Si hay personas más
moralistas que los periodistas de la sección política, son los periodistas de
la sección deportiva. Salvo contadas excepciones, la explosión del deporte como
negocio nos expone a padecer horas y horas de hombres y mujeres que con una
formación, en general, bastante deficitaria, se erigen como portavoces de lo
que está bien y de lo que está mal, de lo que se tiene que hacer y de lo que
no. Y para peor: no asumen sus dichos desde una perspectiva personal sino que
se identifican como referentes del sentir popular; consideran que son un médium
a través del cual el sentido común aflora. Pero además, en las intervenciones
de los periodistas deportivos proliferan toda una gama de metáforas “sociales”
acerca de cómo se comportan y conforman los grupos, y una serie de
explicaciones psicológicas acerca del desarrollo humano individual que no
superan el más mínimo análisis. A los periodistas deportivos sumemos todos
aquellos referentes del fútbol con algún tipo de responsabilidad dirigencial. En
este sentido no deja de llamar la atención cómo, en muchos casos, esa
dirigencia, en nombre de la modernidad y de los “nuevos tiempos”, naturaliza
las fantasías tecnocráticas más burdas, siguiendo, claro está, los senderos que
proponen las dirigencias políticas nacionales. Insisto en que, por suerte, hay
excepciones pero hoy hablaremos de la regla ya que esta breve introducción
viene al caso para reflexionar sobre todos los prejuicios y el fuerte sesgo
ideológico que se encuentra detrás de lo que parecería ser el acto nimio de la
implementación de la tecnología en el fútbol y, en particular, de lo que se
conoce como VAR, esto es, un sistema que permite brindar asistencia técnica a
los árbitros que se encuentran en el césped. Dado que se van realizando
continuos retoques a la reglamentación, diré, en general, que el VAR supone la
existencia de una cabina de videoarbitraje con diversas cámaras de video que
permiten a uno o más árbitros auxiliares junto a otros asistentes, examinar las
jugadas controversiales, en particular, los goles, los penales, la utilización
de las tarjetas y los problemas de identificación de algún jugador.
Las principales ligas
del mundo comenzaron a utilizarlo aunque los que tomaron la iniciativa fueron
los torneos internacionales, sean de selecciones o de equipos. Sin ir más
lejos, hace algunos días culminó una nueva edición de la Copa América en la que
Brasil fue coronado pero varios partidos culminaron en escándalo. A Uruguay le
anularon tres goles en un partido (uno de ellos, como mínimo, con excesivo celo);
a Argentina no le cobraron dos penales claros contra Brasil; Messi fue
injustamente expulsado contra Chile y Perú fue perjudicado en la final contra
Brasil cuando se le sancionó un penal en contra. En la UEFA Champions League
también hubo jugadas polémicas donde el árbitro o quienes lo asisten
tecnológicamente han confirmado o revocado fallos injustamente.
Prácticamente todos los
protagonistas, incluso muchos de los periodistas deportivos que lo pedían a
gritos en nombre de vaya a saber uno qué concepción de la justicia, coinciden
en que la implementación del VAR tal como se ha desarrollado hasta ahora está
desnaturalizando el juego especialmente porque se pierden muchos minutos y toda
jugada de gol, incluso los off side, están
a consideración de la mirada de la tecnología. A juzgar por lo que se ha visto
en la Copa América, en breve, los jugadores dejarán de celebrar los goles para
no quedar en ridículo ante la posibilidad de que éste sea anulado, y los
simpatizantes más cautelosos aguardarán la confirmación de la tecnología para
abrazarse con quien tuvieran circunstancialmente al lado. Perder la
espontaneidad y el goce estético que supone el grito de gol no es una buena
señal pues es de las cosas más lindas del fútbol y es de lo poco del espíritu
amateur que al fútbol de megaestrellas le queda.
Por otra parte, cada
vez resultan más difusos los criterios de la utilización del VAR y el espacio
de discrecionalidad es aún mayor que el que existía antes. Así, lejos, de
brindar mayor transparencia, la sensación de opacidad ha crecido: no se sabe
por qué se analizan determinadas jugadas y otras no; el árbitro del campo de
juego pierde autoridad y las sospechas crecen porque quienes finalmente acaban
tomando las decisiones son aquellos que se encuentran en la sala de
Videoarbitraje.
