En las últimas semanas varios países latinoamericanos fueron
noticia y no precisamente por sus virtudes: la crisis económica en Argentina
con devaluación del peso de 500% en menos de 4 años, inflación del 60%,
desocupación de dos dígitos y pobreza cercana al 40% acaba de terminar con las
pretensiones reeleccionistas del gobierno neoliberal de Mauricio Macri quien
cayó derrotado por el peronismo con una diferencia de 8%; el “paquetazo” en
Ecuador, esto es, una serie de medidas de ajuste exigidas por el FMI, culminó
en una pueblada contra un cada vez más castigado gobierno de Lenín Moreno; el
presunto oasis chileno cayó como un castillo de naipes con protestas
enormemente violentas y una represión que a todos nos hizo acordar la noche
oscura de la dictadura pinochetista; las elecciones en Bolivia arrojan un
triunfo de Evo Morales en primera vuelta por obtener unas décimas más que las
mínimas necesarias pero su consecuencia es una movilización masiva de la
oposición impugnando los comicios y demostrando presencia en las calles. No
sabemos qué ocurrirá en Bolivia pero en los otros tres casos, en los que se
trata de gobiernos con políticas neoliberales, tanto Macri como Moreno y Piñera
tuvieron que ceder. Macri, desesperado por haber caído por 15% en las
elecciones internas de agosto (una suerte de “previa” a la elección definitiva
que se celebró el 27 de octubre), perdió su centro, prometió lo imposible, derechizó
su discurso hasta el límite de la pared y generó escenas de populismo explícito
que merecerían que se le tapara los ojos a los niños; Moreno, acorralado por el
movimiento indígena organizado de la Conaie, que hasta lo obligó a cambiar la
sede de Gobierno a Guayaquil, dio marcha atrás con la serie de medidas que
había establecido como “innegociables”. En cuanto a Piñera, no solo retrocedió
con el aumento de 4 centavos de dólar del precio del subte sino que pidió
perdón, exigió a todo el gabinete que ponga a disposición su renuncia, dijo que
durante años los gobiernos chilenos fueron incapaces de ver la desigualdad
existente y lanzó un paquete de medidas dignas de un gobierno socialista. Así,
finalmente, pareció aceptar uno de los lemas de la protesta que rezaba: “No es
por 30 pesos [refiriéndose a lo que aumentó el subte]. Sino por 30 años”.
Que todos estos sucesos se hayan desarrollado en un lapso de
apenas semanas ha hecho que los analistas buscaran continuidades, apelaran a
presuntas tendencias regionales y/o causalidades comunes, intentos más honestos
que los de algunos de los referentes de los gobiernos de derecha de la región
que insólitamente pretenden instalar que la crisis de los gobiernos
neoliberales se debe a la injerencia de infiltrados enviados por Maduro y
Castro. Cómo podrían hacer dos gobiernos aislados, con carencias económicas
enormes, para tener la capacidad logística de desestabilizar a Chile, que era
el modelo de país exitoso, montándose en un aumento de 4 centavos, no resiste
el menos análisis.
¿Pero existen esas tendencias, esas causalidades y esas
continuidades? La respuesta es sí y no.
Sin duda hay algo en común en las crisis de Macri, Moreno y Piñera:
se trata de la respuesta a política neoliberales que en los primeros dos países
se encuentran dictadas directamente por el FMI y en el último se han
institucionalizado desde la dictadura de Pinochet, aquella en la que a través
de la doctrina del shock se impuso a sangre y fuego el manual de la liberal
Escuela económica de Chicago. A propósito vale recordar las declaraciones que
hiciera Friedrich Von Hayek, referente de este ideario, en 1981, al diario El mercurio, el cual, por cierto, fue
incendiado por los manifestantes la semana pasada: “Estoy totalmente en contra
de las dictaduras como instituciones de largo plazo, pero una dictadura puede
ser un sistema necesario para un período de transición. A veces es necesario
que un país tenga, por un tiempo, una u otra forma de poder dictatorial. Es
posible que un dictador pueda gobernar una economía liberal como también es
posible una democracia gobernada con falta de liberalismo. Mi preferencia
personal se inclina a una dictadura liberal y no a un gobierno democrático
donde todo liberalismo esté ausente. En Chile, por ejemplo, seremos testigos de
una transición de un gobierno dictatorial a un gobierno liberal. Y durante la
transición puede ser necesario mantener ciertos poderes dictatoriales, no como
algo permanente sino como un arreglo temporal”.
Otro elemento en común, y que resulta un dato novedoso, es
que tanto en Argentina, a favor del gobierno de Macri, como en Bolivia, en
contra del gobierno de Morales, la derecha, que en general despreció y
desacreditó la movilización popular, ha decidido salir a la calle y ocupar el
espacio público. En Argentina, incluso con un Macri que aparecía muy atrás en
las encuestas, miles de ciudadanos de grandes centros urbanos decidieron
brindarle apoyo al presidente argentino y en Bolivia, en los últimos días, se
llama a salir a la calle desconociendo el resultado de las urnas. Un verdadero
final abierto.
Pero hasta ahí llegan las continuidades y las tendencias
comunes porque la realidad de cada uno de los países es completamente distinta.
