Días atrás,
junto a mis compañeros de 678, tuvimos un debate que generó muchas
repercusiones. Aclarar, complementar y reforzar algunas de las ideas que vertí
será el motivo de estas líneas y espero poder cumplir tales objetivos mientras
reconstruyo los diferentes puntos de vista que allí se esgrimieron.
En principio,
cabe aclarar, el disparador de la discusión fue un informe en el que se
mostraba la desmentida de Horacio Verbitsky a una acusación que Jorge Lanata
había lanzado contra su persona algunos días antes. La razón por la que tal
acusación reapareció en este momento, sería miope negarlo, se da en el contexto
en el que la figura del periodista insignia de Página 12 ha estado en el centro de la escena por la investigación realizada
en torno a la relación entre el ahora papa, Jorge Bergoglio, y la dictadura
militar argentina.
Es en este
marco que me pareció interesante dirigir la mirada hacia el interior de este
inmenso movimiento que acompaña, desde diferentes perspectivas, el modelo
nacional y popular, para señalar que independientemente de la acusación puntual
de Lanata a Verbitsky, lo ocurrido en torno al caso Bergoglio, podía funcionar
como una lección por la cual aprendamos que sostener la imposibilidad de una
mirada neutral y objetiva del periodismo nos incluye a nosotros mismos y, por
supuesto, también a aquellos periodistas con los cuales nos unen afinidades
ideológicas. Mi comentario fue interpretado de diversos modos lo cual generó malos
entendidos pero también contra-argumentos más que atendibles. Respecto de los
primeros, integrantes del panel, razonablemente, señalaron que comparar a
Verbitsky con Lanata era un despropósito, lo cual es, sin duda, cierto, pero mi
intervención no apuntaba a realizar ninguna comparación entre ellos. Como bien
se dijo, (y más allá de que ambos periodistas trabajaron juntos varios años
tanto en gráfica como en televisión), las trayectorias de uno y otro, y los
compromisos de cada uno con diversas causas, hacen que desde el punto de vista
de mis compañeros y mío, estas dos figuran no se puedan comparar. ¿Cómo
comparar a uno de los mejores periodistas de la Argentina con aquel que ha
dejado hace rato la noble tarea de informar para transformarse en una marca
propia síntoma de una sociedad del espectáculo en la que su labor es horadar a
un gobierno democrático con las armas que sea y con el fin de servir en bandeja
el poder a sus patrones, esto es, a los grupos concentrados de poder? Sin
embargo, desde mi punto de vista, esta clarísima distinción amparada en
trayectorias y en la calidad de las investigaciones que ambos exhiben no debe
llevarnos a cometer las dos falacias más comunes: la falacia de autoridad y la
falacia ad hominem. Si cometemos la
primera acabaremos diciendo que, dado que Verbitsky es una autoridad en el periodismo
y ha demostrado largamente su idoneidad, no se puede equivocar. Si cometemos la
segunda diremos que, dado que Lanata viene acumulando una vergonzante lista de
operaciones y mentiras, todo lo que él haga o diga son mentiras o
desestabilizaciones. Esto lo digo, y lo repito por si hace falta reforzarlo,
independientemente del caso concreto que había mostrado el informe en el que
uno acusaba al otro. Debemos apartarnos de ese asunto pues la crítica esgrimida
aquí es una crítica general, no vinculada con nombres propios. Toda crítica
seria es general, es decir, vale para todos los casos, y aquellas con mayor
fuerza explicativa son las que se producen desde un determinado nivel de
abstracción pues, como mostraba Platón, y luego repite Borges en su “Funes, el
memorioso”, “pensar es olvidar las diferencias”, pasar por encima de los
detalles, abstraernos de los hechos concretos para tomar distancia, poder tener
una mirada global de las cosas y reconocer las verdaderas causas de las mismas.
Volviendo al
comentario de las falacias, seguramente, en nuestra vida cotidiana,
naturalmente, le damos crédito a aquel que generalmente acierta frente a aquel
que no lo hace o miente a menudo pero eso no debe hacernos olvidar que nuestra
conducta se basa en un cálculo de probabilidades que no garantiza nunca un
resultado enteramente fiable. Pues, repito, quien siempre dijo la verdad puede
mentir y viceversa. No hay nada que pueda asegurarnos lo que vaya a ocurrir
mañana, ni siquiera sabemos a ciencia cierta si mañana saldrá el sol como
siempre. Confiamos en que así sea pero puede que no.
