No hay quinto poder sin
Estado y sin decisión política. Esa es la hipótesis que atraviesa este libro y
que me gustaría desarrollar. Pero para ello quisiera, en primer lugar, aclarar
a qué me refiero cuando hablo de quinto poder y por qué esta categoría comenzó
a surgir con fuerza en Argentina a partir de la discusión que se dio allá por
2009 cuando se impulsara la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. La
idea de “quinto poder” pertenece a Ignacio Ramonet y es una noción que viene
desarrollando desde hace varios años pero que encuentra su última actualización
en el libro La explosión del periodismo, publicado
en 2011.
Hablar de la necesidad
de la instauración de un quinto poder en el marco de sociedades democráticas y republicanas,
implica, sin dudas, una rearticulación crítica o el señalamiento de una falta
en los 4 poderes existentes. Por ello es que habrá que revisar cómo se conjugan
los 3 poderes republicanos clásicos (el ejecutivo, el legislativo y el
judicial) con el denominado cuarto poder, esto es, el poder de la prensa.
En este sentido, si nos
referimos a los poderes representativos encontramos que la diferencia entre la
teoría y la realidad es enorme porque bastaría una encuesta en casi cualquier
parte del mundo para dejar bien en claro que una buena parte de la ciudadanía
no se siente representada por la dirigencia política. Este fenómeno, que no es
novedoso, y que tiene un sinfín de justificaciones razonables, es uno de los
elementos que da cuenta del florecimiento de la prensa escrita allá por el
siglo XIX y la consecuente aparición, como actor social y político relevante,
de “la opinión pública”. Porque, recuérdelo siempre, sin prensa no hay opinión
pública, y muchos, con buen tino, sospechan que la opinión pública se parece
demasiado a la opinión de la prensa.
Si bien no me gusta
caer en pasados ideales y orígenes románticos, a los fines expositivos podría
decirse que, en sus comienzos, la prensa funcionó como un contrapoder frente a
la autonomía de los gobernantes y representantes populares. De este modo el
periodismo pasó a ser un intermediario necesario y constituyente de las
repúblicas democráticas liberales en las que la libertad de expresión era uno
de sus pilares fundamentales. Cuando hablo de intermediarios no me refiero, en
este caso, a ser neutral y objetivos. De hecho, en sus orígenes, la prensa no
buscaba estar en el medio sino claramente de un lado, representando los
intereses de determinadas facciones. Podría decirse, entonces, que la prensa
nació militante (y, yo agregaría, nunca dejó de serlo). Pero sí eran
intermediarios en el sentido que amplificaban las reivindicaciones y peticiones
de sectores de la sociedad civil y lograban ser el vehículo para que una
creciente masa de nuevos lectores tomara conocimiento de las acciones de
gobiernos que, en tanto republicanos, ya no tenían la legitimidad para adoptar
decisiones secretas.
Pero graficar, como se
hacía anteriormente, a los 3 poderes de la república por un lado y al cuarto
como contrapoder representativo de los intereses de la ciudadanía es, como
mínimo, una ingenuidad. Pues en los años 90, esos medios, hoy multimedios y
megaempresas, fueron cómplices de los gobiernos que a través de las recetas del
Consenso de Washington lograron una desregulación total del mercado de la
comunicación que permitió la formación de enormes oligopolios comunicacionales.
Esto puso a los 4 poderes de un solo lado y a la ciudadanía inerme del otro
creyendo que los periodistas que admiraba se oponían al modelo neoliberal por
el simple hecho de denunciar casos de corrupción. Pero no: la prensa
tradicional fue cómplice de ese modelo lo cual derivó en ese maravilloso
grafiti callejero que rezaba “Nos mean y la prensa dice que llueve”. Y es más, para
ser más precisos, el cuarto poder ni siquiera se transformó en uno de 4 poderes
sino en el principal en tanto capaz de imponerles condiciones a los
representantes del pueblo.
En este contexto es que
parece natural la necesidad del surgimiento de un contrapoder crítico de la
prensa tradicional y representativo de los intereses del ciudadano de a pie.
