En esta nota me voy a referir al episodio del que está hablando el país entero: la patada voladora que el arquero de Vélez, Gastón Sessa, le propinara al delantero de Boca Rodrigo Palacio. Para que no se malinterprete lo que voy a decir debo aclarar: rechazo profundamente la actitud de Sessa no sólo en este caso sino en muchos casos anteriores. Esta pueda generar lesiones en colegas, afecta deportiva y económicamente a sus compañeros y a su club, genera violencia dentro y fuera del campo y resulta una desilusión muy grande para los hinchas de su club, en este caso, Vélez.
Ahora bien, lo que me interesa remarcar, por lo pronto, es el trato desmedido y exagerado que este hecho ha tenido. No habiendo pasado aún 24 horas del episodio, pude tomar nota de: encuestas radiales varias acerca de si Sessa debe seguir atajando o no; constante difusión de foros en Internet en que los hinchas de Vélez se expresaban; una incesante cobertura del episodio y de sus consecuencias en los informativos de las principales radios AM (La red, Continental, Mitre, etc.) cada media hora; un informe de más de unos 8 minutos en Telenoche titulado “Todo tiene un límite” acompañado de un móvil en vivo en la puerta del club esperando la reunión de la Comisión Directiva de Vélez que determinará el futuro del arquero; la tapa de los principales diarios amplificando hasta lo inimaginable el fenómeno (en Olé la única foto de tapa es la del incidente y en Clarín es la foto de tapa que secunda a otra en la que se atestigua el festejo de Palermo); Eduardo Feinmann que junto a al conductor del noticiero del 9 afirmaron que la patada fue “criminal” (SIC) y demencial; Niembro, en su eterna militancia acerca de una supuesta profesionalización del fútbol, operando en favor de la inclusión de psicólogos que puedan evitar estos exabruptos; decenas de móviles esperando al técnico de Vélez, Lavolpe, a la salida del entrenamiento de hoy por la mañana en la Villa Olímpica para preguntarle por el caso; etc, etc. (seguramente el lector podrá agregar hasta casi el infinito otras coberturas que mi tiempo y mis posibilidades horarias me impidieron advertir). Por si esto fuera poco, el abogado de Chabán, y reconocido hincha de Boca, realizando una denuncia por “agresiones” y pidiendo a un fiscal que actúe de oficio. Todo el mundo tenía y tiene una opinión para dar sobre el hecho y todo el mundo “sabe” lo que se debe hacer. Incluso sobraron los comentarios en los medios que trataron de hacer una interpretación socio-filosófica de la argentinidad a partir de este suceso. Una especie de sociedad “Sesseada”, marcada por la violencia y el exabrupto. Así Sessa parece ser una de esas figuras tan caras al romanticismo en las que se resume el sentido de una época.
Francamente, repito, me resulta una exageración y sin entrar aquí en comparaciones futboleras que siempre están teñidas de demasiado pasión: ¿ha existido una cobertura tal para los codazos tan arteros y “criminales” que ha pegado, entre otros, el defensor de Boca, “Cata” Díaz a lo largo de su historia; o se ha sometido al escarnio público a su compañero de equipo Krupoviesa en sus reiteradas agresiones (la que me viene a la cabeza inmediatamente es la patada a Montenegro en el anteúltimo clásico)? ¿O la plancha descalificadora de Clemente Rodríguez a un jugador de San Lorenzo, lo que, por cierto, le valió la expulsión? Dejando de lado los nombres propios, ¿no vemos a menudo agresiones dentro de la cancha tanto o más peligrosas que ésta? ¿Cuántos planchazos hay por partido? ¿Cuántas fracturas ocurridas por mala fe del colega? ¿Cuántos tabiques rotos por codazos? (recuerde que un codazo pegado en un lugar certero puede ocasionar la muerte)
Por último, ¿sabía usted que la semana anterior se le rindió un homenaje a Guillermo Barros Schelotto en la Cámara de Diputados por su comportamiento deportivo? (sí, leyó bien: más allá de sus virtudes futbolísticas y la idolatría seguramente bien merecida que posee en la hinchada de Boca, si hay algo que el pendenciero mellizo no es, es un ejemplo de conducta deportiva y fair play)
