martes, 1 de mayo de 2018

¿El tercer gobierno de Cristina? (editorial del 29/4/18 en No estoy solo)


Desde este espacio vengo insistiendo en que la mayor fortaleza del gobierno ha sido sostener el monopolio de la expectativa. Efectivamente, apoyado en la instalación de la idea de una “pesada herencia”, siendo la administración presente, Cambiemos ha logrado aparecer como una solución a futuro, una especie de promesa perpetua que se renueva de manera constante. Todos los problemas del presente no son del presente sino una extensión del pasado y esa extensión del pasado se soluciona en un futuro que nunca llega pero del cual se han apropiado los que gobiernan el presente.    
Incluso indagando en algunos relatos de funcionarios y periodistas oficialistas, la sensación que a uno le queda es que Cambiemos no ha asumido la presidencia aún. Así, desde fines de 2015 está Macri en el gobierno pero en realidad se trata de un espacio de transición, un estadio límbico, en el que los editorialistas siguen hablando del gobierno anterior, y la administración actual solo está para solucionar las consecuencias de las presidencias kirchneristas. Las buenas noticias son vistas como indicios de lo bueno que será el futuro y las malas son, en realidad, los estertores del gobierno anterior. Desde este punto de vista, antes que el primer gobierno de Cambiemos, el oficialismo dice administrar lo que sería una suerte de tercer gobierno de Cristina. Y para que quede escrito en abril de 2018, estoy tentado a pensar que en la campaña para 2019, es probable que el gobierno avance en la idea de que la próxima será la verdadera presidencia de Macri, aquella en la que Macri será Macri, y que entre 2015 y 2019 solo se trató de “enderezar el barco” ante las dificultades que tenía el país “y que no supimos comunicar a la sociedad”.
Ahora bien, desde diciembre del año pasado, tras la ley que perjudicó, entre otros, a los jubilados, empieza a ver un resquebrajamiento en el apoyo a Cambiemos, ciudadanos de a pie que se arrepienten y que, eventualmente, podrían cambiar su voto en 2019. Estos ciudadanos hoy quieren cambiar a Cambiemos pero, claro, tampoco tienen en claro a quién votar porque siguen resistiendo al kirchnerismo. Visto así, la situación es bastante particular porque de a poco el oficialismo comienza a perder ese monopolio de la expectativa por sus errores no forzados o, quizás habría que decir, por los aciertos que solo favorecen a unos pocos, pero no hay otra figura o espacio capaz de disputar esa expectativa que es central no solo en economía sino en política. Porque aun cuando fuese una puesta en escena o una vil mentira, hay que generar en el ciudadano una expectativa. Y la oposición no la genera salvo en su núcleo duro. Entonces, la caída en la confianza del gobierno no deviene auge de una figura opositora. En este sentido, puedo equivocarme, desde ya, pero, aun con la grieta a flor de piel, del retroceso del macrismo no se sigue el regreso del kirchnerismo, sino más bien vacío, resignación, antipolítica y fragmentación. Ese escenario puede favorecer al kirchnerismo que en su foro interno entiende que en 2019 no es mala idea seguir el ejemplo de Cambiemos en 2015, esto es, tratar de llegar al balotaje y allí beneficiarse con el descontento hacia el oficialismo. Pero no es tan fácil: no se olviden que el resultado de la crisis de los 90 y 2001 fue una elección que, en 2003, dio ganador a Menem en primera vuelta y a López Murphy tercero rasguñando el segundo puesto. Es decir, la respuesta ciudadana a la crisis de la derecha neoliberal fue una derecha neoliberal más radicalizada. Nada de gobierno popular ni de izquierdas. 
Yo no tengo la fórmula, pero el kirchnerismo, si desea ganar, deberá encontrar el modo de presentarse como una superación, es decir, tendrá que encontrar el modo de que se lo asocie con el futuro y no con un retorno de lo pasado. Porque el “vamos a volver” puede servir como épica interna pero no logrará seducir a los indecisos, del mismo modo que habrá que entender que la noción de “resistencia” no tiene para el ciudadano medio la potencia que tiene para la historia militante. Esto no significa ni abandonar banderas ni un “aggiornarse” a vaya saber qué posmodernos tiempos, pero implica, como mínimo, algo de inventiva y una mayor claridad en los diagnósticos para, entre otras cosas, evitar los vaivenes ideológicos, aquellos que van desde el liberalismo político hasta una trosko agenda que más que ampliar el espectro no hace más que desfigurar la ya de por sí múltiple identidad del espacio kirchnerista.
Por último, para asociarse con el futuro y que quede claro que Macri no está al frente del “tercer gobierno de Cristina”, el cambio en el modo de comunicar es imperioso para el kirchnerismo. En este sentido, si lo que se busca es emular el esmerilamiento que generó la prensa opositora hasta el 2015 pero lo que se ofrece es el voluntarismo de una “comunicación popular”, pseudo periodistas indignados que gritan e insultan al votante de Cambiemos, y “panqueques” que encuentran en la radicalización un sustento material y psíquico, se logrará que mucha gente diga “qué barbaridad” y “Macri la puta que te parió” pero no se volverán a ganar las elecciones aun cuando ya nadie crea las promesas de Macri y la ciudadanía se dé cuenta que este no es el tercer gobierno de Cristina sino el primero de Cambiemos.            

      

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