En el opúsculo Sobre la paz perpetua, publicado en
1795, el filósofo prusiano Immanuel Kant advertía los peligros que podría
implicar eliminar las fronteras de los Estados nacionales en favor de una
suerte de gran Estado mundial. Más específicamente, Kant sostenía, conociendo
la racionalidad de los hombres y los Estados, que si todos los países se
unieran, delegando su soberanía en un gobierno global, era posible que, más que
una República, lo que sobreviniese fuera un gran despotismo universal.
Curiosamente, más allá de que
existe una enorme controversia acerca del significado del texto citado, el
filósofo emblema del pensamiento iluminista y cosmopolita celebra, según la
interpretación estándar, la existencia de Estados (republicanos) como el único
modo de frenar la peor de las formas del despotismo.
Ahora bien, Kant, que como buena
parte de los europeos del siglo XVIII, creía que el mundo era Europa, entendía
que era necesario avanzar hacia algún tipo de acuerdo interestatal para que el
viejo continente cesara la sangría de las guerras. Independientemente de si ese
acuerdo debiera ser simplemente moral o debiera ir un paso más allá hasta
alcanzar un formato jurídico, lo cierto es que el breve tratado de política
internacional antes mencionado es visto como, quizás, el texto teórico
fundacional que marcó los principales lineamientos de lo que, más de 150 años
después y tras la guerra más terrible, comenzó a dar forma a lo que hoy
conocemos como la Unión Europea.
Tal unidad ha sido un enorme
avance en muchos aspectos y, efectivamente, eliminó los conflictos bélicos al
menos hacia adentro del continente. Con todo, la Unión mantiene la tensión que
marcaba Kant entre avanzar hacia una gran Estado (europeo) con una Constitución
única que torne obsoleta las delimitaciones en términos de Estados nacionales o
propender hacia una serie de acuerdos que fomenten la multilateralidad y el
sentido de pertenencia a un continente pero manteniendo incólume la soberanía
de cada uno de los Estados miembros. Tal tensión, por cierto, está claramente
de manifiesto en todo el ordenamiento institucional y jurídico de la
Unión.
Pero la globalización, sin duda,
ha golpeado las estructuras clásicas de los Estados nacionales generando una
enorme curiosidad pues si el capitalismo clásico creció de la mano de los
Estados nacionales hoy son éstos los que aparecen como los únicos capaces de
ponerle freno a la prepotencia de las multinacionales y el Mercado, pilares en
esta etapa de capitalismo financiero. Al menos así ha sido en buena parte de
Latinoamérica y así se plantea en Europa cuando Grecia se encuentra en medio de
una durísima negociación con la denominada “troika” conformada por la Comisión
Europea, el Banco Central Europeo y el FMI.
La troika le exige a Grecia recortes
que en Argentina ya sufrimos. Se trata de un paquete de “austeridad” que llega
tras una década en la que los bancos y las multinacionales alemanas y francesas
se beneficiaron financiando una burbuja de consumo que resulta, hoy, difícil de
enfrentar y que ha llevado a Grecia a tener una deuda que alcanza un porcentaje
del PBI cercano al que tuvo la Argentina en 2001. De hecho, la troika viene
interviniendo con sucesivos salvatajes desde 2010, incluso, con quitas de deuda
a cambio de reformas estructurales. Sin embargo, 2 de cada 3 jóvenes griegos
están hoy sin empleo.
No contentos con este escenario,
la troika exige al gobierno griego elevar la edad jubilatoria a 67 años;
recortes paulatinos y eliminación de los complementos en pensiones para 2019;
el establecimiento de 3 tipos diferenciados de IVA y un recorte de 400 millones
en Defensa.
La intransigencia de un paquete
de medidas que afectaría no solo al país sino a la base de sustentabilidad
popular que llevó a Syriza al gobierno, hizo que Tsipras dispusiera llamar a un
referéndum, para el domingo 5 de julio, en el que la ciudadanía determinará si
acepta o no los nuevos recortes que propone la Troika. La decisión de que sea
el propio pueblo el que elija los pasos a seguir fue insólitamente criticada
por líderes europeos y hasta se ha señalado que aquella determinación fue la
culpable del fracaso de la negociación. Lo cierto es que en las horas en que
escribo estas líneas los bancos han cerrado sus puertas en Grecia, hay
limitación para la extracción de dinero en cajeros y se habla de un inminente
default que derivaría en la salida del país, cuna de la filosofía, de la Zona
Euro, tras más de 14 años.
Y cada vez que aparece la palabra
“default” la referencia obligada es Argentina, lo cual, a la vista del
establishment internacional es un verdadero problema porque el de nuestro país
es un buen ejemplo para observar a dónde llevan las políticas neoliberales de
ajuste y cómo el resurgimiento estuvo vinculado a políticas heterodoxas
neokeynesianas y a una reestructuración de deuda con una quita enorme. Sin
embargo, claro está, hay una diferencia no menor: la potencialidad económica de
la Argentina no es la de Grecia y Grecia no tiene política monetaria autónoma como
tuvo la Argentina. En otras palabras, guste o no, el gobierno argentino tuvo y tiene
una moneda propia más allá de que la economía siga en parte dolarizada y a
pesar de aquella intentona menemista de sustituir al peso por el dólar. Pero hoy,
Grecia, y los otros 18 países que forman la Zona Euro (sobre los 28 que
componen la Unión Europea) no pueden tener una política monetaria propia y
están obligados a cumplir con las metas económicas que determina la autoridad
que maneja la Economía de la zona.
Con la soberanía golpeada, Grecia
negocia con Europa, esto es, con quienes son hoy los máximos beneficiarios de
la Unidad: Alemania y Francia. Sin embargo, no disputa contra dos países sino
contra los dueños del poder económico, un poder más fuerte que el de los
Estados y que Kant no pudo prever, probablemente por aquel optimismo liberal
que suponía que el comercio permite un acercamiento entre los pueblos que
redunda en beneficios mutuos para poder desarrollarse y progresar.
Pero hoy las condiciones las impone
el capitalismo financiero y Grecia recibirá la amenaza del castigo ejemplar,
como hasta el día de hoy la sigue recibiendo Argentina. Resulta claro,
entonces: el despotismo universal ya no vendrá en la forma de Estado planetario;
vendrá, más bien, en la forma de un capitalismo financiero desterritorializado,
violento, usurero y voraz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario