Probablemente impulsado por el
documental de Jordi Evolé, titulado “Amén. Francisco responde”, la figura y el
pensamiento del Papa han sido objeto de entrevistas y columnas de opinión en
distintos medios españoles en las últimas semanas. Sin ir más lejos, algunos
días atrás, Miguel Ángel Quintana Paz realizaba una extensa e interesante entrevista
al filósofo italiano Diego Fusaro para The
Objective https://theobjective.com/cultura/2023-05-11/diego-fusaro-papa-francisco-catolicismo/
donde abundan definiciones, al menos, controversiales sobre las cuales me
gustaría realizar algunas precisiones.
Para Fusaro, a diferencia de la
iglesia de Ratzinger, la de Francisco es una iglesia “relativista y posmoderna”
que incurre en un “ateísmo líquido” que descree de la Verdad y es indiferente
al problema de Dios. Sí, así como lo acaba de leer.
Pero no contento con esto, agrega: “A mi juicio, el buen
cristiano en la nueva iglesia liberal progresista de Bergoglio es el buen
consumidor. La de Bergoglio y la nueva iglesia liberal progresista es una fe de bajo
coste. Para ser un buen cristiano debes creer en la globalización capitalista,
debes estar en contra del soberanismo y del populismo, debes estar a favor de
los puertos abiertos a la inmigración masiva”.
Fusaro, quien se reivindica hegeliano, indica además que esta
“iglesia poscristiana bergogliana” converge con la “izquierda neoliberal
fucsia” (woke) y que, para oponerse
realmente al capitalismo, Francisco debería valorar el populismo. Por último,
el filósofo italiano, quien posee textos donde demuestra lecturas más agudas,
concluye que el papado de Francisco está llevando a la Iglesia a su
destrucción: “Bergoglio quiere hacer una perestroika de la Iglesia, abrirla al mundo,
hacerla progresar, pero haciéndolo así la destruye como Gorbachov hizo con el
comunismo”.
La crítica que realiza Fusaro es bastante curiosa porque, en
general, a Francisco se lo suele identificar con la descripción exactamente
contraria a la que realiza el filósofo italiano. Por un lado, especialmente a
partir del documental, hay quienes lo acusaban de ser un conservador por no
“abrirse” al aborto, a las nuevas teorías de género y al nuevo porno
autogestionado de Onlyfans, lo cual prácticamente significa exigirle al Papa
que deje de ser católico. Por otro lado, y esta es la crítica más común y más
interesante, especialmente desde sectores liberales, se acusa a Francisco de
ser una suerte de Papa populista e incluso marxista.
De aquí que llame la atención la lectura de Fusaro, no tanto
por su carácter controversial sino porque cuesta encontrar en las encíclicas y
en las intervenciones públicas fundamento para la misma. A manera de hipótesis,
es probable que Fusaro desacuerde con la mirada que Francisco expresa en la encíclica Fratelli tutti a propósito de la
cuestión migratoria y que de allí interprete a Francisco en clave
“liberal-globalista”… No lo sabemos, pero en todo caso es una buena excusa para
repasar algunos aspectos del punto de vista Francisco.
De hecho, el eje central de la
encíclica mencionada es, justamente, que lo que él llama “la cultura del
descarte”, se basa en el individualismo relativista que es la matriz cultural
del neoliberalismo. Pero no solo eso: Francisco denuncia que la idea de
“abrirse al mundo” ha sido cooptada por la globalización económica que entiende
el flujo de personas como el flujo de mercancías y que, lejos de ser respetuosa
de las diferencias, ha llegado para homogeneizarlo todo.
En relación al populismo, Francisco critica
al globalismo que usa el término “populismo” en sentido peyorativo, pero al
mismo tiempo se distingue de la lectura que hace Ernesto Laclau. Es que para
este filósofo argentino referente de la izquierda lacananiana, el pueblo es una
construcción que se origina a partir de un conjunto heterogéneo de demandas
insatisfechas frente a un otro que aparece como “el poder”. Para Francisco, en
cambio, “Pueblo no es una categoría lógica (…) Es una categoría mítica (…). La
palabra pueblo tiene algo más que no se puede explicar de manera lógica. Ser
parte de un pueblo es formar parte de una identidad común, hecha de lazos
sociales y culturales”.
Sin embargo, la propuesta del Papa no
es la de un pueblo cerrado sino la de un pueblo abierto, vivo y dinámico que
pueda incorporar lo diferente. Este pueblo, a su vez, es el pueblo trabajador,
noción que echa por tierra otra de las críticas que se le suelen endilgar a
Francisco en el sentido de impulsar una iglesia “pobrista” de la dádiva y la
ayuda social. Incluso en el parágrafo 162 de esta encíclica indica
explícitamente que la ayuda estatal y el asistencialismo hacia los pobres debe
ser siempre provisorio.
Con todo, el concepto clave y que
Francisco retoma de la doctrina social cuyas referencias obligadas son Rerum Novarum de 1891 y Quadragessimo anno de 1931, es el de la
función social de la propiedad, por cierto, uno de los ejes de la Constitución
“peronista” del año 1949 en Argentina. Que la propiedad tenga una función
social que está por encima del derecho individual se basa en lo que se conoce
como “el destino universal de los bienes”, esto es, la idea de que los bienes
de la creación han sido otorgados a la humanidad en su conjunto. Por ejemplo,
en el parágrafo 120 Francisco afirma: “Vuelvo a hacer mías (…) unas palabras de
san Juan Pablo II (…): ‘Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que
ella sustente a todos sus habitantes (…)’. En esta línea recuerdo que ‘la
tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la
propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad
privada’. El principio del uso común de los bienes creados para todos es el ‘primer
principio de todo el ordenamiento ético-social’, es un derecho natural,
originario y prioritario. (…) El derecho a la propiedad privada sólo puede ser
considerado como un derecho natural secundario y derivado del principio del
destino universal de los bienes creados”.
La novedad, si se lo puede llamar
así, que ofrece Francisco en este caso, es la aplicación de este concepto para
fundamentar el derecho que tienen los migrantes a ser acogidos en condiciones
dignas. ¿Se sigue de todo lo dicho hasta aquí que este sea un Papa relativista,
globalista y funcional al progresismo individualista?
Por si hiciera falta, en el parágrafo
13, a propósito de las políticas identitarias que Fusaro llamará “progresismo
fucsia”, para Francisco no serían más que otra forma de fragmentación funcional
al consumismo y contraria a la noción mítica de pueblo: “se alienta también una
pérdida del sentido de la historia que disgrega todavía más. Se advierte la
penetración cultural de una especie de ‘deconstruccionismo’, donde la libertad
humana pretende construirlo todo desde cero. Deja en pie únicamente la
necesidad de consumir sin límites y la acentuación de muchas formas de
individualismo sin contenidos”.
En síntesis, podemos acordar o no con
la perspectiva que Francisco ha adoptado para su papado e incluso podemos, y
debemos, abrir el juego a profundísimas discusiones que van desde lo
estrictamente teológico a lo político. Pero la formación de Bergoglio/Francisco
y la tradición de la cual abreva, son lo suficientemente robustas como para
quitarle fundamento a algunas singulares interpretaciones.
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