¿Todavía tiene algo
para decirnos el mito de Ulises y las sirenas? Naturalmente, su carácter
clásico y universal, nos lleva a pensar que siempre podremos reutilizarlo para
graficar situaciones en las que queramos resaltar la inteligencia y la
fortaleza de espíritu de un individuo frente a la tentación de fuerzas oscuras.
¿Sin embargo es capaz de describir algunas de las características centrales de
las sociedades en que vivimos? ¿Cuál sería la tentación irresistible de los
tiempos que corren? La respuesta más fácil sería “el consumo” y nos haría
pensar a las sirenas como esas grandes vidrieras o esos anuncios publicitarios
que nos invitan a comprar el último producto de innovación. Sin embargo hay
alguien que hace unos años entendió mejor que nadie qué era aquello
irresistible para nuestra época y lo expresó en un texto que apenas supera la
carilla. Se trata de Franz Kafka quien en 1917 escribió “El silencio de las
sirenas”. Como ustedes recordarán, en el Canto XII de Odisea,
Ulises intenta regresar a Ítaca pero para hacerlo debe atravesar un sinfín de
escollos fantásticos, entre ellos, unos malignos seres que, desde el Medioevo,
son representados como mitad mujer y mitad pez, y que se hallan cerca de las
costas rocosas para desde allí atraer, con sus cantos irresistibles, a los
marineros. Advertido de ello por Circe, Ulises deposita cera en los oídos de
los tripulantes y exige que se lo ate al mástil ante la posibilidad de que la
voluntad flaquee. Con esa estrategia Ulises logra superar a las sirenas pero
Kafka nos propone una reelaboración del mito y nos dice que en aquel episodio,
las sirenas nunca cantaron. Solo hicieron una puesta en escena, movieron la
boca como si estuvieran intentando atraerlo, pero nunca cantaron. Es que las
sirenas habrían entendido que a Ulises, aquel que, según dicen, era tan
magnífico como una divinidad, lo único que le haría daño era la indiferencia.
Kafka lo dice así: “las sirenas poseen un arma mucho más terrible que el
canto: su silencio. No sucedió en realidad, pero es probable que alguien se
hubiera salvado alguna vez de sus cantos, aunque nunca de su silencio. Ningún
sentimiento terreno puede equipararse a la vanidad de haberlas vencido mediante
las propias fuerzas (…) Ulises (para expresarlo de alguna manera) no oyó
el silencio. Estaba convencido de que ellas cantaban y que sólo él estaba a
salvo. Fugazmente, vio primero las curvas de sus cuellos, la respiración
profunda, los ojos llenos de lágrimas, los labios entreabiertos. Creía que todo
era parte de la melodía que fluía sorda en torno de él. El espectáculo comenzó
a desvanecerse pronto; las sirenas se esfumaron de su horizonte personal, y
precisamente cuando se hallaba más próximo, ya no supo más acerca de ellas”.
Este episodio de
indiferencia me recuerda a aquella famosa anécdota entre Diógenes, el cínico, y
Alejandro Magno, cuando este último le pregunta a aquél qué desea y recibe como
respuesta: “que te apartes pues me tapas el sol”. Esa indiferencia frente al
todopoderoso rey macedónico fue un gesto de autonomía a tal punto que la
anécdota suele completarse con una reflexión de Alejandro tras ese episodio. Se
trata de la también famosa afirmación: “Si yo no fuese Alejandro, me gustaría
ser Diógenes”.
En tiempos de una
sociedad del espectáculo o del posespectáculo, en donde exigimos ser vistos y
contantemente nos exponemos, consentidamente, a “ser vistos haciendo algo”, la
reinterpretación del mito de Ulises cobra un sentido particular y nos permite
reflexionar acerca de los valores que se juegan y el por qué de determinados
comportamientos compulsivos que se exteriorizan a través de redes sociales y se
replican en medios masivos.
¿Qué pasaría si frente
a esas puestas en escena hiciéramos silencio como las sirenas? ¿Qué sucedería
si con nuestros actos demostráramos que no nos interesa ni la polémica absurda,
ni la excepcionalidad ni esa foto sexy?
Las preguntas son
retóricas, claro está, pero hacia el final del texto Kafka realiza un giro más,
un giro contemporáneo, demasiado contemporáneo. Allí se pregunta: ¿y qué tal si
Ulises supiera que las sirenas iban a fingir su canto para atraerlo y luego
demostrarle indiferencia? En palabras de Kafka: “Se
dice que Ulises era tan astuto, tan ladino, que incluso los dioses del destino
eran incapaces de penetrar en su fuero interno. Por más que esto sea
inconcebible para la mente humana, tal vez Ulises supo del silencio de las
sirenas y tan sólo representó tamaña farsa para ellas y para los dioses, en
cierta manera a modo de escudo”.
Para
finalizar entonces, podría decirse que del texto de Kafka surge la siguiente
lectura: el mejor remedio contra la vanidad existente es la indiferencia pero una
manera digna de sobrevivir a esta farsa de la exposición y el espectáculo es
formar parte de ella siendo consciente de la misma, jugar el juego sabiendo las
reglas y sabiendo que es un juego. Ni más ni menos que aceptar el “como si” de
todo.
Es
evidente, entonces, que una razonable cuota de cinismo bien puede ayudarnos a
sobrellevar las exigencias actuales sin acudir a una excesiva dosis de
ansiolíticos y antidepresivos. Curiosamente, aprendimos esto leyendo a Kafka.
No hay comentarios:
Publicar un comentario