En Argentina, si con una crisis económica como la existente, la gente no salió
a la calle para repetir puebladas que son ya una tradición en un país signado
por los colapsos periódicos, es porque hubo elecciones y hay expectativa con un
nuevo gobierno, y porque Argentina es un país en el que existe el peronismo,
hay canales institucionales donde vehiculizar las demandas, movimientos
sociales organizados verticalmente, sindicatos fuertes y un Estado de Bienestar
que, en comparación con los países vecinos, es de envidiar. Estos elementos no
garantizan la ausencia de conflicto pero lo contienen. En cambio, en Chile, la
alternancia entre gobiernos de derecha y socialista es la alternancia de lo
mismo porque ninguno pone en tela de juicio los cimientos de un país cuyos
números macro parecen incuestionables pero que, al mismo tiempo, esconde una de
las peores desigualdades del continente y expone a una mayoría de la población
a convivir con un Estado cuyo servicio de salud público es deficitario, una
educación básica y universitaria inalcanzable para la mayoría y un sistema de
jubilación, de capitalización individual, fuertemente criticado. Todo esto en
el marco de una transición democrática que, a diferencia de Argentina, garantizó
la impunidad para la dictadura y sostuvo el plan económico que ésta impuso.
Por su parte, Evo Morales, perteneciente a la etnia aymara y
primer presidente indígena de la historia de Bolivia, llevó adelante el milagro
de estabilizar, levantar y dinamizar al país más atrasado de la región con
políticas de nacionalizaciones e impulso del mercado interno sin que ello
derive en grandes desequilibrios del gasto público. Desde el 2006, año en que
asumió, a la fecha, el PBI de Bolivia pasó de 9000 M a 40000 M de dólares; la
pobreza extrema se redujo del 38% al 15%; el desempleo bajó de 8,1% a 4,2% y el
salario mínimo pasó de 60 a 310 dólares. Sin embargo, parece estar padeciendo
la gran dificultad de los líderes carismáticos y las construcciones verticales:
la sucesión. Todo esto, claro está, en el marco de una sociedad cuya
fragmentación es clasista pero también étnica a tal punto que durante su
gobierno, allá por el año 2008, la “Bolivia blanca y rica” del oriente que
limita con Brasil, buscó la secesión de la “Bolivia indígena y pobre”. Hasta
dónde llegará la escalada esta vez no lo sabemos.
Ecuador, por su lado, con una economía dolarizada de la cual
no ha podido salir ni siquiera el gobierno de centro izquierda de Rafael Correa,
tiene poco margen para políticas redistributivas, posee instituciones
democráticas enormemente débiles y un movimiento indígena autónomo que ha sido
belicoso no solo con Lenín Moreno sino también con el gobierno de Correa. Aquí,
al igual que en Chile, el enorme conflicto no se canaliza en vías
institucionales ni hay partidos tradicionales capaces de ponerse a la cabeza
del reclamo.
Para concluir, entonces, más allá de las épicas continentales
que piensan una “Patria grande”, épicas bien fundamentadas en experiencias del
pasado y objetivos proyectados a futuro, Latinoamérica no es una sola y cada
país tiene particularidades que hacen muy difícil ubicar los sucesos en
categorías comunes. Máxime cuando ni siquiera parece estar clara la tendencia
ideológica hegemónica como ocurrió en los 80, cuando fueron gobiernos socialdemócratas
los que hicieron la transición para salir de las dictaduras; en los 90, con la
irrupción de gobiernos neoliberales que llevaron adelante el programa del
Consenso de Washington, o en los primeros quince años del siglo XXI donde
primaron gobiernos de centro izquierda y populares. La hegemonía continental no
está clara y está en disputa porque lo que parecía ser la reconstrucción de una
Latinoamérica de gobiernos conservadores y neoliberales con Macri y Bolsonaro a
la cabeza está tambaleando no solo porque Maduro resiste, sino porque existe
AMLO en México, volvió el peronismo a la Argentina, Moreno y Piñera, pero
también Brasil, se encuentran en problemas, Perú no cesa de cargarse
presidentes, la elección en Uruguay está abierta y Morales continuaría en
Bolivia. Con todo, no puedo dejar pasar por alto que, desde mi punto de vista,
se equivocan quienes desde las izquierdas hacen una lectura rápida y optimista
de estas dificultades objetivas por las que estarían pasando los gobiernos
neoliberales. Y la razón es la siguiente: el sujeto político que está
disputando con los gobiernos neoliberales no es el mismo y no parece
mayoritariamente estar exigiendo “la patria socialista”. Más bien, ese sujeto
político resulta difuso y si tomamos como un conjunto a todos aquellos que
están en las calles en los países mencionados encontraremos, claro está, anarquistas
y socialistas pero también secesionistas, conservadores, jóvenes,
pertenecientes a minorías disímiles, y sobre todo, miles y miles de ciudadanos
con demandas individuales insatisfechas que no pretenden salirse del
capitalismo sino ser incluido en él, incluso, dentro de modelos liberales o
neoliberales. Esto significa que hay una crisis de los modelos neoliberales
pero también hay crisis transversales a los modelos económicos ya que, en mayor
o menor medida, en todos los países, hay descontento, sociedades polarizadas, fracturas
entre la sociedad civil y las elites, crisis de los partidos, violencia e
instituciones que parecen no dar cuenta de las demandas y de la celeridad de
los tiempos. En otras palabras, estas características mencionadas se encuentran
presentes también en sociedades que han elegido gobiernos con miradas
alternativas al neoliberalismo. Por ello es innegable que en Latinoamérica hay
crisis de los modelos neoliberales pero esta crisis es también algo más que la
crisis del neoliberalismo.
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