Ahora bien, si
este punto de vista general que propongo, y que me parece el adecuado, se
considera insatisfactorio en tanto demasiado abstracto, lo más concreto que
tenemos a mano es lo que, considero, ha sido el error de Verbitsky respecto al
ya mencionado supuesto vínculo entre Bergoglio y la dictadura. Yo no soy un
periodista de investigación pero, por la información pública a la que he podido
acceder, el trabajo de Verbitsky no aporta pruebas concluyentes de la
complicidad de Bergoglio y parece empeñada en adjudicarle un rol que, en
función de testimonios igualmente creíbles, en verdad, resulta, por lo menos,
mucho más sinuoso y complejo. En este sentido, corre por mi cuenta, claro, creo
que Verbitsky se equivocó al menos en la forma concluyente en la que presentó
la investigación. ¿Esto significa que sus investigaciones sobre el vergonzoso y
cómplice comportamiento de, al menos, la cúpula eclesiástica argentina con la
dictadura no valen nada? Por supuesto que no pero, insisto, parece que en este
caso se equivocó (y si no se equivocó en este hecho puntual bien se puede
equivocar mañana). Puede pasar, nos pasa a todos y a mí me pasa muchas más
veces de las que le pasa a Verbitsky.
Para
finalizar, algunos comentarios complementarios que se siguen del núcleo de este
debate y que refieren al programa 678 del cual formo parte. Creo que uno de los
valores centrales, diría yo, identitario del programa, es no haber salido a dar
una batalla comunicacional en términos de verdades absolutas. En otras
palabras, 678, diría yo, casi siempre, no intenta decir que la verdad está de
su lado y que del otro lado está toda la mentira. No hace eso. Hace algo un
poco más complejo pues defiende una verdad relativa, la propia. Lo hace
aclarando siempre desde dónde habla. Síntoma de esto es que buena parte de sus
informes simplemente exigen a los medios hegemónicos que expliciten los
intereses que defienden. No dice que esos intereses sean “falsos” o
“subjetivos” mientras los intereses del programa son “verdaderos” y “objetivos”.
Dice “nuestros intereses son estos, es hora de que ustedes muestren los suyos y
no los oculten detrás de una presunta aséptica independencia”. Así, lo que 678
hace es poner en tela de juicio la posibilidad misma de objetividad y no acusar
a unos de la falta de la misma mientras la toma para sí en un gesto prometeico.
Si hiciese eso mantendría la misma estructura que dice criticar, esto es,
aquella que afirma que la objetividad es posible pero existen puntos de vista
interesados que la distorsionan. ¿Que esto lleva a una suerte de relativismo en
el que todo vale? Sí y no. Sí, si entendemos que la única manera de salir del
relativismo es postulando la existencia de un tribunal trascendente o un
conjunto de hechos sacros que se encuentran allí dados y no son pasibles de ser
interpretados. Y no si entendemos que, al momento de elegir, para decirlo
simplificadamente, entre un relato y otro, no resulta indiferente que una de
las partes exponga con claridad el lugar desde el que habla. Porque no
olvidemos, esa obsesiva y repetitiva aclaración por la cual 678 se afirma como
“mierda oficialista”, es el plus de legitimidad que tiene su relato frente al
resto de los relatos. Por último, ahora sí, que 678, un programa sobre medios que
hace política, intente dar un debate en términos de verdad y falsedad sería un
error pues tales categorías pueden servir en el campo de determinadas
disciplinas pero no en el de la política. Porque en la política no hay
proyectos verdaderos o falsos: hay propuestas persuasivas. Lo decía Protágoras
allá por el siglo de Pericles y lo decía, mucho más cerca, el General Perón
afirmando “gobernar es persuadir”. Hace falta persuadir porque no hay una
verdad. Si la hubiese, con ella alcanzaría. Pero hay verdades relativas, como
dijera Néstor Kirchner, en un discurso muy recordado. “Nosotros defendemos
nuestras verdades relativas”, indicó. Ahora bien, ¿qué implica esto? Implica
asumir que todos defendemos un conjunto de intereses, que hablamos desde
determinado lugar, y que desde ese lugar podemos equivocarnos como así también
sesgar nuestras opiniones y acciones.
La apuesta por
la idea de una verdad relativa es, entonces, desde mi punto de vista, el pilar
del triunfo cultural del kirchnerismo y uno de los rasgos profundamente
democráticos que lo distinguen del presunto setentismo violento con el que
generalmente se lo busca equiparar. Asimismo es un elemento distintivo de esta
disrupción televisiva llamada 678. Defender tales conquistas fue, sin duda, la
única intención de mi intervención. Ojalá estas líneas hayan podido aportar
algo más a una discusión que, como se ve, trasciende largamente las figuras
incomparables de dos periodistas.