Es claro que la propia lógica
expansiva del capitalismo ha generado redes ubicuas que, a través de diversos
mecanismos, han incluido al mundo entero. Este movimiento se ha ido acelerando
en las últimas décadas con el avance del capitalismo financiero en el contexto de
mercados desregulados y organismos de crédito que mantiene sujetados a los
Estados a través de las deudas que el propio sistema los indujo a contraer. Tal
avance no puede prescindir, claro está, de dispositivos sociales y culturales
como los medios de comunicación y en este sentido, aunque esté bastante
trillado ya, no se puede dejar de soslayo el modo en que los medios masivos han
estado a la vanguardia de la construcción de un sentido común permeable al ideario
del liberalismo económico que sustenta la actual etapa del capitalismo. Es más,
podría decirse que el hecho de que todo aquello que huela a estatal sea
sospechado de prebendario e ineficiente tiene antecedentes que se pueden remontar
a muchos siglos atrás, pero no deja de ser una verdadera conquista ideológica
forjada a través de un inmenso aparato de propaganda por momentos nada sutil.
Con todo, no hay que olvidar, si
de medios hablamos, un aspecto menos explorado en este sentido. Me refiero a la
cuestión de cómo opera la desinformación en el nivel de los mercados e,
indirectamente, en los ciudadanos de a pie como usted y yo. Para esto me
serviré de algunos comentarios de un economista italiano llamado Christian
Marazzi que acaba de publicar en español un conjunto de trabajos vinculados a
la relación entre capital y lenguaje.
Marazzi señala, frente a la
mirada neoclásica que suponía que todas las personas son racionales, buscan
maximizar su beneficio y toman sus decisiones basándose en un cúmulo de
información suficiente, que el comportamiento de los mercados en enormemente
irracional y que opera más bien por un “efecto manada” que se apoya en la
enorme desinformación de los agentes que en él actúan. En sus propias palabras:
“La mayor parte de los inversores parece considerar al mercado accionario como
una fuerza de la naturaleza en sí misma. No se dan del todo cuenta que son
ellos mismos, como grupo, quienes determinan el curso del mercado (…) Muchos
inversores individuales piensan que los inversores institucionales dominan el
mercado porque tienen modelos sofisticados para la comprensión de sus
derroteros, o bien poseen un conocimiento superior. No saben que los inversores
institucionales poseen muy pocos indicios acerca de los precios de los mercados
accionarios. En otros términos, el nivel de las cotizaciones, en cierta medida,
es el producto de una profecía autocumplida, basada en ideas vagas pero
sostenida por un corte transversal de inversores grandes y pequeños, y
consolidada por los medios de comunicación que se contentan frecuentemente con
convalidar tal conocimiento convencional inducido por los mismos inversores”
(Schiller, citado en Marazzi, Ch., Capital
y Lenguaje, Bs. As., Tinta Limón, pag. 30).
De este modo, el buen inversor no
es el que reconoce las supuestas leyes naturales que operan en el mercado sino
el que es capaz de predecir (u operar) el comportamiento de una manada que
actúa por contagio apoyada en un déficit de información estructural. Esa
manada, claro está, es informada, es decir, recibe su forma, en buena medida, por
las tapas de los diarios y el elenco estable de economistas del establishment
que, a juzgar por sus frecuentes apariciones, pareciera que durmieran dentro de
los canales de Televisión.
El punto es que, en las últimas
décadas, esa manada también incluye a pequeños trabajadores que a través de
fondos de pensión o fondos de inversión aportan una enorme masa de dinero que
acaba formando parte de la timba financiera y la fiesta de los intermediarios.
Se da así una paradoja que pondría los pelos de punta a los viejos principios
marxianos que llamaban a la unidad de los proletarios pues, aquí, el dinero de
los trabajadores del primer mundo es utilizado especulativamente para afectar
directa o indirectamente a los trabajadores de otros países. Marazzi, que
escribió esto a principios del siglo XXI, lo ejemplifica con las crisis de
México, Rusia, los tigres asiáticos y la Argentina. En la página 45 del texto
citado anteriormente, el italiano lo indica así: “Poco importa, para el
trabajador-ahorrista occidental, que la garantía de su jubilación implique la
puesta en crisis de los proletarios asiáticos, mexicanos, rusos o argentinos.
