miércoles, 21 de marzo de 2018

El enigma Vidal (editorial del 18/3/18 en No estoy solo)


María Eugenia Vidal es un enigma por varias razones.
En primer lugar porque no recuerdo de ella una definición política. Tampoco la suscripción a una tradición o el reconocimiento a figuras o escuelas de pensamiento que pudieran ubicarla en algún lugar. Se dirá que es un mérito de ella y quizás lo sea, aunque podría discutirse. Se dirá que es parte de la nueva línea de políticos posmodernos que no construyen partidos sino espacios que, por definición, son siempre “de tránsito”, literales “no lugares”. Lo cierto es que sigo preguntándome: ¿es liberal, Vidal? ¿Es populista? ¿Es peronista? ¿Es conservadora? ¿Quiénes son sus referentes en la historia argentina y universal? ¿Cuál es su mirada geopolítica? ¿Qué piensa de Estados Unidos? ¿Qué sabe de China? ¿Cuál debería ser, según ella, la relación que debe tener Argentina con la región? ¿Con qué escuela económica se identifica, Vidal? Las preguntas pueden seguir y la respuesta ya la conozco: esos no son los temas que le interesen a la gente. Es probable, más allá de que quien escribe estas líneas se considera gente. Con todo, estoy dispuesto a aceptar que una mayoría pueda tener otros intereses o considera que responder a estos interrogantes no resulta lo más relevante a la hora de ser candidata a un cargo público.   
En segundo lugar, Vidal es un enigma porque es desacartonada pero no tanto, moderna pero conservadora, espontánea pero coacheada, dulce pero también “leona” que pelea contra “las mafias” y “el narcotráfico” sin saber del todo qué tipo de entes englobamos ahí. Hasta podría decirse que es un enigma en cuanto a que es una bella mujer pero, a su vez, asexuada, una suerte de belleza circunscripta al goce estético frente al baronismo bonaerense morocho y obeso, una belleza “desapasionante”, que no trasunta sexualidad y que naturalmente no tiene pareja porque ella se presenta, ante la sociedad, antes que como mujer, como madre. Vidal tiene, además, un actitud cansina, a pesar de ser muy trabajadora, con exceso de mohines y un discurso que exuda voluntarismo oenegista.
Como tercer elemento a destacar podría decirse que Vidal es la candidata perfecta porque es parte de la construcción de Macri desde prácticamente sus inicios, ocupando lugares de relevancia y, a su vez, no tiene historia ni prontuario personal o familiar. En este sentido no es un CEO ni viene de “ese palo”. Así, siendo PRO es “NeoPRO”, una promesa presente de eterna novedad, una complicidad responsable de lo que sucede hoy pero que es vista como el recambio del cambio, la retaguardia amable, la contención necesaria para el momento en que la paciencia social se agote.
Su discurso, en particular, y a diferencia de los referentes CEO del PRO, es más social aunque por tal se entienda una suma de individuos y nunca un colectivo. Pero a su vez, y en esto coincide con las construcciones políticas que emergieron en Latinoamérica como respuesta a los gobiernos populares, su discurso referenciado en pequeñas historias, o en la política como el arte de la resolución de los casos concretos, trasforma su punto de vista en algo similar a una aplicación de teléfono celular. Es una “política app” en el sentido de que no interpela, no relaciona, no genera narrativas ni compromisos. Solo se la descarga para resolver una situación, sea un paro docente o la falta de cloacas. Resuelto el problema se la desinstala porque ocupa espacio en la memoria. La “política app” es efectiva además porque no exige mucho del ciudadano y en eso se distingue de la lógica sacrificial que impulsa la militancia tradicional que te exige ir a la marcha, militar en las redes, convencer al vecino, sentirte hermano de la patria grande, no comprar dólares, pensar que la patria es el otro y, en alguna época, dar la vida por la causa.
Por último, la forma de hacer política que resume a Vidal es el timbreo. Por un lado, porque ejemplifica el momento pospolítico en el que se considera que el ciudadano común ya no tiene ningún incentivo para movilizarse a un estadio o ganar una calle en apoyo a un referente, a tal punto que es el propio político el que debe movilizarse casa por casa. Y, por otro lado, enlazado con esto, hay otro aspecto interesantísimo que es el desplazamiento del “decir” al “escuchar”. María Eugenia Vidal y el PRO no “dicen” nada porque, justamente, “escuchan”. De hecho, podría ser un slogan de campaña, más allá de que alguien podría objetar que escuchan solo algunas cosas y con sus actos dicen bastante. El político tradicional, o al menos eso pretendíamos de él, tal como se demuestra haciendo la lista de los más recordados, tenía un vínculo de escucha con el pueblo o la ciudadanía pero sobre todo tenían un “decir”, esto es, tenía un plan, un proyecto, una propuesta y las mayorías se veían representadas o no en este decir. Al gran líder se lo seguía por lo que decía y no por lo que escuchaba, de aquí que, en general, fueran grandes oradores.
No faltará oportunidad para seguir reflexionando sobre el enigma María Eugenia Vidal. Un enigma que en dos o seis años puede ser presidente de los argentinos.   


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