En la convulsionada Italia, esta semana, el joven filósofo
Diego Fusaro acaba de fundar un nuevo partido denominado Vox Italiae, que se presenta como el único partido soberanista,
populista y socialista. En una entrevista con La Tribuna del País Vasco, publicada el lunes 16 de septiembre, Fusaro
explica el contexto y la necesidad de emergencia de este nuevo espacio: “En
Italia tenemos partidos globalistas de derecha (Forza Italia de Berlusconi), partidos globalistas de izquierda (PD de Mateo Renzi y las otras formas de
la izquierda fucsia y arcoíris), partidos soberanistas y liberales (Lega, Fratelli d´italia). No hay ningún partido que sea a la vez soberanista,
populista y socialista, keynesiano y no thatcheriano, partido para las clases
trabajadoras y no para el capital. Este partido es Vox italiae. La soberanía es, sin duda, la condición de la
democracia, pero no es suficiente. La soberanía se dice de muchas maneras:
Bolsonaro –un servidor de Estados Unidos, un liberal puro- no es Putin, Putin
no es Evo Morales, etc. Por cierto, no tiene nada que ver con Vox España, que es soberanista pero
liberal. Después de la desintegración del gobierno gialloverde hubo una tragedia: el gialloverde era populista y soberanista con identidad y tendencias
socialistas. Ahora el Movimiento 5 estrellas ha vuelto a fluir hacia la
izquierda cosmopolita fucsia y La liga hacia la derecha liberal azul. Cualquiera
que sea el bando que gane, gana el liberalismo”.
Como usted notará, esta breve declaración repleta de
conceptos, colores y tradiciones merece algún desarrollo y es una buena excusa
para indagar en el pensamiento de Fusaro y en la plausibilidad de su propuesta.
El primer ingreso más o menos masivo al debate público latinoamericano de este
filósofo nacido en Turín en 1983, deudor de las ideas de Hegel, Gramsci y Marx,
entre otros, fue en 2016 cuando viajó a La Paz para presentar su libro Capitalismo flexible, precariedad y nuevas
formas de conflicto, junto al Vicepresidente de Bolivia, Álvaro García
Linera, reconocido por su trayectoria intelectual. Sin embargo, en el campo del
mundo de habla hispana comenzó a tener visibilidad particularmente durante
2019, año en el que brindó varias entrevistas a medios españoles, algunas de
las cuales tuvieron repercusión gracias a sus afirmaciones polémicas.
Enormemente prolífico, varios de sus textos, además del mencionado, ya se
pueden conseguir traducidos en toda Iberoamérica, aunque yo me serviré de una
compilación de artículos suyos escritos entre el año 2016 y 2018 que
recientemente acaba de publicar la editorial argentina Nomos con el título de El contragolpe. La razón es que en esta
edición es posible encontrar, sino un sistema acabado de su pensamiento, al
menos varias de las aristas del mismo. En Argentina en particular, Fusaro está
teniendo buena recepción porque, exceptuando detalles que aquí no vienen al
caso, su propuesta no difiere demasiado de la columna vertebral de ese ente
inasible que suele ser para los no argentinos -y para muchos argentinos también-
el peronismo, a tal punto que en ciertos círculos se podría bromear con que
Fusaro es peronista pero aún no se ha dado cuenta.
Más allá de eso, Fusaro intenta romper con esta idea de que
quien afirma que no es de derecha ni de izquierda, es de derecha. Y no rompe autodefiniéndose
de izquierda o a través de alguna salida posmoderna y pospolítica sino
reivindicando una idea de nación antiglobalista -pero tampoco nacionalista- que
él denomina: “Interés nacional”. No es fácil a simple vista imaginar cómo lo logra
pero Fusaro afirma, en la línea del jurista alemán bien conocido por los
españoles, Carl Schmitt, que el globalismo, en nombre de la defensa de valores
universales, deviene despotismo universal y que lo que hay que resaltar es el
valor particular de cada una de las naciones en una coexistencia que transforme
al mundo en un “pluriverso”. Antikantismo, mezclado con schmittianismo y una
pizca de herderianismo interpretado en clave relativista le dan a Fusaro las
herramientas para criticar ferozmente a la Unión Europea en tanto presunto
instrumento de imposición de una visión monocromática del mundo regido por la
violencia del capital desterritoralizado.
Pero más allá de la apelación al concepto de nación, Fusaro,
quien es criticado por la izquierda, que lo acusa de ser un Caballo de Troya
del conservadurismo de derecha, y es criticado por la derecha, gracias a su
reivindicación de ideas socialistas, entiende que la superación de la dicotomía
“izquierda y derecha” no tiene que ver con la negación de las ideas y valores
de la izquierda y la derecha sino con un tipo de fusión muy particular.
Se trata de aunar ideas de izquierda como el trabajo, los derechos
sociales, el sentido social de la comunidad, el bien común y la solidaridad
antiutilitarista con valores de derecha, a saber: Estado nacional patriótico
como límite a la privatización liberal, reivindicación de la familia contra la
atomización individualista, rescate de la lealtad y el honor contra el imperio
del mundo efímero y líquido del consumismo liberal, y regreso a una religión de
la trascendencia frente a la religión del mercado en su forma de ateísmo
nihilista de la mercancía.
