En la medida en que avanza el
cronograma electoral, y tras sucesivos “baños de humildad”, se va delineando
quiénes serán, finalmente, los candidatos. La oposición parece tener resuelto
el panorama y lo único que puede alterarlo es el “enigma Massa”. En otras
palabras, Macri será el vencedor de la interna en la que competirán la UCR, la
CC y el PRO, y en todo caso lo que resta saber es si competirá contra Carrió y
Sanz o si este último preferirá dar un paso al costado antes que recibir una
paliza electoral; y María Eugenia Vidal sería la candidata de ese espacio en la
Provincia de Buenos Aires. Pero todo esto podría sufrir una alteración si se
acepta la propuesta massista de ir hacia una gran interna “panopositora”,
convite que, por ahora, Macri rechaza menos por razones ideológicas que por la
convicción de que el mejor Massa será aquel que, acorralado, finalmente, no
tenga otra que bajarse, quizás, de todo. Pues cada día que pasa, al
exintendente de Tigre se le hace más difícil renunciar a la candidatura
presidencial para desembarcar en la provincia y de aquí sale una enorme
paradoja ya que la encerrona en la que se encuentra Massa es producto, en
realidad, del gran triunfo que obtuvo en las elecciones de 2013. En este
sentido, si Massa hubiera ganado por apenas unos puntos o incluso si hubiera
perdido por apenas unos puntos, se habría concentrado en intentar ser el gobernador
de la Provincia. Sin embargo, aquella estruendosa victoria le hizo creer que
sería “el elegido”, “el candidato” que podría seducir al establishment
económico y, al mismo tiempo, a un peronismo residual agotado del kirchnerismo.
Con todo, el que espera y sueña
es Francisco de Narváez pues si Macri y Massa formaran parte de la misma
interna, él podría capitalizar los votos de ambos candidatos y posicionarse
como el opositor capaz de disputar, con el oficialismo, la gobernación.
Desde la perspectiva del
oficialismo, en la provincia de Buenos Aires todavía persisten algunos
precandidatos aunque todo parecería encaminarse a un mano a mano entre Aníbal
Fernández y Julián Domínguez. El primero tiene niveles altísimos de
conocimiento y gracias a su prepotencia de trabajo y su capacidad oratoria,
suele ser el preferido por aquellos sectores kirchneristas de paladar negro
fuertemente imbuidos de la agenda del día a día que instalan los medios y en la
que el actual Jefe de Gabinete es siempre protagonista en tanto voz oficial. Su
punto débil es la sobreexposición, cierto descuido en la construcción
territorial, y la imagen negativa que ha cosechado en una parte de la
ciudadanía. En cuanto a Domínguez, su principal rival, antes que Fernández, es
el hecho de que “el gran público” no lo conoce. Pero a favor tiene los cuadros
técnicos, una reconocidísima labor institucional, un espíritu dialoguista y el
trabajo “hormiga” de alianzas con intendentes, universidades y sectores de la
producción. Seguramente hoy corre detrás en las encuestas pero su potencial
podría dar una sorpresa. Asimismo, ambos son de cuna peronista y están
identificados con el peronismo pero Domínguez parece tener mayor capacidad para
atraer a sectores del peronismo que esperan alguna señal para abandonar su
desencanto.
Donde no parece que exista lugar
para ninguna sorpresa es en cuanto a los precandidatos a presidentes por parte
del oficialismo. Si bien la presidenta cuenta con la facultad de catapular y
darle competitividad a cualquiera que unja como candidato, pareciera que la
disputa se resuelve entre Scioli y Randazzo.