Pero hay todavía una
pregunta previa, que es la que me interesa indagar porque sospecho que detrás
de la implementación del VAR hay toda una concepción tecnocrática del mundo,
aquella que considera que la tecnología está asociada a la transparencia y que
ésta viene a solucionar todas las injusticias del deporte y del mundo; que los
sistemas de derecho funcionan deductivamente sin opacidades, sin lagunas y sin
discrecionalidad; y, asociado a este último punto también, que todo lo
existente puede reducirse en última instancia a un dato duro, a un hecho
incontrovertible. Y todo esto es falso más allá de quien reflexiona aquí no
caiga en la moda de los relativismos tontos que creen que todo es una
construcción social y que la materialidad del mundo es un invento de gente muy
mala que quiere someter a otra. Dicho de otra manera, hay una materialidad
existente, hay datos, hay hechos pero también hay interpretación,
intervenciones subjetivas que interactúan, perspectivas que no hacen que todo
valga lo mismo pero que no pueden tampoco dejarse de lado en función de algún
ideal positivista decimonónico. Sin entrar aquí en un debate epistemológico,
esto sirve para la percepción general de la realidad como para pensar la
complejidad de los sistemas de derecho, entre los cuales me permito incluir el
reglamento de un deporte como el fútbol. Subsumir un hecho en una determinada
categoría de un sistema de derecho supone una interpretación del mismo como
evaluar la intención de una infracción en el área supone una enorme cantidad de
saberes y empatías que la sola imagen no brinda. Distinto, claro está, puede
ser determinar si una pelota cruzó o no una línea, pero la gran mayoría de las
jugadas controversiales, incluso las del off
side en las que también, al fin de cuentas, se trata de trazar una línea
imaginaria, hay controversias y juega, de una u otra manera sobre una base real
y material, cierto sesgo interpretativo. No hay solución para eso más allá de
todas las fantasías tecnocráticas que intentan erigirse como el Ojo ecuánime,
pulcro y transparente de Dios.
Todo esto, claro está,
sin entrar en el debate, aun a riesgo de cierto romanticismo, que plantearía si
la opacidad y, por qué no, la imprevisibilidad, la picardía y el error arbitral
no son parte del mismo juego y uno de los condimentos maravillosos que hacen
tan pasional y emocionante al fútbol. En eso, naturalmente, no es lo mismo un
espectáculo como el fútbol cuyo sentido es también entretener, que un sistema
de derecho que rige las relaciones interpersonales de una sociedad desde una
perspectiva penal, civil, etc., aunque este punto, por supuesto, merecería un
desarrollo mayor.
Quienes consideran que
la opacidad no es parte del juego son los principales impulsores del VAR pero
ahora caen en la cuenta que esa implementación la ha hecho crecer, no ha
eliminado la picardía ni los errores y, por si esto fuera poco, ha aumentado la
sospecha sobre la discrecionalidad y sobre quiénes son finalmente los que toman
las decisiones. Dirán, claro está, que el sistema deberá mejorar su
implementación y seguramente lo hará. Lo que nunca entenderán es que la
supuesta perfección del sistema es inalcanzable porque la interpretación jugará
siempre, sea del referí que está en el campo o de cien asistentes que vean una
imagen desde una cámara. En el caso de un deporte y de un deporte como el
fútbol, que esa perfección mecánica sea inalcanzable puede que sea una
suerte.
La ilusión de la objetividad con observador incluído.
ResponderEliminarMuy buena nota ! Soy de los que pensaba que el VAR podría solucionar muchos problemas de los arbitrajes pero debo asumir que en vista de lo que sucedió en la copa América agravó la situación. Lo que pasó en el partido de Argentina - Brasil fue bochornoso. Y en algunos otros partidos también. En definitiva es mejor que se equivoque el árbitro y el juez de línea en lugar de que se equivoquen seis tipos en una cabina de control.
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