Eso es lo que Ramonet llama “quinto poder” y en la construcción de esta fuerza
las nuevas tecnologías tienen un papel destacado. Pues, sin ir más lejos, más
allá de cierto escepticismo que me distancia de Ramonet, es claro que hoy la
prensa tradicional recibe los embates de cibernautas que, desde blogs o redes
sociales a las cuales se puede acceder hasta desde un teléfono, son capaces de
denunciar inmediatamente la noticia falsa o sesgada que en la era analógica
gozaba de mayor impunidad.
Reconstruido el marco,
cabe decir que si bien es posible, en líneas generales, acordar con Ramonet
sobre este fenómeno, es necesario detenerse en lo que ha ocurrido en la
Argentina y en lo que empieza a vislumbrarse en otros países sudamericanos pues
no casualmente los gobiernos populares de la región han decidido avanzar con
leyes que apuntan, de una manera u otra, a veces mejor, a veces peor, a quebrar
el cerco informativo que impone la prensa hegemónica. En Venezuela, después de
la vergonzosa actuación de buena parte de la prensa opositora en la intentona
de golpe de Estado contra Hugo Chávez y tan bien retratado en películas como La revolución no será transmitida (2003)
o Puente Llaguno, claves de una Masacre (2004)
, se impulsó la Ley de responsabilidad social en Radio y Televisión que entró
en vigor en 2005; en Ecuador, en 2013, Rafael Correa logró la sanción de una
Ley de Comunicación, y en Bolivia también se avanzó en una serie de normativas
contra el lenguaje racista en los medios y a favor de recuperar una importante
cantidad del espectro para medios comunitarios.
La necesidad de este
tipo de leyes se puede comprender tomando en cuenta el nivel de concentración
de la propiedad de los medios en América Latina. En este sentido, como indica
Martín Becerra, ya en 2004 y yendo de 0 a 1 (interpretando al 1 como situación
monopólica), la prensa gráfica tenía una concentración de 0,67; la Radio 0,70;
la Televisión 0,92, y la TV paga 0,79. Esto se explica por los grupos Clarín en
Argentina, O Globo en Brasil, Caracol en Colombia, El Mercurio en Chile y
Cisneros en Venezuela, entre otros.
En este panorama y volviendo a la postura del
ex director de Le Monde, quisiera decir que pareciera haber en ella una
mirada demasiado optimista respecto a la posibilidad de las asociaciones de la
sociedad civil y cierto recelo a las acciones impulsadas desde los gobiernos y
los Estados. De hecho, esta propuesta de quinto poder que ya aparecía en
aquellos inolvidables encuentros antiglobalización en Brasil, promovía la
creación de un Observatorio de Medios como forma de controlar a la prensa
tradicional, sin tomar en cuenta, por ejemplo, que sin la decisión política de
avanzar en determinadas normativas desde el Estado, no alcanzaría con
organizaciones de la sociedad civil pretendidamente independientes de los
gobiernos.
En el caso de la
Argentina, la situación fue muy clara porque si bien es verdad que antes de la
sanción de la Ley de Medios ya existían elaboraciones propias de la sociedad
civil, como ser, los 21 puntos de la Coalición por una Radiodifusión
Democrática, fueron dos de los poderes de la República (el poder ejecutivo,
acompañado por el poder legislativo) los que le dieron visibilidad a una
problemática que parecía mero asunto de periodistas y estudiantes de
comunicación. ¿O alguien puede creer que un grupo de bloggeros intrépidos,
junto a unos twitteros audaces, van a poder enfrentar el poder de fuego de La
Nación, Clarín y Perfil y la amplificación de sus repetidoras
audiovisuales?
Por ello hay que
prestar atención especial al modo en que se intenta constituir quinto poder
desde estas latitudes, pues lo que está sucediendo aquí difiere de esos nuevos
movimientos sociales que florecieron, según nos cuentan los medios
tradicionales, a través de la capacidad asociativa de Internet. En este
sentido, si bien merecería más espacio, fenómenos como los de Occupy Wall Street en Estados Unidos o
el 15M en España no reproducen lo que sucede en Latinoamérica. Más bien, se
encuentran 10 o 15 años atrás en una situación similar a la ocurrida cuando en
esta parte del continente se exigía “que se vayan todos” tras la crisis
neoliberal con porcentajes inéditos de desocupación, recesión, violencia y en,
países como Argentina, con incautación de los ahorros.
