencia, que en este caso es una pesada herencia verdadera, no dará más que unos
meses. Será ingrato e injusto. Recién se estará volviendo… y ya habrá que ser
demasiado mejores.
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