Con la pulcritud oenegista que
una sociedad atrasada como la nuestra no se merece; con el acartonamiento
propio de la seriedad y el tono grave que todo admirador de Santiago Kovadloff exige;
con actuaciones estelares y “editorializantes” de moderadores amonestadores;
sin salirse un ápice del libreto harto trabajado por los asesores y los focus group; casi noruegos de tan
republicanos; supurantes de civilización y diálogo como le corresponde a las
democracias chiquitas en las que las decisiones no las toma el que llega a la
administración a través del voto popular; rodeados de un público igual o más
civilizado aún y en el contexto de la Facultad que le brinda a los argentinos
los fiscales de la República y las buenas costumbres contra el estatismo que
atenta contra nuestros derechos individuales; con analistas que evalúan la
calidad democrática, el interés y la participación por la cantidad de menciones
en una red social. Así se desarrollaron los monólogos de lo que fue presentado
ambiciosamente como #ArgentinaDebate, y que la ciudadanía pudo observar a
través de la pantalla de América 2 entre cortes publicitarios que duraron entre
10 y 13 minutos ocupados por las empresas a las que “les interesa el país”.
Dicho esto no me voy a servir de
los números del rating para afirmar que, dado que más argentinos vieron
Independiente-River o el programa de Lanata, a los ciudadanos no nos interesa
la democracia ni el intercambio de ideas, porque sería un reduccionismo. Además,
del mismo modo que el éxito en una red social no significa nada en sí mismo,
tampoco significa demasiado que los monólogos presentados como debates hayan
sido vistos por más o menos gente. En todo caso, de ese dato se pueden hacer
distintas inferencias y una de ellas podría ser que buena parte de la
ciudadanía entendió que lo que allí había no era un debate sino un show y, si
de shows se trata, prefiere el del fútbol o el de Lanata pues, a su vez, como
show, el debate dejó muy poco. De hecho, los principales impulsores del montaje
se quejaron de que nadie rompiera el molde y los principales análisis solo
destacan algún que otro momento de quiebre de la monotonía. Pues al fin de
cuenta escuchamos lo que los candidatos vienen diciendo y la única interacción
entre ellos se dio cuando uno le hacía una pregunta al otro sin posibilidad de
repregunta, con lo cual el preguntado hacía lo que todo asesor hubiera sugerido,
esto es, negar la acusación y seguir adelante. Todo esto estructurado por
temáticas y con un reloj severo que no permitía nunca intervenciones mayores a
dos minutos. Dado que los candidatos, insisto, solo monologaron las propuestas
que vienen repitiendo en programas de televisión y spot publicitarios, lo único
que se recordará de #ArgentinaDebate son las dificultades gramaticales y
argumentativas de Marcelo Bonelli, la fe republicana y las chicanas subrepticias
de Luis Novaresio hacia el candidato ausente, la buena voz de Rodolfo Barilli, la
puesta en escena del atril vacío para dejar en evidencia la falta de Scioli, la
cantidad de veces que, como un mantra, el candidato de la izquierda repitió la
palabra “trabajadores”, el “indignismo” acelerado de Stolbizer y los segundos
de silencio que pidió el candidato Massa cuando le tocó usufructuar el tiempo
que habría tenido el candidato del FPV y que la organización decidió distribuir
para que todos los presentes hicieran su catarsis terapéutica contra el
oficialismo.
Como saldo parece poco. Ahora
bien: ¿Si hubiera asistido Scioli hubiera sido mejor? No. Porque más allá de
las cualidades del candidato x lo que
obtura el debate es el formato dado que, como se ha dicho por allí alguna vez,
el “medio es el mensaje” y es el “masaje” también.
Ahora bien, probablemente las
razones por las que el candidato del FPV eligió ausentarse no tienen que ver
con esta mirada crítica hacia el formato. Más bien, probablemente, prime la
idea de que liderando la intención de voto con altas probabilidades de ganar en
primera vuelta no hace falta asumir el riesgo innecesario que supondría la
lógica del programa televisivo “Intratables”, esto es, ser el invitado especial
de una fiesta en la que se hacen presentes “todas las voces” para que por
izquierda o por derecha la mayoría critique al oficialismo. Porque Scioli se
hubiera encontrado con 5 candidatos atacándolo, de eso no cabe duda.
