sábado, 31 de octubre de 2015

El factor Buenos Aires (publicado el 29/10/15 en Veintitrés)

Genera perplejidad que una candidata a la que no se le reconoce al menos una definición política y posee una retórica que transita todos los lugares comunes de la autoayuda oenegista, sea la artífice de lo que se presenta como la posibilidad cierta de la llegada a la presidencia de Mauricio Macri. Genera perplejidad porque era de esperar que tras 12 años de construcción el kirchnerismo fuera vencido por una alternativa política y robusta que lo supere en todo sentido aun cuando lo haga desde la derecha. Pero no es el caso y el PRO está cerca de terminar con la década larga de proyecto nacional y popular. Sin embargo, cabe decirlo, evidentemente el adversario político ha tenido sus méritos y en esta columna en la que se ha criticado al consultor Durán Barba por su “maquiavelismo antipolítico” (si tal conjunción no resulta un oxímoron), también se había dicho que la estrategia de la “pureza” era una estrategia adecuada puesto que, en cierta instancia, una hipotética alianza con Massa no le hubiera sumado los votos necesarios y lo hubiera obligado a resignar espacios. Ahora Macri llegó a la segunda vuelta apenas 2,5% por detrás lo cual lo pone, quizás, incluso, como favorito, más allá de que habrá que evaluar cuánto de antikirchnerista y cuánto de antimacrista tiene el voto peronista del ex intendente de Tigre que en este momento tiene el desafío de hacer valer esos 21,3% de los votos obtenidos.
Ahora bien, más allá de los aciertos del PRO creo que también habría que evaluar los errores del kirchnerismo, alguno de los cuales se vinculan a aspectos que anteceden a la estrategia electoral. Me refiero puntualmente a la dificultad de generar liderazgos por fuera de la figura de Néstor y Cristina, liderazgos que pudieran eventualmente devenir en candidaturas competitivas. Porque Scioli no era la primera opción como tampoco lo era Randazzo. En realidad no había plan B y si CFK no lograba una modificación en la Constitución, lo que restaba era simplemente esperar a ver quién picaba en punta. Impulsar que aquel que desee suceder a la actual presidente deba competir, tal como lo hicieron, recuerde, la casi decena de candidatos que uno a uno fueron haciendo su “baño de humildad”, es una decisión razonable pero tomada ante la incapacidad, la imposibilidad o el deseo de no apuntalar una o unas figuras que pudieran aparecer como reemplazantes naturales.   
Esto, por supuesto, tampoco implica hacer recaer todas las culpas sobre una forma peronista de construcción del poder. Los que no pudieron o no se animaron a disputar ese espacio tienen también su cuota de responsabilidad y Scioli tendrá también su cuota tanto en el triunfo como en la derrota. 
Pero, además, hubo un error importante en la estrategia electoral. Dado que en esta columna me equivoco bastante déjeme recordar las pocas veces que logro algún acierto porque en su momento denuncié las consecuencias que podía traer aparejada la decisión presidencial de disputar, en las PASO, una interna para dirimir el candidato a presidente. En aquel momento señalé que la estrategia discursiva de Randazzo, demasiado vehemente frente a su adversario, terminaría afectando al oficialismo y reduciendo sus chances de victoria. Probablemente la presidente interpretó este fenómeno del mismo modo y decidió ungir a Daniel Scioli, aquel que mejor medía, y acompañarlo con una figura del riñón del kirchnerismo como Carlos Zannini que no traía votos pero era una señal hacia los sectores progresistas del oficialismo que dudaban de la lealtad del actual gobernador de la provincia. Sin embargo, disolver “a dedo” la interna que se iba a jugar en las PASO tenía sus consecuencias y la información que trascendió fue que la manera de contentar al desplazado Randazzo fue ofrecerle ser el único candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires, algo que el actual ministro rechazó. La historia resolverá pero, desde mi punto de vista, rechazar el segundo cargo ejecutivo más importante de la Argentina es un error, máxime porque, si bien en tanto contrafáctico nunca lo sabremos, hay buenas razones