Diciembre 2022. En un accidente
doméstico, Vladimir Putin rueda por las escaleras. Afortunadamente no sufre
lesiones graves sino solo un detalle bastante escatológico: no puede controlar
sus esfínteres y se hace encima. Se trata, por cierto, del mismo desenlace que habría
sufrido Joe Biden un año antes en su visita al Papa Francisco. Estas dos
anécdotas, presuntamente apócrifas, son utilizadas por Slavoj Zizek, el rockstar de la filosofía, como metáfora
del actual escenario mundial. Así estamos hoy, afirma: “entre las dos mierdas
de la nueva derecha fundamentalista y de la izquierda woke del establishment liberal”.
Diagnósticos como este son parte
de su nuevo libro, Demasiado tarde para
despertar. ¿Qué nos espera cuando no hay futuro?, un texto donde el
esloveno apunta a la coyuntura y retoma la clásica pregunta leninista del qué
hacer.
Como todos sabemos, en Zizek hay
un combo entre marxismo y psicoanálisis lacaniano, elementos que, por supuesto,
están presentes en el libro, pero combinados con otras perspectivas, entre
pragmáticas y arbitrarias, que aparecen en aquellos pasajes donde el autor
ofrece cursos de acción exentos de cualquier ambigüedad.
A propósito, si tomamos, por
ejemplo, el caso de la conclusión del trabajo, allí encontraremos el siguiente
fragmento:
“Para hacer frente a nuestras
crisis crecientes, desde las amenazas al medioambiente hasta las guerras,
necesitaremos elementos de lo que, en este libro, llamo provocativamente ‘comunismo
de guerra’: movilizaciones que tendrán que violar no solo las reglas habituales
del mercado, sino también las reglas establecidas de la democracia (aplicar
medidas y limitar las libertades sin la aprobación democrática)”.
En este punto, uno no sabe si es
más peligroso el remedio que la enfermedad.
Menos atemorizantes y más ricos
conceptualmente son los pasajes donde Zizek realiza elaboraciones alrededor de
la invasión rusa a Ucrania, probablemente, el gran eje del libro.
Allí indica que, paradójicamente,
el conflicto en Ucrania es más peligroso que el escenario de la Guerra Fría
porque tanto Rusia como Estados Unidos son más débiles, de lo cual se sigue que
habría más incentivos para que alguno de ellos rompa el equilibrio. Asimismo,
este intento desesperado de reconstruir el imperio soviético por parte de Putin
sería, según Zizek, la estocada final para la eliminación definitiva de la
tradición leninista de Rusia. La razón es que, a diferencia de la centralización
que más tarde llevó adelante Stalin, Lenin abogaba por un proceso de
autodeterminación, soberanía nacional y, eventualmente, separación de las
pequeñas naciones que formaron la URSS. De aquí que el florecimiento de la
identidad ucraniana se diese en la primera década posrevolución de octubre y de
aquí también la respuesta brutal y genocida de Stalin contra Ucrania en las
décadas posteriores.
En esta misma línea, Putin
estableció un nuevo mito fundacional: el triunfo en la segunda guerra mundial
contra los nazis. El 45 por sobre el 17. Stalin por sobre Lenin y un Stalin que
no es reivindicado en tanto comunista sino en tanto comandante supremo. Este
giro ha calado profundo en la idiosincrasia rusa, a tal punto que, en una
encuesta nacional realizada algunos años atrás, Stalin, que era georgiano, por
cierto, fue votado como el tercer ruso más grande de la historia. Lenin, mientras
tanto, permanece en el olvido.
Según Zizek, este nuevo mito
fundacional es el que explica también que el principal argumento ruso a favor
de la invasión a Ucrania sea el de combatir “el nazismo ucraniano”. Y es más:
dado que el autor entiende que, en esta guerra, Rusia no está luchando contra
Ucrania sino contra la OTAN, esto es, contra toda la cultura del Occidente
democrático liberal, no es casual que varios ideólogos rusos tracen una
continuidad y presenten al nazismo como el vástago del liberalismo.
En este sentido, Zizek cita a
quien aparece como el filósofo de cabecera de Putin, Aleksandr Dugin, en un
pasaje que habla por sí solo. Dice Dugin:
“Estamos librando una operación
militar escatológica, una operación especial entre la Luz y las Tinieblas en el
fin de los tiempos. La Verdad y Dios están de nuestro lado. Combatimos el mal
absoluto encarnado en la civilización occidental, su hegemonía
liberal-totalitaria, en el nazismo ucraniano”.
Una vez más la escatología, pero
en su otra acepción. Si en el primer párrafo nos dio risa, aquí debería darnos
miedo.
Ante este escenario, como les
indicaba al principio, Zizek avanza en su propuesta de “comunismo de guerra”,
una mezcla entre cosmopolitismo, ansiedad climática y marxismo clásico cuya
combinación es todo un interrogante, para decirlo de manera benevolente.
En otras palabras, en principio
parecería que la amenaza putinista contra los valores occidentales que
representa Europa deben ser repelidos sin ningún tipo de contemplación. De aquí
que, por un lado, Zizek afirme que habría que tomarse en serio la idea de que
Ucrania reciba armas nucleares y que, por otro lado, acuse de “despreciables” a
figuras de la izquierda como Chomsky y Varoufakis por su actitud pacifista.
Al mismo tiempo, un elemento que
aparece obsesivamente a lo largo del libro es la cuestión climática. Para Zizek
no hay dudas: vamos hacia la catástrofe climática, catástrofe que parece mucho
más inevitable y decisiva que una eventual tercera guerra mundial. Frente a
eso, una vez más, pareciera que cualquier cosa estaría permitida, incluso pasar
por encima de la “fetichizada” democracia multipartidista. De hecho, Zizek se
suma a las propuestas de los partidos verdes de tomar la crisis del gas en
Europa como una oportunidad para un cambio radical anticapitalista y
ecológicamente sostenible.
Por último, el autor de El sublime objeto de la ideología, intenta
desmarcarse de “las dos mierdas”: ni populismo de derecha ni wokismo. Tampoco
acepta tomar partido por el falso dilema “China o Elon Musk”. En una nueva
versión del “proletarios del mundo uníos”, Zizek indica que la respuesta debe
ser universal y reunir a todos los oprimidos del planeta dado que no se trata
de un enfrentamiento entre civilizaciones sino de un choque al interior de cada
sociedad entre los poderosos y los sojuzgados.
Más globalización, aunque desde
el punto de vista de los desaventajados, para dar una respuesta universal a la
guerra y, sobre todo, a la catástrofe climática. Y si las instituciones
globales no estuvieran a la altura de la crisis, decisionismo y al carajo, sea
contra un Estado fallido como Rusia, sea contra el modo de vida capitalista que
conspira contra la sustentabilidad del planeta. He aquí un resumen.
Para concluir, entonces, Zizek
cita dos veces la frase de Lenin “o la revolución impedirá la guerra o la
guerra desencadenará la revolución”. Ante este dilema, para Zizek, sin dudas,
se debe optar por una revolución. Lo que no queda claro es revolución hacia
dónde, a qué costo y cómo esta revolución podrá evitar una nueva guerra.
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