El escenario político de la Argentina cambió drásticamente
desde el 12 de agosto y el posicionamiento de la mayoría de los que participan
de una u otra manera en el debate público está virando de un modo asombroso,
especialmente en aquellos que abiertamente apoyaron al oficialismo y ahora
temen naufragar junto a éste gracias a lo que parecería ser un fin de ciclo.
Hago énfasis en ellos porque la moderación de Alberto
Fernández ha sido una constante. En todo caso, lo que se exigía en la campaña
del Frente de Todos era moderación en otros actores del espacio, algunos muy
afectos a las luces de las cámaras y la amplificación de los micrófonos, pues a
pesar de no tener relevancia política sus exabruptos y su “librepensadorismo”
era tomado por los adversarios como la palabra representativa del espacio
panperonista. Por suerte para el Frente de Todos, las apariciones públicas de
los aquí referidos se han hecho más esporádicas y es una bendición para un
Frente al cual le ha surgido una dificultad que pocos tomaban en cuenta: las
PASO lo posicionan como virtual ganador pero para las elecciones que lo
confirmarían faltan dos meses. La crisis del país y de un gobierno que se ha
deslizado en la metáfora animal de “gato” a “pato rengo” y que busca
insólitamente endilgar, o al menos compartir, culpas con la oposición, sumado a
la ansiedad de los periodistas, está obligando al Frente de Todos a dar
definiciones que en otro contexto podrían esperar. Especialmente en materia
económica, Alberto Fernández está cada vez más compelido a exponer sus
referentes. Sin embargo, parece llevar adelante una estrategia inteligente:
varios economistas de distintas trayectorias y tradiciones. Desde el que insulta
a Kicillof hasta el viceministro de Kicillof. Hay que dar respuestas pero sin
mostrar todas las cartas. Desde este punto de vista, el famoso Teorema de
Baglini, aquel que indica que en la medida en que alguien se acerca al poder
empieza a asumir responsabilidades y a moderar sus posiciones, se cumple a
medias puesto que, insisto, si hablamos específicamente de la figura de Alberto
Fernández, incluso reconocido por muchos de sus adversarios, lo que ha primado
es la moderación.
En todo caso, lo que ha aparecido es un “Teorema del
periodismo macrista” que usted podrá personalizar con quien corresponda, por el
cual podría decirse que el periodismo oficialista macrista se hace
independiente y crítico en la medida en que el gobierno al que apoyaron pierde
las elecciones. Es una suerte de contrapartida del Teorema de Baglini porque
aquí lo que los hace moderar sus posiciones no es la cercanía con el poder
sino, justamente, el hecho de que se alejan de él.
No es relevante si este viraje se da por un temor infundado o
por un espasmo de dignidad pero lo cierto es que siendo moderados o haciendo
periodismo de guerra siempre han podido trabajar y desarrollar su profesión. No
tuvieron esa suerte muchos colegas que fueron críticos de este gobierno y, tal
como advirtió un presentador del canal América días atrás, han sido incluidos
en listas negras además de padecer una campaña de estigmatización impulsada por
periodistas y desde el propio gobierno.
Al que también parece haber afectado “el día después” de la
elección es al poder judicial de Comodoro Py, si bien hace ya mucho tiempo
sabemos que hay sectores de ese poder que ajustan sus fallos a las
conveniencias personales y a los tiempos políticos. Si siempre ha sido así, en
todo caso, el gobierno que venía a restaurar una supuesta República perdida, no
solo no ha acabado con esas prácticas sino que las ha agudizado, en algunos
casos, con connivencias escandalosas.
Con todo, reconozcamos que hay cosas que no han cambiado: la
realidad paralela de Carrió y de algunos referentes mediáticos del oficialismo,
más que acercar votos, acercará acompañantes terapéuticos y dañará a las
instituciones puesto que si el adversario político es definido como una banda
de corruptos, ladrones, insanos, narcos, antidemocráticos, autoritarios,
fascistas, etc. estaremos dinamitando el juego democrático, sobre todo, porque,
además, todas esas acusaciones son falsas.
Además, claro está, si la conclusión que saca el gobierno,
del resultado de las PASO, es que hace falta radicalizar la campaña impulsando
discursos fundamentalistas, es muy probable que la derrota en octubre sea aún
más estrepitosa y que el gobierno se pierda la posibilidad de criticar al
panperonismo por mejores y verdaderas razones. A diferencia de los periodistas
actualmente oficialistas, pareciera así que habría un último teorema, la
contracara del de Baglini, que debería rezar que al menos algunos políticos se
radicalizan en la medida en que comienzan a alejarse del poder.
Tenemos entonces tres teoremas posibles: el del radicalizado
que se modera cuando se acerca al poder, el del periodista macrista que se
modera cuando se aleja del poder, y el de algunos políticos que se radicalizan
cuando deben abandonar el espacio que ocuparon.
De todos los teoremas, el más preocupante es este último
especialmente si en el camino que transitan mientras se alejan del poder, estos
políticos y referentes públicos tienen la suerte de encontrar un bidón de nafta
y una cajita de fósforos.
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