Sin embargo, se podría objetar
que participar de un debate no es algo que dependa de estrategias electorales sino
que es un deber republicano. Sobre ese punto me he pronunciado en esta misma revista
y aun a riesgo de repetirme reafirmo que si bien podría ser preferible que haya
debate aun cuando éste sea un show, lo cierto es que los requisitos
republicanos que se esgrimen para exigir a los candidatos la asistencia, o bien
están cubiertos previamente al debate o bien no logran ser cubiertos por el debate. Siendo más
específico, resulta insólito afirmar que el debate es necesario para que la
ciudadanía conozca las posturas, la personalidad y los desempeños públicos del
candidato porque, en tiempos de telepolítica, los candidatos están
sobreexpuestos y hasta los que tienen menos recursos equilibran bastante la
presencia mediática a partir de la última ley que otorga a los partidos
espacios de difusión gratuita en medios. Por otra parte, el formato polemista,
lejos de abrir el juego a que la ciudadanía revise sus posiciones y
eventualmente pueda encontrar razones nuevas para ratificar o rectificar su
voto, promueve la fidelización del mismo ya que la estructura empuja a que se
tome partido de antemano por uno de los candidatos. La consecuencia de ello es
que siempre creemos que ganó el debate el candidato que ya era de nuestra
preferencia antes del mismo.
Pero además: ¿importa quién gane
el debate? Aun si fuera cuantificable, ¿qué aspectos del mismo tomamos en
cuenta para evaluarlo? Y, por sobre todo: ¿esos aspectos que permiten salir
triunfador de un debate estructurado para show televisivo nos hablan de un buen
futuro presidente o de un buen polemista mediático?
Es lamentable echar por tierra la
excitabilidad republicana de comunicadores y de una parte de la audiencia que
cree que participar y hacer política es mirar la tele y opinar pelotudeces en
140 caracteres. Pero resulta llamativo que los mismos que creen que el debate
es esencial para la democracia nunca observen ni transmitan los debates que se
dan en las cámaras de diputados y senadores o que, incluso, señalen que los
mismos son una pérdida de tiempo. Incluso llama la atención cómo candidatos que
no asistían (Macri) o no asisten (Massa, Carrió, Michetti, entre otros) a las
sesiones de la Cámara para la que fueron elegidos por el voto popular, afirmen
que quien no acepta ser parte del show le falta el respeto a la ciudadanía.
Y por sobre todo, para finalizar,
creo que con la realización del debate no se beneficia ni la ciudadanía ni los
polemistas. Más bien, los grandes beneficiados son aquellos interesados en que
se naturalicen y legitimen al menos 3 ideas. En primer lugar, que solo una ONG (o
un conjunto de ellas) es la adecuada para organizar un debate plural y neutral
porque todo lo que huela a Estado, Gobierno u organizaciones populares parece
estar viciado de antemano en tanto faccioso. De esta manera se busca instalar
que los ciudadanos libres y racionales (en muchos casos con dudosos financiamiento
en dólares), y nucleados en tanto individuos que forman parte de la sociedad
civil, son los únicos con la idoneidad y la moralidad para organizar este
evento.
En segundo lugar, ¿por qué el
lugar escogido fue la Facultad de Derecho? Es de celebrar que el evento se
hiciera en una Universidad pública pero ¿por qué no se hizo en Ciencias
Sociales, en Filosofía y Letras, en Agronomía o incluso en Odontología ya que
también de sonreír se trata? En tiempos de judicialización de la política y
donde ciertos sectores sueñan con un gobierno de los jueces, el escenario no
parece casual y abona el imaginario de un Estado y una democracia subsumidos al
Poder Judicial.
Por último, ¿por qué los
moderadores fueron periodistas? ¿No podría haber sido un académico? ¿Acaso un
ferretero? ¿Un carpintero? ¿Un docente? ¿Por qué no un comentarista deportivo o
más bien un mago con o sin dientes? ¿Fueron periodistas porque son buenos
animadores con lo cual se deja bien en claro que se trataba de un show? ¿O
fueron periodistas porque lo que se quiso dejar en claro es que debata quien
debata lo que importa es legitimar y naturalizar que las ONG, el Poder Judicial
y la corporación periodística son los guardianes morales de la República?
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