Ninguno parece ser aquel que
hubiera elegido la presidenta y el núcleo duro del kirchnerismo en condiciones
ideales, aunque también es verdad que, para ese espacio, la única que garantiza
cabalmente la continuidad del proyecto tal como lo conocemos, es la propia
presidenta. Pero impedida por una cláusula constitucional, CFK, que construyó
poder de forma verticalista como Perón, tiene el mismo problema que el fundador
del movimiento justicialista: designar como sucesor a un nombre propio que,
naturalmente, y por la propia dinámica de lo humano, decida erigirse como el
nuevo polo magnético del poder. En este sentido, no es descabellado pensar que
el “kirchnerismo puro” tema que el candidato del propio espacio haga con ellos
lo que Kirchner hizo con Duhalde en 2005, esto es, tras unos años de
transición, desplazarlo completamente y quitarle todo tipo de injerencia en las
decisiones. Sin dudas, la situación no es la misma y los liderazgos no son lo
mismo pero tanto Randazzo como Scioli, seguramente, querrán darle su propia
impronta a una eventual presidencia.
En cuanto a las posibilidades
electorales de cada uno, Scioli, todas las encuestas así lo dicen, se encuentra
adelante de Randazzo quien especula con conseguir todo el voto del kirchnerismo
más progresista que desconfía de Scioli y que la presidenta se pronuncie
abiertamente, aunque no parece que esto último vaya a suceder.
En este contexto, se espera que los
meses que restan hasta las PASO sean de enorme tensión al interior del
kirchnerismo pues parece haber dos perspectivas en pugna. Por un lado, lo que
podríamos llamar “línea de la tradición pejotista”, que adheriría a la
candidatura de Scioli por ser el único que aparentemente garantizaría el éxito.
Son los mismos que se irían detrás de cualquier candidato (incluso de un
peronista antikirchnerista) si éste les garantizara un caudal de votos
suficiente que les permita continuar en su cargo y son los mismos que, seguramente,
no se sienten del todo cómodos con la política de confrontación tan propia del
kirchnerismo.
Pero, por otro lado, se encuentra
la línea de los sectores progresistas del kirchnerismo que hegemonizan la
comunicación k, sea a través de espacios intelectuales, sea a través de
distintas plataformas mediáticas, que parecen, por motu proprio, llevar adelante una cruzada antisciolista que
prácticamente ubica a éste como un espejo del candidato conservador Mauricio
Macri. Y no resulta del todo justa la comparación aun cuando sea verdad que el
establishment ha elegido al exmotonauta como el mejor candidato dentro del FPV
y aun cuando se espera de él pronunciamientos menos ambiguos respecto de las
grandes conquistas y, sobre todo, las grandes batallas llevadas adelante por el
oficialismo. Es más, hasta estoy tentado a adelantar que una eventual
presidencia de Scioli contará con un escenario legislativo sin mayorías
absolutas de lo cual se sigue que el actual gobernador de la Provincia deberá
negociar con la oposición. Y en ese contexto vendrá la segunda etapa del plan
de los grupos del poder real, esto es, separar a Scioli del kirchnerismo
generando así un cisma entre el sector que responderá a CFK y el gobierno. Si
esta hipótesis es correcta no es irrazonable preguntarse hasta qué punto Scioli
podrá resistir tal presión y tales tentaciones más allá de que hasta el momento
lo haya hecho.
Sin embargo, quienes defienden
esta línea y afirman que Scioli es el enemigo N° 1, tendrán que explicar por
qué los Kirchner lo han elegido, en 12 años, para ocupar los cargos de
vicepresidente de la Nación y gobernador de la Provincia, es decir, los cargos
más importantes de la República luego de los que ocuparan Néstor Kirchner y
Cristina Fernández.
A manera de resumen, y para
finalizar, habrá que indagar cuánto de la crítica de esos sectores del
progresismo kirchnerista obedece más bien a ese arraigado sentimiento antiperonista
de socialdemocracia citadina y a su pretensión de marcarle la cancha a la política;
y, a su vez, porque no solo de progresismo zonzo se compone el movimiento,
habrá que indagar también cuánto hay de peronismo autoexculpatorio en aquellos
que asumiéndose peronistas (y kirchneristas) acaban justificando cualquier
candidatura en tanto definen al peronismo (y al kirchnerismo) como una máquina
burocrática de poder pragmático que debe ganar como sea independiente de quien
sea el candidato y de los principios por los que éste pregone.
No hay comentarios:
Publicar un comentario