Probablemente una de las más
grandes paradojas de la “era internet” sea la profundización de los
microclimas. Efectivamente, quienes encontraban en el desarrollo de la web la
panacea de la sociedad abierta y la globalización de una serie de valores
comunes, se enfrentan cada vez más con el fenómeno de usuarios que buscan
revalidar sus prejuicios contactándose con quienes piensan como ellos y
accediendo a los debates de la opinión pública a través de sitios con una línea
editorial con la que se coincidía previamente. Pasamos así de una internet que prometía
ser la biblioteca de Babel borgeana a una cloaca de enjambres difamadores, fake news, posverdad y comisariatos
lingüísticos de la corrección política.
En la Argentina, cuando hablamos
de microclimas, en este caso, propios de la soledad del poder, mencionamos lo
que se conoce como “Diario de Yrigoyen”, haciendo referencia a una vieja
leyenda urbana que afirma que a quien fuera presidente del país entre 1916-1922
y 1928-1930, Hipólito Yrigoyen, un grupo de asesores le escribía un diario
apócrifo con una realidad hecha a medida de sus deseos.
Nunca se pudo probar que tal
diario hubiera existido y hay buenas razones para suponer que se trató de una
campaña de desprestigio, pero lo cierto es que hasta el día de hoy, los
ciudadanos de a pie utilizamos la referencia a aquel diario como ejemplo de la
desinformación o ausencia de vínculo con la realidad.
Sin embargo, la metáfora clásica
que suele utilizarse para episodios de alienación, manipulación o hiato en la relación
con el mundo y la verdad, es la utilizada por Platón en República. Me refiero, claro está a la “Alegoría de la caverna”.
Como todos ustedes saben, el prisionero cree que la realidad son aquellas
sombras que se reflejan en la pared y solo escapando de allí, al observar el
sol, comprende que había vivido engañado y que la realidad era otra. Esa
distinción entre ser y apariencia, ha marcado a fuego la cosmovisión occidental
más allá de que algunas de las nuevas generaciones lo hayan descubierto en el cine
con Matrix.
Sobre esta base, cabe
preguntarse, como ciudadanos de a pie, si en estos tiempos en que cualquier
dispositivo nos permite inmediatamente contactarnos con otros o acceder a
cualquier tipo de información, podremos salir de nuestras propias cavernas o
advertir cuándo nos están escribiendo nuestros diarios de Yrigoyen. Trataré de
no caer en una respuesta taxativa asumiendo que me expondría a la excepción
pero debo confesar que creo que transitamos una época enormemente paradojal en la que la mayor
conexión no redunda en una mayor apertura. Esto obedece a que el hombre ha
devenido Homo algoritmus, esto es,
una entidad esencialmente manipulable. Usted dirá que el hombre ha sido siempre
manipulable y está en lo cierto pero estamos en una etapa en la que la
manipulación se hace en nombre de la libertad, como en nombre de la libertad
aportamos nuestros datos voluntariamente a una tecnología al servicio de
nuestra ansiedad y perfil de consumidor. En este sentido, si en la alegoría de
la caverna la luz era sinónimo de acercamiento a la verdad aquí se da
exactamente lo contrario pues exponemos a la visibilidad total a nuestro yo
interior pretendiendo allí ganar una cierta autenticidad y, al mismo tiempo,
nos exponemos al control que surge al brindar licenciosamente nuestros datos.
Es por eso que a diferencia de la sociedad iluminista del Siglo XVIII, la del
siglo XXI es una sociedad de la
iluminación en la que la luz ya no es la de la razón que nos guía sino la
de los reflectores que dirigimos hacia nosotros mismos para poder ser vistos y,
en tanto tal, ser reconocidos.
Con todo, cabe
aclarar, para quien no se encuentre familiarizado, que el término “algoritmo”
proviene de la matemática y refiere a una serie de pasos o reglas que permiten
llevar a cabo una actividad y obtener un resultado. Estos algoritmos son
esenciales para comprender cómo funciona internet hoy porque el desarrollo
apunta a generar una web a medida de cada usuario. En nombre de la eficiencia,
agradecemos a estos algoritmos que nos filtren la información que consideran
relevantes para nosotros y naturalizamos que apenas buscamos un dato sobre un
lugar donde vacacionar o un producto que comprar, a los pocos segundos nuestra
navegación se inunde de publicidad sobre ello. Es que, como bien ha mostrado
Eli Pariser en su libro El filtro burbuja,
la jerarquía que nos ofrece Google en cada una de nuestras búsquedas no es
universal sino que se acomoda a la información que Google tiene de nosotros
mismos gracias a los algoritmos que logran trazar patrones a partir de nuestras
búsquedas previas. ¿Y las redes sociales? ¿No estaríamos a salvo allí? ¿No
encontraríamos en Facebook o en Twitter la imagen idílica de un ágora moderna?
Claro que no. Los algoritmos también actúan allí y nos muestran las publicaciones
de los amigos que consideran que pueden ser más interesantes para nosotros.
Pero lo que agrega mayor dramatismo es que no hay conciencia de esto. Más bien
todo lo contrario: se considera que la información de los portales, las
búsquedas en Google y los posteos de nuestros amigos son representativos del
mundo real.
La situación
llega a tal extremo que, en esta caverna, el Homo algoritmus contará literalmente con su propio diario de
Yrigoyen. Esa es al menos la conclusión a la que arriba Evgeny Morozov, en un
libro muy interesante llamado La locura
del solucionismo tecnológico, publicado en castellano en 2016. Les citaré
un párrafo alusivo de la página 189: “Tal vez comienza con aparente inocencia:
personalizar los títulos y por qué no los párrafos introductorios para reflejar
lo que el sitio sabe (…) sobre el lector. Pero más temprano que tarde (…) es
probable que este tipo de prácticas también se extiendan hasta personalizar el
texto mismo de los artículos. Por ejemplo, el lenguaje podría reflejar lo que
el sitio es capaz de deducir sobre el nivel educativo del lector (…) O tal vez
un artículo sobre Angelina Jolie podría finalizar con una referencia a su
película sobre Bosnia (si el lector se interesa por las noticias
internacionales) o algún chisme sobre su vida con Brad Pitt (si al lector le
interesan los asuntos de Hollywood). Muchas firmas (…) ya utilizan algoritmos
para producir historias de manera automática. El siguiente paso lógico –y,
posiblemente, muy lucrativo- será dirigir esas historias a lectores
individuales, lo cual nos dará, en esencia, una nueva generación de granjas de
contenido que pueden producir historias por pedido, adaptadas a usuarios
particulares”.
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