Hay quienes ingenuamente creen
que la historia no es revisable ni resignificable. Son los que consideran que
cualquier retrospección que erija una nueva mirada sobre lo ocurrido es parte
de una manipulación consciente para justificar un presente dado y proyectar un
futuro a medida. Se trata de los que hablan de “los hechos” y con ello refieren
eufemísticamente a la cristalización de una interpretación privilegiada en un
contexto dado como si la historia no estuviera siempre en el marco de una
narrativa en la cual lo ocurrido adopta un sendero siempre construido a
posteriori.
Son los que hablan de “relato” y
hasta de “chauvinismo” cuando aparece una nueva corriente de interpretación que
trata de dar cuenta de un episodio enormemente controvertido de nuestra
historia reciente, a saber: Malvinas. Dicho en otras palabras, aun cuando
muchos quisieran que un piadoso olvido recayera sobre aquella excursión en la
que se expuso a una enorme cantidad de jóvenes a las condiciones más
demenciales, en estos últimos años viene dándose un giro interpretativo
respecto de lo que siempre fue visto como el último “manotazo” de marketing
nacionalista de los estertores de una dictadura liderada por un hombre que
solía tomar decisiones con alto nivel de alcohol en sangre.
Pues, efectivamente, el episodio
Malvinas siempre quedó “pegado” a la dictadura y eso generó un efecto
enormemente dañino ya que los artilugios de los impulsores de la guerra
lograron que buena parte de la sociedad confundiera la revalorización de la
soberanía y la recuperación de un territorio propio, con intereses inherentes, con
exclusividad, a gobiernos dictatoriales. Más específicamente, la tradición del liberalismo
conservador de la Argentina aprovechó el favor de la dictadura en dos sentidos
pues se separó de los militares genocidas acusándolos de nacionalistas, al
tiempo que los utilizó para imponer una política de enajenación de los bienes
nacionales en pos de un libre mercado para el que la soberanía y la disputa
contra las diversas formas de imperialismo eran solo principios abstractos y
pasados de moda. Buen ejemplo de ello fue Bernardo Neustadt quien, en el marco
de la privatización de Entel, abría un teléfono para, al exponerlo vacío,
“demostrar” que aquellos que decían que allí se jugaba la soberanía estaban
apoyándose en ideologías vetustas incapaces de resistir la contrastación
empírica. Paradojas del liberalismo vernáculo que, al igual que cualquier
ideología, se basa en una serie de construcciones ficcionales y al día de hoy
repite su mantra libremercadista como si se tratase de un espacio real y
concreto donde los sujetos, en igualdad de condiciones, transan sus bienes
según el equilibrio brindado por leyes naturales.
Retomando el inicio, el cambio
cultural que significó la última década (independientemente de si este cambio
le ha resultado a usted positivo o negativo), permitió separar la
reivindicación de Malvinas de la puesta
en escena (que derivó en muertos y torturados para nada virtuales) que la
dictadura montó. Algo similar a lo que ocurrió con la Fragata Libertad cuando
especialmente las nuevas generaciones entendieron que, en su recuperación, no
estaba en juego una reivindicación de “los milicos” sino la mismísima noción de
soberanía. Ese mojón mostró que, en este momento de nuestra democracia, se
puede pensar que lo militar no está indisolublemente ligado a dictaduras y
terrorismo de Estado, y que es posible pensar unas Fuerzas Armadas cercanas al
pueblo y dedicadas a la importantísima labor de la Defensa en clave nacional y
regional.
De hecho, esta nueva mirada se
expresa, por ejemplo, en la Villa La Carbonilla, en la Ciudad de Buenos Aires,
donde el Ministerio de Defensa, organizaciones sociales y Madres de Plaza de
Mayo trabajan, junto al ejército, en obras de infraestructura que permitan
integrar el barrio. Aun con todas las tensiones del caso, el avance ha sido
enorme máxime si se hace el ejercicio de pensar cuántas sonrisas cínicas
hubiera generado, hace una década, plantear un trabajo mancomunado de este tipo.
Mientras tanto, el episodio
Malvinas puede servir para ir bastante más allá y, por ejemplo, advertir la
necesidad de seguir deconstruyendo la compleja red ideológica que atravesó el
siglo XX en Argentina y los antecedentes que establecieron las condiciones de
posibilidad de una dictadura que, como se indicaba anteriormente, tenía
arrebatos de discurso nacionalista articulados con un plan económico extranjerizante impuesto a
sangre y fuego. Asimismo nunca está de más mencionar que el nacionalismo
argentino está lejos de ser un corpus monolítico y que una breve historia de
sus vaivenes, nos mostraría la existencia de la variante de derecha
conservadora surgida como respuesta xenófoba al fenómeno migratorio, la
particularidad del “mestizo” nacionalismo peronista, y el nacionalismo de
izquierda que, con algunas categorías marxistas, acomodaba sus fundamentos a
una realidad vista en términos de una disputa entre centro y periferia.
Tampoco debería dejarse de
soslayo la relación entre nacionalismo y territorio, y el modo en que esa
relación estuvo vinculada también al origen de los Estados modernos y a la
noción de soberanía atada a la potestad sobre un determinado espacio físico.
Pues en la Argentina, “el territorio” ha sido parte de interpretaciones y
querellas tanto militares como intelectuales y hasta el día de hoy goza de
“mala prensa”. En este sentido, pensemos en la tradición que Jauretche llamaría
“defensores de la patria chica”, atada a los intereses del puerto y dándole la espalda
al resto del país, o al Sarmiento que, horrorizado ante la extensión del
“desierto”, llamaba a poblar con los “hijos” de las civilizaciones en las que
se encarnaría la socialidad y las virtudes republicanas. Curiosamente, hay allí
toda una tradición que valoraba el territorio (o una parte de él) pero que
despreciaba a los habitantes originales del mismo, algo que comienza a
repensarse especialmente a partir de algunas elaboraciones teóricas surgidas
con fuerza en el primer centenario de nuestra independencia.
En las últimas décadas, a su vez,
se viene dando una serie de reivindicaciones que denuncian la violencia con que
los Estados modernos han impuesto su ideal de homogeneidad y, especialmente
vinculados a las exigencias de los pueblos indígenas, ha surgido la necesidad
de problematizar la idea de que a cada Estado le corresponde una única nación,
ya que una forma jurídico-administrativa puede albergar, dentro de sí,
distintas agrupaciones humanas emparentadas por tradiciones, etnias, valores y
religiones diversas. Asimismo, esto también ha dado lugar a una suerte de
romanticismo indigenista estrechamente vinculado a la reivindicación
territorial muy bien aprovechado por sectores tanto de la ultraizquierda como
de la derecha oenegista que, por un lado o por el otro, acusan al Estado de ser
el perpetuador de la desigualdad y opresión de los pueblos tanto como el
principal impulsor de los intentos de coacción contra la libertad
individual.
Para finalizar, entonces, el episodio
Malvinas debe ser visto como una oportunidad de reflexión sobre toda una serie
de elementos caros a nuestra historia y a nuestro presente, elementos
contradictorios y controvertidos que permanecen en una zona de litigio y forman
parte del inventario doloroso de nuestra historia como país. Las
reinterpretaciones y las resignificaciones no son una afrenta ni a las víctimas
ni a la supuesta sacralidad de los hechos. Se trata, simplemente, del proceso
natural de una sociedad que cambia.
Me encanta escucharte en 678 Dante! Ayudas a abrir un poco la mente y resignicar las cosas que nos pasan ahora con respecto a las que pasaban.
ResponderEliminarQué representa cada actor social y cuáles son sus intereres. Muy bueno!