El debate, como la elección, todavía no sucedió, pero ya hay
un ganador: el periodismo. Efectivamente se confirmaron los moderadores de los
dos debates presidenciales que habrá antes del 27 de octubre y del tercero que
habría en caso de resolverse la elección a través de un balotaje. Lo primero
que surgió, y de hecho es bastante evidente, es que todos los elegidos son periodistas y
son periodistas que, salvo quizás algún caso puntual, pertenecen al
establishment corporativo y a medios nacionales. ¿Cuántos votos sacaría Alberto
Fernández entre los 12 periodistas seleccionados? Sí, adivinaste.
Pero ese no es el punto más relevante más allá de que hubiera
sido deseable que, si es que los moderadores van a ser periodistas, se los
hubiera elegido dentro de un espectro ideológico más plural y con un perfil más
federal. Entonces vayamos a lo central: por qué deben moderar periodistas y por
qué debe haber debate.
Empezando por este último aspecto, la idea de debatir goza de
buena prensa y está muy bien que así sea pero el debate es algo más que
enfrentar a un grupo de personas con opiniones diferentes. De hecho podría
decirse que especialmente la televisión ha hecho del panelismo debatidor su principal
usina de rating, sea en el formato de programa de espectáculo, político,
deportivo o magazine. Siempre un montón de gente, presuntamente, debatiendo. Hablemos
sin saber pero hablemos. Construyamos que sobre todas las cuestiones siempre
hay dos posiciones de igual valor: tierra redonda vs. tierra plana; vacunas vs.
antivacunas; 678 vs. Clarín. Todo es lo mismo y si es todo lo mismo y se pueden
identificar los polos yo puedo hacerles creer que estoy en el medio porque
todos son lo mismo menos yo.
Pero el debate supone una virtud en quienes se enfrentan: la
escucha y el asumir la condición de falibilidad de sus argumentos. Es decir,
para que el presunto debate no se transforme en un monólogo cronometrado donde
cada uno dice lo suyo, es importante que quienes intervengan tengan la aptitud
de abrirse a la escucha y sobre todo, reconozcan que, al fin de cuentas, aun
las más íntimas convicciones son falibles y deberían ceder ante una buena
argumentación. Pero nada de eso estará presente en el debate, en ninguno de los
candidatos porque tampoco existe esa apertura en los televidentes. Es que nadie
mira el debate para escuchar razones sino solo para poder presumir al otro día
que ganó “el nuestro”. Y salvo algún caso excepcional como podría ser el famoso
debate en el que Kennedy vapuleó a un Nixon desconocedor de las más mínimas
estrategias comunicacionales, los candidatos van tan preparados para no salirse
de su libreto que no habrá “ganadores objetivos” sino televidentes que
interpretarán que el candidato que votaron estuvo más sólido que el adversario.
Por otra parte, en caso de haber un ganador en el debate, ese triunfo no
probaría necesariamente la solidez del modelo defendido sino simplemente que el
ganador es un hábil discutidor. Saber debatir es un mérito importantísimo, como
saber comunicar y llegar a la ciudadanía pero no garantiza saber gobernar y
menos aún llevar adelante un modelo inclusivo.
En cuanto a por qué se impone que los moderadores deban ser
periodistas y no cualquier otro ciudadano que pudiera ostentar otro título
profesional o, simplemente, cualquier ciudadano de a pie, es lo que se viene
discutiendo en los últimos años y se enmarca en esa disputa que incluía a un supuesto
periodismo militante que se distinguiría de un periodismo profesional que sería
neutral, independiente y objetivo. He escrito bastante al respecto así que
deberé repetirme. Pero seré sintético: nadie en su sano juicio puede defender
un periodismo militante entendido como un periodismo que acomoda la realidad a
los intereses facciosos. Pero nadie tampoco puede defender el mito del
periodismo neutral, objetivo e independiente, mito que es de creación
relativamente reciente, allá por las últimas décadas del siglo XIX.
Y cuando se advierte que el periodismo no ocupa ese pretendido
espacio de mediación con la sociedad civil, es que los periodistas se enojan
porque ellos necesitan aparecer como el reflejo de las necesidades de la
sociedad, ser los fiscales de la nación y los guardianes de la moral. Este
enojo atraviesa a todos los periodistas, sean de derecha o de izquierda
refugiados en el coreacentrismo, ese que crea los mencionados polos ficticios y
presuntamente equivalentes para poder vendernos neutralidad y votar en blanco.
Porque antes que de derecha o de izquierda los periodistas son periodistas.
Esto significa que un periodista de derecha puede aceptar a uno de izquierda y
viceversa pero lo que no pueden aceptar es que alguien diga que los periodistas
no son el termómetro de la democracia ni de la república, que están lejos de
ser un espejo de la realidad, y que más lejos aún están de ser los que atacan
al poder real. De hecho, muchas veces son cómplices del mismo y en general, por
más que aparezcan como modernos y aggiornados, siguen repitiendo como loros el
verso decimonónico de que ser crítico del poder es tener que criticar al
gobierno de turno como si los gobiernos de turno fueran el poder cuando el
verdadero poder está en las corporaciones que contratan a esos mismos
periodistas.
Al periodismo no le molesta que haya programas oficialistas
porque el periodismo ofrece todo el tiempo programas oficialistas o críticos dependiendo
de si el gobierno de turno está o no alineado con el poder real. Lo único que
le molesta es que haya programas que muestren el hilo de la marioneta. Por eso
el periodismo acepta perfectamente que se discuta la lista de los periodistas
que estarán en el debate pero nunca aceptaría que se discuta por qué tienen que
ser periodistas los que estén moderando, los que aparezcan como el justo punto
medio de los intereses partidarios. Eso no se puede tocar. Y si lo tocás, ya te
llegará la lección disciplinadora en forma de lista negra o de rumor de lepra
contagiosa. Sí, lo siento. Es así. Incluso ese canal que te gusta y que tiene a
los periodistas que hoy considerás héroes mañana virará si los intereses así lo
determinan.
Alberto Fernández sabe que es una trampa, sabe que todos los
candidatos, por ser el más votado, lo atacarán a él pero debe ir porque el
costo que tendría su ausencia implicaría una cadena nacional privada de días
enteros machacando la afrenta democrática que supondría decir “no” al
espectáculo y poner en entredicho el lugar de mediación, ese espacio inmaculado
e intocable de los periodistas que dicen estar en el medio de vaya a saber qué.
Por eso, cuando le preguntan a Alberto Fernández
obsesivamente si va a volver ese programa llamado 678 en realidad lo único que
le están preguntando es si va a permitir que se ponga en juego el papel de
mediador inmaculado que pretende el periodismo. Eso es lo único que importa. Y
con el debate, ese espacio de privilegio está garantizado. Por ello, el debate
no lo ganará ninguno de los 6 participantes. El único que lo ha ganado y lo ha
ganado de antemano, es el periodismo.
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