Finalmente llegaron las medidas.
“Caputazo” o “Massazo con delay”
según en qué vereda estemos parados. Lo cierto es que se trata de un ajuste que
incluso los más memoriosos consideran inédito en la historia argentina.
Se trata del ABC de la biblioteca
ortodoxa representada en un dogmatismo fiscalista que hasta se cargó la promesa
planteada en campaña cuando el actual presidente afirmó que “se cortaría un
brazo” antes de subir impuestos. Sin embargo, sea por temor o por racionalidad,
el eventual futuro presidente manco entendió que darle a los exportadores un
118% de devaluación bien valía un aumento de las retenciones, y que los más
desaventajados necesitarían una ayuda extra: tarjeta Alimentar, AUH y aumento a
los jubilados de la mínima por decreto. Poner guita abajo para que no explote;
y ajustar a la clase media, que debería rebautizarse “la casta media”, para de
esta manera parafrasear a González Fraga y afirmar: “Le hicieron creer al
empleado medio que podía pagar Netflix”.
“Pragmatismo” es el término que
suelen utilizar quienes quieren defender las defecciones. Como fuera, la utopía
libertaria choca con el teorema de Baglini, para fortuna de la continuidad de
nuestra moneda y de nuestras córneas, riñones y corazones, entre otros órganos
comercializables.
Conceptualmente el giro es sutil
pero no inocente: lo que se llamó “la casta” fue oscilando y por momentos se
transformó en el (ex)gobierno y luego en el Estado. Entonces no se trata solo de una revancha
atendible contra los Insaurralde de la vida, sino también de un recorte que te
va a tocar a vos. Vos no sos la casta pero la casta ahora es el Estado y el
Estado te quita pero también te da.
A propósito, esta semana se confirmó
el delirio que suponía la repetición ad
nauseam de que el problema de la Argentina era “el gasto de la política”,
entendiendo por tal la estructura de ministerios, secretarías, eventuales
ñoquis y gastos superfluos. Incluso si a eso sumamos la quita de la pauta
oficial por un año, el ahorro es mínimo al momento de hacer la cuenta final. No
obstante, del hecho de que esos números sean “pequeños” comparativamente no se
sigue que hubiera que permitirlos. En todo caso, si asumiéramos que hay buena
fe y que no hay segundas intenciones de revanchismos y persecuciones como
ocurriera en el gobierno de Macri, se trata de acciones del ámbito de la
gestualidad que serán bien recibidos con razón. “Si no puedes dar buenas
noticias económicas, al menos ofrece gestos”, diría algún Maquiavelo moderno. Si
no hay pan ni circo, que al menos los leones también estén a dieta.
Todo diagnóstico exagerado es el
inicio de una negociación, la instalación de una realidad cuyos frutos se
pretende que rindan a futuro. Indicar que la inflación es o sería de 15000% es
eso, más allá de que, pasado cierto umbral, un cero más o un cero menos da casi
lo mismo.
Pero quien solo tiene para
ofrecer noticias desagradables debe insistir en que el bien y el mal no son
términos absolutos sino relativos: “Estamos mal pero vamos bien”.
Independientemente de los juegos de palabras, si el gobierno no logra convencer
a buena parte de la población de que debe aceptar el sacrificio para
garantizarse la salvación eterna que viene en la forma de un Estado pequeño, el
país vuela por el aire. Hasta ahora ha logrado un milagro que no sabemos si
cuadra más con la línea de las clásicas novelas distópicas, los sketches de los
Monty Python, o el teatro de Ionesco. Me refiero, claro está, a la gente
coreando con fervor, en la plaza del Congreso, “¡No hay plata, no hay plata!”,
una suerte de marcha del orgullo de los cagados de hambre, una Hungry Parade. Por cierto, hay dos
maneras de decir “no hay plata”. Una es la del pobre que profiere su verdad con
humillación; la otra es la del rico que profiere su mentira con placer
sádico.