Poco importa el contenido de sus inversiones, el hecho de que la decisión a
invertir o desinvertir tenga efectos directos sobre los cuerpos de las
poblaciones locales”.
Se trata del conocido artilugio
del capital que concentra las ganancias pero redistribuye los riesgos y los
fracasos, y al que debemos agregar una enorme capacidad para generar cortes y
enfrentamientos entre las clases sociales que son igualmente afectadas por las
políticas neoliberales.
Pero Marazzi, a su vez, para
ahondar en este punto, refiere a otro italiano que alguna vez hemos citado en
estas páginas. Me refiero al creador de la idea de “Semio-capitalismo”: Franco
Berardi.
El pensamiento de Berardi viene
al caso porque este ingreso del capital de los trabajadores a los mercados
financieros va de la mano de una resignificación del concepto de trabajo. En
otras palabras, el trabajador ya no es aquel que asistía a un espacio delimitado
temporal y espacialmente llamado “fábrica” para producir, gracias a su fuerza
de trabajo (física), un conjunto de bienes materiales concretos. Por supuesto
que este tipo de trabajos siguen existiendo pero cada vez más, afirma Berardi,
asistimos a un proceso en el que lo que realmente se intercambia es el trabajo
mental y lo que se transa son los signos de ese trabajo mental que circulan a
gran velocidad a través de Internet. Asistimos así al vértigo de un intercambio
inmaterial que redefine el trabajo y con ello nociones clásicas como los de
plusvalía pues comienza a existir una enorme dificultad para mensurar (y
valorar) lo producido.
A su vez, se da así una
particularidad y es que, a diferencia de aquellos relatos que incluían como una
de las virtudes del progreso científico y tecnológico el hecho de que cada vez
trabajaríamos menos, hoy en día no solo trabajamos más sino que consideramos al
trabajo como el lugar de realización por el cual la separación entre los
momentos productivos y las actividades alternativas o, simplemente, el ocio, se
borran para estar todo vinculado y atravesado por la empresa.
Marazzi, en la página 54 del
libro mencionado, se refiere a este punto así: “Del modelo fordista ha faltado
mencionar otro aspecto fundamental, la separación entre trabajo y trabajador
tan típica del modelo científico del ingeniero Taylor. Hoy la organización
capitalista del trabajo apunta a superar esta separación, a fusionar el trabajo y el trabajador, a poner a trabajar la vida entera de los
trabajadores. Se ponen a trabajar las competencias más que las calificaciones
profesionales, se ponen por lo tanto a trabajar las emociones, los sentimientos,
la vida extra-laboral, se podría decir la vida toda de la comunidad lingüística”.
Obviamente la Argentina y la
región toda no está exenta de los cambios aquí narrados más allá de que las
políticas de independencia económica y desendeudamiento que, por ejemplo,
nuestro país ha llevado adelante, permiten contar con una fortaleza estructural
poco permeable a la fluctuación especulativa de aquellos capitales que
desestabilizaron la región en la década de los 90. Aún así queda mucho por
hacer, especialmente en aquellas economías que no han diversificado su
producción y se encuentran atadas al precio de commodities. Con todo, en los gobiernos populares parece haber
cierta conciencia respecto del camino a seguir y las transformaciones que hace
falta realizar en este sentido. Donde quizás surjan más dudas es en el plano de
las identidades políticas pues allí, especialmente aquellas construcciones que
tuvieron como columna vertebral a un movimiento obrero y a un tipo de
trabajador que el capitalismo financiero hábilmente ha transformado, deben
urgentemente replantearse una serie de preguntas y ofrecer alternativas
representativas en un contexto nuevo que muta con un ritmo tan brusco como
frenético e inasible.
Mirá si tiene relación el lenguaje y el capitalismo, que por ejemplo, los economistas, cuando se refieren a la economía de la producción de cosas tangibles, la llaman, "economía real", con lo cual, si uno se detiene en esa denominación, indicaría que la economía financiera es o sería "irreal o de fantasía".
ResponderEliminarPor no hablar del concepto neoliberal del derrame, que nació siendo goteo y fue cambiado por cuestiones de marketing de esa ideología. Además cuando uno piensa en derrame en el sentido neoliberal, queda oscurecido el hecho de que el derrame siempre es algo "accidental", a diferencia de la distribución de la riqueza, que por fuerza debe obedecer a la voluntad y por ello es producto explícito de la política.
Saludos
Marcelo Foti