A diferencia
de elecciones anteriores en las que se disputaban cargos ejecutivos, faltando
apenas meses, el escenario está completamente abierto no solo en lo que
respecta a la elección presidencial sino también para la CABA y la mayoría de
los distritos que eligen gobernadores.
La dispersión en el voto recuerda los meses previos a la elección del
año 2003 pero la asociación es injusta pues los contextos son completamente
diferentes. En aquel año, el gobierno de Duhalde intentaba enderezar el barco
pos explosión en 2001 y que ningún candidato pasara el 25% de la intención de
voto era la consecuencia natural de una absoluta crisis de representatividad de
la dirigencia política y un enorme estado de confusión en la sociedad. El
resultado en primera vuelta fue asombroso pues entre el candidato victorioso
(que finalmente no se presentaría a la segunda vuelta) y el quinto, la
diferencia era del 10%. Habría que rastrear elecciones democráticas en el resto
del mundo para encontrar una situación similar y, de hallarse, me animo a decir
que no superarían los dedos de una mano.
Entrando a
2015 la situación es otra: las principales fuerzas en pugna son cuatro y una de
ellas (FAUNEN), sin un candidato fuerte que mida en la encuestas, parece
condenada a bajar su candidatura y aliarse de alguna manera con una de las dos
referencias opositoras que quedarían en
pie.
Por otro
parte, la crisis de representación en la dirigencia política parece salpicar
más a la oposición cuyos candidatos, a decir del periodista opositor Jorge
Lanata, “no reúnen juntos ni doscientos gramos de bosta”. Asumiendo que la
escatología equina no parece brindarnos categorías de análisis fructíferas,
digamos que ese vacío de representatividad que se veía en cacerolazos donde se
rechazaba a los políticos kirchneristas, pero también a los antikirchneristas,
muestra que el voto a los referentes opositores no parece obedecer a la
confianza en la capacidad de un candidato sino, en buena parte de los casos, al
“voto útil” producto del visceral rechazo a la figura de la presidenta que
tiene un sector de la población. El oficialismo, en cambio, tiene un núcleo
duro de adhesión que le garantiza un 30% de votos lo cual, desde el vamos, es
más que lo que hoy tienen el PRO de Macri o el Frente Renovador de Massa. El
problema que tiene el oficialismo es que el candidato que mejor mide no parece
convencer a la conducción ni a buena parte del kirchnerismo y los candidatos
que poseen mejor recepción en el electorado kirchnerista no miden lo suficiente
como para garantizar el triunfo. Dicho en buen criollo: Scioli puede ganar pero
a buena parte del kirchnerismo no le gusta. Si esto no es visto como parte de
la crisis de representatividad es porque el electorado kirchnerista que descree
de Scioli no está huérfano de representación sino, más bien, todo lo contrario:
tiene bien en claro que la conducción es de Cristina Kirchner aun cuando ella
deje de tener el poder formal el 10 de diciembre de 2015.
Salvando las
distancias, esta situación puede relacionarse con aquella por la que atravesó
el peronismo entre 1955 y 1973. En aquellos años, por proscripción y no por una
cláusula constitucional, el líder no podía ejercer el poder formal pero su
ascendencia era tan grande que ungir a un candidato implicaba automáticamente
el trasvasamiento de los votos tal como se dio con Cámpora. Si esta analogía es
correcta, CFK podría especular con llegar hasta el día previo al cierre de la
lista de candidatos sabiendo que incluso podría jugar con un “tapado” hoy
rezagado en las encuestas que han instalado en punta a Scioli. En otras
palabras, sabiendo que el día que ella nombre a “su” candidato éste pasaría a
tener el piso del 30% de los votos, no habría razones para adelantar esa determinación.
De ser así se “matarían dos pájaros de un tiro” pues el destino del candidato a
ungir estaría atado a un buen cierre de gobierno y no se cumpliría la profecía
del “pato rengo” que se suele ceñir sobre todas aquellas administraciones que,
por alguna razón, saben que no continuarán.
Con todo, CFK
tiene otro as en la manga que es el de su propia candidatura, sea para el
PARLASUR o para la Provincia de Buenos Aires. Si elige la primera alternativa
garantiza que su nombre estará en las boletas de todo el país. Si elige la
segunda opción allí se abren, a su vez, dos alternativas: la candidatura a
diputada encabezando la lista o la candidatura a gobernadora. En todos los
casos, una CFK “jugando” alteraría el escenario pero si decidiese ir por la
gobernación de Buenos Aires allí las piezas, hacia afuera y hacia adentro,
sufrirían un cambio drástico. Hacia afuera obligaría a las corporaciones
económicas que manejan la estrategia pan-opositora a conminar a Massa a
declinar sus pretensiones presidenciales y “bajar” a competir como candidato a
gobernar Buenos Aires. Y hacia adentro generaría algunos alborotos pues son
varios los nombres que pugnan por ese lugar. En este sentido, no sería
descabellado que CFK elija como parte de la fórmula a un joven que puede ser
Patricio Mussi, intendente de Berazategui, o el titular del ANSES Diego Bossio,
ambos anotados como precandidatos a gobernadores. Esto generaría una tensión
entre dos oriundos de esa provincia que pretenden ser presidentes o, en su
defecto, gobernadores: Julián Domínguez y Florencio Randazzo. Si ninguno de
ellos estará en la fórmula para la gobernación (reemplazando a Mussi o a
Bossio) es porque es de esperar que estén en la fórmula presidencial del FPV.
Sin embargo, por ser ambos de la misma provincia es poco probable que sean el 1
y el 2 de la fórmula presidencial, razón que también sacaría a ambos del juego
en caso de que el candidato sea Scioli.
En buena
medida, y como viene sucediendo los últimos años, gran parte de la política
argentina está atada a las decisiones de CFK quien, al igual que su marido, ha
hecho del secretismo una marca identitaria. De aquí que sea difícil saber qué va
a hacer y no se puede más que brindar especulaciones. En este sentido, quienes
la conocen afirman que, más de una vez, tras la muerte de su marido, antes de
tomar una decisión, la presidenta se pregunta qué hubiera hecho Kirchner. Esa
pregunta arroja resultados que pueden coincidir con la intención de ella o no
pero nadie más que su esposa conoció el accionar del ex presidente más allá de
que el ex Jefe de Gabinete, Alberto Fernández, se pasee por los canales de
televisión haciendo a veces de viuda a veces de nigromante, y le cuente al país
lo maravilloso que era el mundo con Néstor, es decir, lo maravilloso que era el
mundo cuando Alberto Fernández era un factor relevante dentro del oficialismo.
Y la sensación
que uno tiene es que Kirchner “jugaría”, que le estaría diciendo a CFK “poné
todo. Nunca es bueno perder”. Nadie dice que esto sea lo que hay que hacer ni
que finalmente Cristina seguirá el consejo que le habría dado su marido pues,
sin que de aquí se derive que para CFK ganar o perder es indiferente, cabe
pensar que ella maneje otras variables entre las que también se incluya el
desgaste físico de más de una década en lo más alto del poder.
En unos meses los hechos
confirmarán o se burlarán, como tantas otras veces, de lo dicho en esta nota.
impecable como simpre tu sintesis... gracias por compartir tus articulos con todos !
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