domingo, 16 de noviembre de 2014

La incertidumbre de atreverse a pensar (publicado el 13/11/14 en Veintitrés)

Muchas veces en esta columna hemos hablado de las razones por las cuales la palabra del periodista se ha desprestigiado y de qué manera deberíamos revisar el vínculo de esta profesión con nociones altamente controvertidas como “verdad”, “realidad”, “objetividad” y “neutralidad”.
Sin embargo, poco hemos desarrollado el efecto que esto ha producido en el ciudadano medio. Dicho de otra manera, ¿qué sucede en cada uno de nosotros cuando tomamos conciencia de que el periodista no dice “la” verdad sino “una” verdad, que la realidad no circula trasparentemente a través de una pantalla, o que la objetividad y la neutralidad son metas que ni siquiera resultan alcanzables para la supuestamente aséptica labor científica?    
La hipótesis de estas breves líneas es que, curiosamente, esta toma de conciencia no devino en un sentimiento de mayor libertad sino que, más bien, genera un estadio de enorme incertidumbre. Porque, a contramano de lo que solemos repetir, el período de la ilustración occidental no trajo “la muerte de Dios” sino simplemente trasladó el lugar desde el cual se “dice la verdad”. Dicho más fácil: quizás ya no creemos en Dios ni en las instituciones de una religión particular y hasta aceptamos que debemos ser tolerantes con otros credos simplemente porque nos hemos dado cuenta que no hay acceso privilegiado a la verdad. Sin embargo, no aceptaríamos que la ciencia brindara “verdades relativas” o que la realidad sea algo controvertido. El mundo debe ser uno solo y la verdad única aun con un Dios “muerto”. No llegaremos a la verdad a través de la religión pero, por suerte, podremos llegar a ella a través de la ciencia y la prensa.    
Este fenómeno no debiera sorprender pues tras la crisis de las verdades religiosas, el Hombre buscó refugio en otras creencias, siguió necesitando que otro le diga dónde está la verdad. Lo explicaré mejor con un ejemplo y, de antemano, pido disculpas por la autorreferencialidad. Muchas veces me han preguntado cómo hacer para estar informado en estos tiempos, cómo acceder a la verdad y a la realidad una vez desenmascarado el rol de los medios de comunicación en un país como la Argentina. La pregunta es muy interesante porque parte de la paradoja de formar parte de una sociedad atravesada por estímulos y por noticias y, sin embargo, cada vez más desinformada. Pues varias semimentiras repetidas no hacen una verdad ni varias verdades irrelevantes constituyen una verdad relevante. Entonces, cómo estar informado si nos hemos dado cuenta que la prensa ya no está en el lugar de “la verdad”. ¿Acaso se trata de ir a leer o escuchar a aquellos periodistas con los que coincidimos ideológicamente? ¿Ahí está “la verdad”? No amigos, mi respuesta es que no está ahí tampoco. Una lástima, pues habríamos resuelto de manera simple lo complejo: sabríamos que algunos periodistas mienten pero por suerte hay otros que no, así que simplemente hace falta tomarlos como referencia y todo volverá a su orden natural. Pero lamento desilusionarlos. No lo podemos resolver así. Y por ello creo que hoy más que nunca vale la pena rescatar ese opúsculo famoso publicado, justamente, en un periódico, allá por 1784, cuyo título es “¿Qué es la ilustración?” y lleva la firma del filósofo prusiano Immanuel Kant.
Kant comienza definiendo a la ilustración como “la liberación del Hombre de su culpable incapacidad. La incapacidad significa la imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro. Esta incapacidad es culpable porque su causa no reside en la falta de inteligencia sino de decisión y valor para servirse por sí mismo de ella sin la tutela de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propia razón!: he aquí el lema de la ilustración”.
Atreverse a pensar por uno mismo, romper con el tutelaje al que arrojarle las culpas, es naturalmente una apuesta valiente puesto que hacerlo implica asumir que nos sentimos desvalidos, que debemos responsabilizarnos y vivir sin referencia “sagrada” alguna. Es más, puede que nos sintamos profundamente solos en esa búsqueda, por definición, abismal. Es por eso que no solo los mismos periodistas sino muchos de los consumidores de medios tradicionales sienten una incomodidad que a veces hasta les cuesta verbalizar. Pues han sido arrojados a un mundo sin verdad en el que, no lo digo con ironía, encima hay que trabajar 12 horas, cuidar hijos y hacer trámites.   
Kant afirma que son la pereza y la cobardía las que explican que una gran parte de los hombres sigan pupilos, dependientes de sus tutores. De aquí que afirme que “¡Es tan cómodo no estar emancipado! Tengo a mi disposición un libro que me presta su inteligencia, un cura de almas que me ofrece su conciencia, un médico que me prescribe las dietas, etc.  etc., así que no necesito molestarme. Si puedo pagar no me hace falta pensar: ya habrá otros que tomen a su cargo, en mi nombre, tan fastidiosa tarea”. El periodista al que le creemos cumple esa función pues cuando queremos saber la verdad, o conocer “lo que está pasando”, lo escuchamos a él, que se ocupa, por nosotros, de la verdad, de conocer la realidad y de transmitirla.    
Volviendo al filósofo prusiano, creemos que es muy útil la analogía que utiliza para explicar la ilustración en términos de la distinción entre un adulto y un niño, pues quien no está emancipado es, justamente, como un chico, esto es, alguien, en principio, con un grado de responsabilidad distinto al de un mayor. Sin embargo, desde aquí creemos que es necesario reafirmar que no se puede llevar el asunto al mero voluntarismo o a características personales como la cobardía y la pereza pasando por alto el insoslayable contexto de un sistema económico y un modo de producción profundamente alienante que ocupa el tiempo y la mente de millones de hombres y mujeres en necesidades concretas mucho más urgentes que la interrogación acerca de la verdad.
Para finalizar, y alejándonos de Kant ahora, consideramos que atreverse a pensar por uno mismo en las sociedades occidentales del siglo XXI no lleva necesariamente a plantear una mirada individualista o solipsista. Tampoco relativista en el sentido de considerar que todo, la verdad, la realidad, etc., es relativa a mí. Atreverse a pensar puede significar también la comprensión de que la verdad y la realidad son construcciones colectivas y que la neutralidad y la objetividad se disputan en el horizonte de una comunidad histórica. También puede derivar en la decisión de seguir a un determinado líder o referente, aunque, claro, con la capacidad crítica de poder poner en tela de juicio ese liderazgo en el ámbito público y no aceptar sus decisiones de manera acrítica.
Kant, un ilustrado y un optimista respecto a la posibilidad de alcanzar una opinión pública con conciencia crítica, creía que el periódico sería una herramienta clave en la conformación de esta ciudadanía libre e informada. No pudo ver que esa herramienta sería utilizada para manipular masivamente y para constituir un sentido común definido, justamente, por su carácter acrítico. Tampoco fue testigo del modo en que la prensa acabó reemplazando a otras formas de discurso para erigirse en la religión de nuestros tiempos, un ámbito totalizante que, aparentemente, nos acompaña, nos escucha y al cual le imploramos. No será fácil romper esa lógica, no solo por la resistencia de los evangelizadores mediáticos sino también por la resistencia de los propios evangelizados mediatizados. Al fin de cuentas, quizás buena parte de la sociedad se niegue a asumir la mayoría de edad, a atreverse a pensar por sí misma y convivir con la incertidumbre de no ser devoto de ninguna divinidad, ni siquiera de aquellas bien terrenales que utilizan micrófono y dicen informarnos.      
   



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