Que el títere, que el doble comando, que Cristina es Saturno
devorando a sus hijos, que en el peronismo la nueva jefatura siempre acaba con
la anterior… las especulaciones respecto a la relación entre Alberto y CFK
abundan y naturalmente no son más que eso: especulaciones. Pero dado que no son
más que eso, me permitiré realizar las propias en función de cierto
conocimiento de los actores, de la política, algo de información y una buena dosis
de intuición. ¿Puede fallar? Claro.
Es verdad que en estructuras verticalistas no pueden
coexistir dos liderazgos. Sin embargo, tal como se puede inferir del libro Sinceramente, CFK piensa su relación con
Alberto como el de una sociedad y así busca “reeditar” la que tuvo con Néstor
en la medida en que acabó reconociendo que la muerte de él generó un vacío en
lo que respecta a la construcción política. Por otra parte, está claro que será
Alberto quien tome las decisiones y quien dude de ello lo hace porque no conoce
el carácter de Alberto. Pero además, ello se sigue del respeto que CFK tiene
hacia la institucionalidad y las jerarquías y sobre todo porque, al menos desde
mi punto de vista, CFK ha decidido correrse a un costado. Es decir, el gesto de
decidir ser la segunda en la fórmula es también el gesto de quien ya no
quiere/no puede cargar sobre sus espaldas la responsabilidad de una
presidencia. Suelo decirlo en este espacio: para mí CFK ya estaba “afuera”
antes de 2017 y fue la presión de su entorno y la responsabilidad de saberse
líder de su espacio lo que la hizo volver a presentarse aun sabiendo que era
una batalla perdida. Asimismo, si participa en 2019 en medio del difícil cuadro
de salud por el que atraviesa su hija, es porque se sabe portadora de un
importantísimo caudal de votos que es necesario garantizar en un traspaso hacia
nuevos dirigentes. Este “estar afuera” o aportar ya no desde la centralidad
sino desde un costado, no supone, obviamente, que CFK acepte ser una figura
decorativa. Por el contrario, entiendo que CFK fue determinante en el armado de
la provincia de Buenos Aires y en la configuración del Senado a tal punto que
uno de los conflictos allí tiene que ver con su deseo de imponer quién lidera
el bloque. Entonces podrá, por supuesto, sugerir nombres para el Gabinete, en
cajas como el PAMI, inundar de militantes de su núcleo duro las segundas y
terceras líneas pero la apuesta fuerte por el futuro del cristinismo está en la
provincia de Buenos Aires y en el Senado.
En cuanto al albertismo no existe hoy algo así. En todo caso,
el albertismo es un conjunto de dirigentes del peronismo de la capital, -entre
ellos Víctor Santamaría, si es que se confirman algunos de los nombres del
gabinete que responderían a él-, pero por ahora es, sobre todo, nestorismo.
Naturalmente, con Cristina al lado no dirá “El nestorismo soy yo” pero
pareciera, analizando sus discursos, que él intenta posicionarse como un
continuador de aquel kirchnerismo originario, pregrieta. Las circunstancias no
son las mismas y llega con enorme legitimidad y con un apoyo popular claro pero
entiende que serán clave sus primeros meses para obtener aun mayor legitimidad
porque, a diferencia del 2003, tiene un país dividido en mitades y no
fragmentado en pedazos. Además, lo que se ve en estos días es nestorismo puro:
movidas políticas en secreto, gestos simbólicos y potentes como posicionarse
sin ambages frente a lo que sucede en
Bolivia, reunir al grupo de Puebla en Buenos Aires, aparecer imprevistamente en
la presentación de un libro sobre el caso de una mujer que acabó presa por un
aborto y tomar posición acerca de la necesidad de legalizarlo, etc. Y será
nestorismo si se confirma una figura como Nielsen en Economía ya que
probablemente Alberto entienda, al igual que lo confesara Néstor Kirchner ante
una pregunta de Orlando Barone, que en determinadas situaciones de debilidad
hay que dar señales y esas señales a veces imponen una figura de perspectiva
pragmático/liberal antes que “un flaco Kunkel”.
El
albertismo, entonces, si es que llegara a constituirse, se hará sobre la base
del nestorismo originario, distinguiéndose o asimilando una parte del
cristinismo y surgirá del equilibrio inestable entre los distintos espacios que
forman el FDT. Si se logra consolidar un adversario común, el escenario de los
conflictos objetivos se mantiene en el tiempo -por ejemplo, una renegociación
de la deuda que se extienda más de lo previsto-, y la economía, entrando el año
2021 empieza a dar muestras de estabilización, el presidente tendrá algo de
tiempo para construir su propia fuerza. Si eso no sucediese, a las presiones
externas de los adversarios objetivos, le sobrevendrán las presiones internas.
Paradójicamente puede que éstas sean las más preocupantes.
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