Se me ocurren varias reflexiones al respecto. La primera es quizás una obviedad: nuestra sociedad está futbolizada. No sólo porque es una pasión mayoritaria y porque el futbolista aparece hoy como referente; ni siquiera porque la política está impregnada de fútbol a tal punto que el ganador de la primera vuelta en la elección a Jefe de Gobierno en la Capital será quien utilizó la presidencia de Boca como plataforma. Creo que pensamos y reflexionamos cotidianamente atravesados por el fútbol y el contexto tampoco ayuda a que eso cambie. Me refiero a que los medios, la política y la justicia se encuentran impregnadas de esta futbolización. En el caso de los periodistas, especialmente los deportivos, son meros hinchas que intentan más o menos esconder su filiación. Tienen un micrófono revestido de supuesta objetividad y, sin embargo, actúan como simples hinchas. Están sumidos en la desvergüenza y en la prepotencia de quien tiene un micrófono abierto. Desoyen las principales pero ahora vetustas premisas de un periodismo cuyo ideal regulativo sea la objetividad y la neutralidad. Como cualquier hincha, se enojan cuando pierde su equipo, se mofan de su rival cuando le ganan, etc., etc. pero todo esto con un micrófono en la mano (El primero que me viene a la cabeza es el “periodista” Marcelo Palacio de Mitre pero son casi todos).
Lo mismo sucede con políticos que utilizan la Cámara de Diputados y su espacio de representantes para rendir culto a un ídolo privado esgrimiendo públicamente razones comprobadamente falsas. Y por si esto fuera poco un abogado y seguramente algún fiscal hincha (de Boca) interviniendo sobre un deporte que tiene se propia reglamentación y su propio código de disciplina y sanción. Actúan como hinchas porque ningún fiscal interviene cuando Maradona, quien es dirigente de Boca, se desboca y profiere una cuantiosa cantidad de insultos e improperios a referís, jugadores y técnicos rivales incitando a la violencia.
Un país de hinchas que están por todas partes pero también de hipocresía porque es un país que quiere que a Sessa se lo castigue ejemplarmente y goza en un orgasmo colectivo ante la desgracia ajena. El que se equivoca debe pagar con el peor castigo y si es posible el más visible. Se trata de una cultura muy visual la nuestra y ahora que está de moda hablar de nominados el nominado de hoy es Sessa: héroe de ayer, villano de hoy. Ahora está pasando por la trituradora y veremos qué sale de allí. Y hay hasta quienes deslizan con malicia y disfrute perverso que Sessa va a dejar el fútbol o que tiene conductas psicológicas particulares que lo pueden llevar a cometer “alguna locura” (entendiéndose por tal el quitarse la vida). La misma hipocresía que sanciona a que aquellas hinchadas que realizan cánticos nazis y discriminadores contra la hinchada de Atlanta pero no ha sancionado a ninguna de las hinchadas que al referirse a la hinchada de Boca dicen “Son todos negros/putos de Bolivia y Paraguay”).
Quienes pensaban que la actitud de Sessa era un resumen de cómo vive nuestra sociedad equivocaron el foco. Deberíamos decir, más bien, que es el tratamiento que una sociedad de hinchas e hipócritas le da a un episodio como el de Sessa el que habla a las claras de aquello en lo que nos hemos convertido hoy día.
1 - Chivo expiatorio.
ResponderEliminar2 - Algún tuje tiene que sangrar de vez en cuando.
3 - Potencialización y mediatización, espectacularización de casos particulares, que no son ejemplos, sino oportunidades de noticia.
Cuantas veces ha resucitado Maradona, cuantas veces lo hemos matado y revivido.
Hemos bebido la sangre de Sessa por una actitud antideportiva.
¿Qué es noticia? ¿Qué es la ética?
Cada uno quiere dar su opinión, encuadrado por la misión y visión de la editorial que le pone la correa y la chapita de dueño.
Sessa tuvo la mala leche de ser la noticia de la semana, y le sacaron el jugo cual naranja. Ácidos como pomelo.
"de incendios e hipocresías": Fidel anunciando su retiro, y los noticieros argentinos no cesaban de contar las horas de incendio del edificio en el Once, 15 horas, 16 horas, 17 horas... no subestimemos el poder del márketing.
Un abrazo Dante!