Con todo, convengamos que en
algunas cosas Milei tiene razón. Por lo pronto, la herencia recibida es una
bomba: una inflación de dos dígitos mensual; un precio del dólar oficial
sostenido artificialmente a cambio de una deuda de miles de millones de dólares
con los importadores; infinita cantidad de distorsiones en la economía gracias
a la maraña de normas y parches que jodieron a todo Cristo y más; precios
relativos sensibles que debían actualizarse, a saber, combustible, transporte
público y energía; desfinanciamiento de las provincias tras la eliminación del
pago de ganancias para la cuarta categoría (aplaudida por los gobernadores que
ahora piden marcha atrás y votada por el propio Milei, cuyos principios parece
que dependen del lado del mostrador en el que se encuentre).
Las medidas adoptadas por Massa
en campaña fueron electoralistas e irresponsables y con un dólar que pasó de 60
pesos a 1000, casi 50% de pobres, y una inflación que culminará en 200%, no
queda otra que decir que económicamente hablando la gestión fue un desastre. El
“ah pero Alberto” no se podrá sostener 4 años ni será justo que así sea, pero
en lo inmediato parece razonable.
Pero hay más y lo decíamos la
semana pasada: la falta de decisión del gobierno saliente para hacer todas las
correcciones que se sabía que había que hacer más allá de lo estrictamente
económico, le sirve en bandeja al nuevo gobierno la ocasión para hacerlo
salvajemente: la insólita demora para modificar la ley de alquileres que
perjudicó a propietarios pero también a inquilinos, deriva en su derogación y
en dejar librada a la lógica del mercado la negociación en un contexto de 25%
de inflación mensual; el hecho de mantener las PASO y hacer que el calendario
electoral se extienda un año, hace que el nuevo gobierno avance, con toda la
razón del mundo, en una nueva ley que seguramente colará por la ventana
elementos al menos controvertidos; la naturalización y aceptación sin más de la
extorsión casi diaria de grupos cuyos referentes sociales se sientan a negociar
cortando sistemáticamente las calles, le permite, a las ministras con corazón
de Sheriff, dar la orden de salir a moler a palos a cualquiera que quiera
protestar; el hacer la vista gorda ante la pauperización de la calidad
educativa del sistema público que incluye festival de licencias, docentes cada
vez peor formados e infinita cantidad de días de clase perdidos, sienta las
bases para propuestas delirantes como los vouchers
y para que se reinstalen los prejuicios contra lo público; la falta de
actualización de un mundo del trabajo que, para bien o para mal, ya no es el de
los años 70, permite que venga una andanada feroz de medidas en pos de la
flexibilización laboral que comenzará con el disciplinamiento que supone el
hecho de que miles de trabajadores queden en la calle. No le hicieron un paro
al gobierno de Alberto Fernández. Ahora vienen por ustedes, muchachos.
Mientras, la militancia twittera
juega a descubrir el impostor y lo hace de una manera muy masculina a pesar de
reivindicarse deconstruida. Algo así como dejar en evidencia que Milei, al fin
de cuentas, no era tan anarcocapitalista como decía. En otras palabras, parece
que el deporte es señalarle al gobierno que no está haciendo lo prometido y se
lo hace exponiéndolo en términos de competencia de machos. “¿A que no te animás
a quemar el BCRA, ahora, cagón?” “Mucha dolarización pero vas a cuidar los
pesitos con el crawling peg de 2%
mensual… puto”. Y así sucesivamente, mientras se indignan por la boludez del
día, compran criptos a escondidas y esperan un twitt de algún mileista
arrepentido para demostrarle que era mucho más inteligente votar al gobierno
cuya gestión permitió que un candidato como Milei ganara la elección.
El shock sobre una sociedad que
ya estaba shockeada le da al gobierno un margen. Los más optimistas hablan de 6
meses para mostrar algún resultado. Otros auguran un marzo caliente después de
unos 3 primeros meses donde la inflación acumulada puede rondar el 100%.
Primero invocarán a las fuerzas
del cielo. Si con eso no alcanzara, estará la policía.
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