La apelación a estos supuestos valores de la derecha son los
que más desconciertan a la crítica pero hay que entenderlos en la línea de la
reivindicación que Fusaro realiza de toda aquella tradición que comienza en
Aristóteles, con su reivindicación del hombre como un animal político que solo
puede realizarse en comunidad, atraviesa autores medievales neoaristotélicos, y
culmina en la noción de eticidad hegeliana, línea que también da lugar a buena
parte de lo que se conoce como Doctrina social de la Iglesia, tradición de la
cual abreva el Papa Francisco (más allá de que Fusaro discrepe con éste en lo
que respecta a la temática de la inmigración).
Es desde aquí que Fusaro critica a las izquierdas posmodernas
y a las políticas de la identidad porque las identifica con una mutación al
interior y funcional al capitalismo financiero, algo que también observamos en
este mismo espacio cuando repasamos las críticas que hacía Daniel Bernabé en su
libro La trampa de la diversidad. De
hecho, Fusaro coincidiría con el español en que “el Mayo francés” no fue una
revolución contra el capital sino la condición de su continuidad. En este
sentido, aquel episodio que las izquierdas recuerdan con dejo de nostalgia
simplemente permitió el fin del capitalismo fordista de derecha para dar paso a
un consumismo ilimitado de izquierda tal como él denomina llamativamente al
actual momento de la etapa financierizada del capital. El Mayo del 68 no fue,
entonces, una revolución contra el capital sino una revolución contra los
valores de derecha de la burguesía -ética del límite, autoridad, figura del
padre, religión de la trascendencia, comunidad tradicional- que se habían
transformado en un dique para las nuevas necesidades del capital. “La
imaginación al poder” no devino utopía socialista sino anarco-capitalismo. Ganó
Nietzsche antes que Marx. Cayeron los valores burgueses y el capital pasó a ser
comandado por valores de izquierda o que, al menos, la izquierda no ha sabido
contrarrestar cuando ha posado sus ojos en las políticas de identidad olvidando
que la disputa esencial sigue haciendo la que se da entre el capital y el
trabajo.
La defensa de la familia, la comunidad y toda esa estabilidad
que brindaba la eticidad de la modernidad hace que Fusaro arremeta contra todos
los discursos de la corrección política que hoy inundan los debates públicos.
Así, por citar algunos ejemplos, en un contexto donde los medios de habla
hispana discuten sobre un video viral en el que un grupo de veganas acusan a
los gallos de violar gallinas, Fusaro afirma que el ataque contra la ingesta de
carne es parte de la pretensión de hegemonía cultural del pensamiento único
globalista impuesto por los demócratas norteamericanos para atacar las
particularidades de las culturas en formato “gastronómicamente correcto”.
Asimismo, contra el avance de la idea de la pluralidad de
géneros, las identidades sexuales autopercibidas y flexibles, Fusaro indica que
la glorificación de la soltería, homo o hetero, sumado a lo que él entiende que
es la figura del “Trans” como reemplazo de la figura de “el padre”, no hace más
que representar las necesidades de un capital que busca la destrucción total de
las identidades estables para poder circular libremente adoptando una flexibilidad
tan radical como para ser capaz de poner en tela de juicio lo que para el
italiano es un dato de la biología.
Además, y a propósito de lo que mencionábamos anteriormente, está
su disputa contra el llamado del Papa Francisco a acoger la inmigración que
llega a Europa. En este punto Fusaro entiende que, en nombre de los valores
universales de la dignidad humana, asistimos a una era del Homo migrans creada a imagen y semejanza del capital. Así, detrás
de una buena causa como “salvar inmigrantes” estaría toda una política de
“exportación” de mano de obra esclava que necesita circular sin derecho alguno
para producir de manera más barata. La inmigración masiva sería una escena más
de la gran carrera del capital líquido por hacerse cada vez más líquido y así
acabar con la noción de comunidad y la idea de pueblo que tanto parece
incomodar a las izquierdas. Para Fusaro, entonces, estas izquierdas, lejos de
ser revolucionarias, son hijas de la modernización del capital que significó el
Mayo del 68 y es por eso que sus reivindicaciones están lejos de ser
antisistema. Estas izquierdas, dice, en la página 63 de El contragolpe “Son antifascistas en ausencia del fascismo para no
ser anticapitalistas en presencia del capitalismo”.
Para finalizar, el italiano indica que la lucha de clases no
ha terminado pero que, en todo caso, ya no enfrenta a una clase burguesa contra
el proletariado sino a una oligarquía financiera contra un precariado
conformado por los exproletarios y las exclases medias hoy completamente
precarizadas.
Podrá decirse que es ambicioso, que tiene contradicciones,
que otros lo han dicho antes e incluso que puede estar equivocado. Pero eso sí:
nadie podrá decir que Fusaro evita las polémicas.