A partir del ejemplo de
Latinoamérica se observa, entonces, que la viabilidad del quinto poder depende
de la acción directa de los gobiernos y de los Estados, los únicos capaces de
enfrentar a las grandes corporaciones económicas. Sin esa decisión política y
sin una agenda que realce el valor de una disputa cultural difícilmente
estaríamos asistiendo a un momento tan crítico del periodismo tradicional y al
auge de nuevas formas y voces. Porque en buena parte de Latinoamérica, y en
Argentina en particular, no tenemos, como sucede en la mayoría de los países
del primer mundo, a los cuatros poderes del mismo lado frente a la sociedad
civil. Mas bien, está la decisión del “primero” de los poderes (el poder
ejecutivo), seguido de un enorme consenso que incluye fuerzas opositoras en el
“segundo” (el poder legislativo) enfrentando a aquellos dos poderes que no solo
tienen en común intereses económicos e ideológicos sino que también se
caracterizan por ser aquellos poderes que no son elegidos a través del
mecanismo de elecciones democráticas. Me refiero, claro está, al modo en que el
cuarto poder, el de las corporaciones económico-mediáticas, ha logrado hallar
en el “tercero” de los poderes (el poder judicial) el dique de contención para
el avance de muchas de las medidas impulsadas por los representantes de la
ciudadanía.
Para finalizar,
entonces, la posibilidad de la existencia de un quinto poder ha dependido, y
seguirá dependiendo, de la visibilidad y el empoderamiento impulsados por los
poderes de la república cuyos cargos son ocupados por representantes elegidos a
través del voto popular. Porque suponer que la revolución está a un click de distancia, o que la
participación política territorial puede suplantarse por un “Me gusta” en la
página de Facebook que abogue por una
causa justa, es una de las tantas miradas miopes que impulsan los mismos medios
tradicionales que, ante el riesgo de ver socavada su legitimidad frente a estas
nuevas voces, han generado interacciones que han sometido a las redes sociales
a la agenda del cuarto poder. En este sentido, el quinto poder no puede nacer
por generación espontánea y, menos aún, puede estructurarse a partir de la
pretendida independencia que pregona el pensamiento “oenegista” que surgió en
la década de los noventa en el contexto de achicamiento del Estado. En otras
palabras, el quinto poder logrará ser un efectivo contrapeso del poder
hegemónico de los medios tradicionales siempre y cuando exista una decisión política
de empoderarlo. Tal decisión, en el contexto de la Argentina actual y de
Latinoamérica, se ha expresado en normativas ambiciosas que sientan las bases
para una transformación cultural mucho más compleja que deberá implicar cambios
en los hábitos de consumo y en las audiencias. De lo contrario, el quinto poder
no será otra cosa que un eco degradado del cuarto, una gran fantasía de ágora
virtual que penetrará en la instantaneidad de una sociedad hiperconectada que
acabará creyéndose libre y soberana por el simple hecho de formar parte de una
red social y poseer un control remoto en la mano.
Dante: Muy interesante este libro. Éxitos!!! María Gloria Pinsker.-
ResponderEliminarGracias MAría Gloria!!
ResponderEliminary dale y dale con los medios hegemonicos... el gobierno creo y a hecho crecer una terrible prensa adicta no la llamas hegemonica a esa??
ResponderEliminarTe admiro mucho Dante, siempre te veo en 6,7,8. Felicidades por tu nuevo libro, por lo que adelantás se aprecia muy interesante. Un cordial saludo!!
ResponderEliminarGracias Jazmín!!
ResponderEliminarMuy buenos tus comentarios Dante, el libro parece interesante,lo voy a comprar, te envio un abrazo y exito con el libro. Fabio Ojeda
ResponderEliminarLa prensa en si misma no constituye un cuarto Poder. Ese cuarto Poder lo construye la opinión Pública, que cuando es informada por la prensa, por ej de un acto de corupción o por el contrario, de un acierto del gobierno, reacciona de una manera u otra, pudiendo influenciar en las acciones de los gobernantes, modificandolas, en algunos casos. Si la prensa, construiria mentiras, sin sustento alguno, tarde o temprano la opinión publica se daria cuenta, y no responderia a lo informado, por ende, no influenciaria en el gobernante.En este ulitmo caso, no tendria poder alguno.
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