jueves, 24 de octubre de 2024

Zizek: hacer la revolución y también la guerra (publicado el 19.10.24 en www.theobjective.com)

 

Diciembre 2022. En un accidente doméstico, Vladimir Putin rueda por las escaleras. Afortunadamente no sufre lesiones graves sino solo un detalle bastante escatológico: no puede controlar sus esfínteres y se hace encima. Se trata, por cierto, del mismo desenlace que habría sufrido Joe Biden un año antes en su visita al Papa Francisco. Estas dos anécdotas, presuntamente apócrifas, son utilizadas por Slavoj Zizek, el rockstar de la filosofía, como metáfora del actual escenario mundial. Así estamos hoy, afirma: “entre las dos mierdas de la nueva derecha fundamentalista y de la izquierda woke del establishment liberal”.     

Diagnósticos como este son parte de su nuevo libro, Demasiado tarde para despertar. ¿Qué nos espera cuando no hay futuro?, un texto donde el esloveno apunta a la coyuntura y retoma la clásica pregunta leninista del qué hacer.

Como todos sabemos, en Zizek hay un combo entre marxismo y psicoanálisis lacaniano, elementos que, por supuesto, están presentes en el libro, pero combinados con otras perspectivas, entre pragmáticas y arbitrarias, que aparecen en aquellos pasajes donde el autor ofrece cursos de acción exentos de cualquier ambigüedad.

A propósito, si tomamos, por ejemplo, el caso de la conclusión del trabajo, allí encontraremos el siguiente fragmento:

“Para hacer frente a nuestras crisis crecientes, desde las amenazas al medioambiente hasta las guerras, necesitaremos elementos de lo que, en este libro, llamo provocativamente ‘comunismo de guerra’: movilizaciones que tendrán que violar no solo las reglas habituales del mercado, sino también las reglas establecidas de la democracia (aplicar medidas y limitar las libertades sin la aprobación democrática)”.

En este punto, uno no sabe si es más peligroso el remedio que la enfermedad.

Menos atemorizantes y más ricos conceptualmente son los pasajes donde Zizek realiza elaboraciones alrededor de la invasión rusa a Ucrania, probablemente, el gran eje del libro.

Allí indica que, paradójicamente, el conflicto en Ucrania es más peligroso que el escenario de la Guerra Fría porque tanto Rusia como Estados Unidos son más débiles, de lo cual se sigue que habría más incentivos para que alguno de ellos rompa el equilibrio. Asimismo, este intento desesperado de reconstruir el imperio soviético por parte de Putin sería, según Zizek, la estocada final para la eliminación definitiva de la tradición leninista de Rusia. La razón es que, a diferencia de la centralización que más tarde llevó adelante Stalin, Lenin abogaba por un proceso de autodeterminación, soberanía nacional y, eventualmente, separación de las pequeñas naciones que formaron la URSS. De aquí que el florecimiento de la identidad ucraniana se diese en la primera década posrevolución de octubre y de aquí también la respuesta brutal y genocida de Stalin contra Ucrania en las décadas posteriores.       

En esta misma línea, Putin estableció un nuevo mito fundacional: el triunfo en la segunda guerra mundial contra los nazis. El 45 por sobre el 17. Stalin por sobre Lenin y un Stalin que no es reivindicado en tanto comunista sino en tanto comandante supremo. Este giro ha calado profundo en la idiosincrasia rusa, a tal punto que, en una encuesta nacional realizada algunos años atrás, Stalin, que era georgiano, por cierto, fue votado como el tercer ruso más grande de la historia. Lenin, mientras tanto, permanece en el olvido.

Según Zizek, este nuevo mito fundacional es el que explica también que el principal argumento ruso a favor de la invasión a Ucrania sea el de combatir “el nazismo ucraniano”. Y es más: dado que el autor entiende que, en esta guerra, Rusia no está luchando contra Ucrania sino contra la OTAN, esto es, contra toda la cultura del Occidente democrático liberal, no es casual que varios ideólogos rusos tracen una continuidad y presenten al nazismo como el vástago del liberalismo.

En este sentido, Zizek cita a quien aparece como el filósofo de cabecera de Putin, Aleksandr Dugin, en un pasaje que habla por sí solo. Dice Dugin:

“Estamos librando una operación militar escatológica, una operación especial entre la Luz y las Tinieblas en el fin de los tiempos. La Verdad y Dios están de nuestro lado. Combatimos el mal absoluto encarnado en la civilización occidental, su hegemonía liberal-totalitaria, en el nazismo ucraniano”.

Una vez más la escatología, pero en su otra acepción. Si en el primer párrafo nos dio risa, aquí debería darnos miedo.

Ante este escenario, como les indicaba al principio, Zizek avanza en su propuesta de “comunismo de guerra”, una mezcla entre cosmopolitismo, ansiedad climática y marxismo clásico cuya combinación es todo un interrogante, para decirlo de manera benevolente.  

En otras palabras, en principio parecería que la amenaza putinista contra los valores occidentales que representa Europa deben ser repelidos sin ningún tipo de contemplación. De aquí que, por un lado, Zizek afirme que habría que tomarse en serio la idea de que Ucrania reciba armas nucleares y que, por otro lado, acuse de “despreciables” a figuras de la izquierda como Chomsky y Varoufakis por su actitud pacifista.

Al mismo tiempo, un elemento que aparece obsesivamente a lo largo del libro es la cuestión climática. Para Zizek no hay dudas: vamos hacia la catástrofe climática, catástrofe que parece mucho más inevitable y decisiva que una eventual tercera guerra mundial. Frente a eso, una vez más, pareciera que cualquier cosa estaría permitida, incluso pasar por encima de la “fetichizada” democracia multipartidista. De hecho, Zizek se suma a las propuestas de los partidos verdes de tomar la crisis del gas en Europa como una oportunidad para un cambio radical anticapitalista y ecológicamente sostenible.

Por último, el autor de El sublime objeto de la ideología, intenta desmarcarse de “las dos mierdas”: ni populismo de derecha ni wokismo. Tampoco acepta tomar partido por el falso dilema “China o Elon Musk”. En una nueva versión del “proletarios del mundo uníos”, Zizek indica que la respuesta debe ser universal y reunir a todos los oprimidos del planeta dado que no se trata de un enfrentamiento entre civilizaciones sino de un choque al interior de cada sociedad entre los poderosos y los sojuzgados.

Más globalización, aunque desde el punto de vista de los desaventajados, para dar una respuesta universal a la guerra y, sobre todo, a la catástrofe climática. Y si las instituciones globales no estuvieran a la altura de la crisis, decisionismo y al carajo, sea contra un Estado fallido como Rusia, sea contra el modo de vida capitalista que conspira contra la sustentabilidad del planeta. He aquí un resumen.           

Para concluir, entonces, Zizek cita dos veces la frase de Lenin “o la revolución impedirá la guerra o la guerra desencadenará la revolución”. Ante este dilema, para Zizek, sin dudas, se debe optar por una revolución. Lo que no queda claro es revolución hacia dónde, a qué costo y cómo esta revolución podrá evitar una nueva guerra.      

 

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