para suponer que Randazzo se hubiera impuesto a Vidal. Lo cierto es que ante esa negativa, CFK entendió que tenía la posibilidad de brindarles a sus votantes una interna o, en todo caso, no quiso asumir el costo de resolver otra candidatura a dedo. El resultado de ello fue proponerles a Julián Domínguez, Fernando Espinoza y a Aníbal Fernández que diriman el asunto en las PASO lo cual generó que inmediatamente los primeros dos se unieran en una fórmula. Y allí sucedía algo particularmente extraño: Domínguez era el menos conocido pero su imagen positiva hacía que Scioli no perdiera votos. Distinto era el caso de Aníbal Fernández que picaba en punta pero tenía un enorme rechazo de parte de la población no kirchnerista. Algunas semanas después de la determinación de las fórmulas, la vergonzosa operación mediática que sufrió el actual Jefe de Gabinete de parte del Grupo Clarín, paradójicamente, llevó a la Casa Rosada a dejar la neutralidad y a apoyar a Fernández del mismo modo que hicieron los votantes kirchneristas que estaban en la duda y entendían que, el atacado por Magnetto, es el candidato del proyecto. El resultado fue un ajustado 21 a 19 en favor de la fórmula Fernández-Sabbatella, pero los costos ya se empezaban a sentir porque esos 40 puntos fueron menos de los votos que se necesitaban para apuntalar a Scioli y la debacle final llegó este último fin de semana cuando, para sorpresa de propios y extraños, Vidal obtenía 4 puntos más que la fórmula del FPV. El rechazo de un sector de los votantes a Fernández que, acompañado por Sabbatella, también se ganaba el encono de muchos intendentes peronistas, explica que la fórmula solo haya obtenido el 35,18%, dos puntos menos que lo que obtuviera Scioli y 5 puntos menos que los que obtuviera el FPV en las PASO.
El jefe de Gabinete adjudicó la derrota a una extraordinaria elección de Vidal, lo cual es cierto, pero también hizo referencia a “fuego amigo” sin dar mayores precisiones. Si bien pudo haber algún “herido” tras el duro enfrentamiento en las PASO, si alguno de sus principales adversarios hubiera querido boicotearlo encontraríamos una enorme diferencia entre los votos del candidato a presidente por el FPV y los votos a la categoría gobernador. Sin embargo, en Matanza, tierra de Espinoza, Scioli obtuvo 48,19% y Fernández el 46,66%; en Chacabuco, tierra de Domínguez, Scioli obtuvo 38,47% y Fernández 37,73%. Asimismo, en Chacabuco, el candidato a Intendente promovido por Domínguez también perdió la elección así que difícilmente podría pensarse que el actual presidente de la Cámara hubiera llamado a votar en contra de “sí mismo” para perjudicar a su contrincante en las PASO. Algo similar sucedió en Quilmes, donde el “Barba” Gutiérrez, enfrentado desde siempre a Fernández, perdió la intendencia en manos de un cocinero.
El de la Provincia de Buenos Aires fue el único resultado que se apartó de lo esperado y del patrón que más o menos se viene dando en la Argentina, esto es, un oficialismo que gana en la mayoría de los distritos (17 sobre 24) y que pierde en los grandes centros urbanos (algunas ciudades capitales, CABA y las provincias de Mendoza, Santa Fe y Córdoba). Tal fenómeno se replica en todos los países de Latinoamérica donde existen gobiernos populares y lo que aquí permitía que ese comportamiento no incline la elección era la tradición peronista que se imponía en la provincia que aporta el 37% de los votos. Caída la provincia, la elección se puede ganar igual, como ha sucedido, pero la diferencia se achica. Para finalizar, hoy parece un consuelo pero hay que decir que el kirchnerismo sigue siendo la fuerza que más votos obtuvo en cada una de las elecciones que se han realizado en los últimos doce años y que tendrá una mayoría de alrededor de 40 escaños en la Cámara de Senadores y será primera minoría en la Cámara Baja con cerca de 115 diputados entre propios y aliados, esto es, a poco de los 129 que se necesitan para el quórum. Pero sin duda, peligra la elección más importante que es la presidencial. Una conjunción de virtudes ajenas y errores propios puede ayudar a entender el presente escenario. 

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