Al momento de
escribir esta nota se ha producido la mayor devaluación del peso en toda la
administración kirchnerista. Más allá del importante salto del jueves y viernes
de la semana pasada, si se toma como referencia el 1 de enero de 2013 hacen
falta 60% más de pesos para comprar un dólar. Esto contrasta claramente con lo
que había sucedido años anteriores pues en 2008 la devaluación del peso había
sido de 9,46%, en 2009 de 10,37%, en 2010 de 4,70%, en 2011 de 7,48% y en 2012
de 14,39%.
Comparado con
la inflación que los diferentes actores económicos toman en cuenta, en los
últimos años el retraso del valor del dólar fue evidente y tampoco estuvo ni
cerca de los acuerdos de las paritarias que como mínimo igualaban los cálculos
de inflación más pesimistas. En eso, puede que la ortodoxia liberal haya tenido
razón además de enormes intereses, claro está.
¿Y la pregunta
central es por qué hubo este salto abrupto? Estoy seguro que no seré original
pero, desde mi punto de vista, al retraso cambiario que genera problemas de
competitividad hay que agregarle al menos 2 elementos más. El primero: la estrategia de devaluación por
goteo no resultó la más adecuada para este contexto pues ayudaba al peor de los
escenarios: exportadores que no liquidan sus dólares especulando con que la
devaluación no tenga techo e importadores que adelantan sus compras bajo el
mismo diagnóstico. En este sentido, eran
varios los que en el entorno del propio gobierno, en voz baja, recomendaban un
“sacudón” hasta un valor firme que parece ser los 8 pesos.
Y el segundo
elemento fue la sorpresa de la aparición de un mercado ilegal muy pequeño pero
que gracias a una enorme campaña de instalación logró transformarse en la referencia.
Para decirlo de otra manera, se puede acordar con que el precio del dólar
estaba bajo pero está claro que su valor no es 13 pesos, techo que marcó el
dólar ilegal que algunos llaman glamorosamente “blue”.
Si bien es de
suponer que cualquier tipo de restricción ayuda a la aparición de mercados
ilegales paralelos, el fenómeno de una prensa que tomó el veleidoso y
caprichoso número de ese mercado para cuantificar el deseo de los sectores
exportadores fue eficaz en el ciudadano de a pie y prácticamente paralizó
algunos mercados como el inmobiliario que nunca dejó de publicar en dólares las
propiedades.
En este
sentido, con la liberación de los dólares para el atesoramiento según capacidad
contributiva, es de esperar que la ciudadanía tome mayor conciencia de que el
mercado “blue” no es otra cosa que un mercado ilegal manejado por “5 vivos” que
hacen negocios con la incertidumbre y la histeria de la gente.
Dicho esto, no
parece razonable detenerse demasiado en el ejemplo vergonzoso de Shell
comprando dólares a un precio mayor que el que figuraba en pizarra con la
pretensión de hacer un pequeño aporte en la suba del precio del dólar aun a
costa de un mal negocio inmediato. Porque es un excelente ejemplo para notar
cómo se puede ayudar a una corrida pero por sí mismo no puede explicar la
devaluación. Pues si una compra de 3 millones de dólares hiciese tambalear a un
país con 30.000.000.000 en reservas, la enorme lista de empresarios enfrentados
al gobierno lo hubiera hecho mucho antes.
Respecto a lo
que viene, las próximas semanas serán clave porque el gobierno tendrá que
demostrar, contra la enorme embestida de los mercados, que el precio del dólar
es el que se acaba de establecer. Esto pondrá freno a las expectativas, ese
elemento tan subjetivo y caprichoso que los economistas pretenden presentar
como objetivo y preciso. En ese sentido, puede ayudar que el mes que viene se
presente una nueva medición de los índices de precios porque el costo de
credibilidad que pierde el gobierno cada mes es demasiado alto e injusto en
tanto son muchos los que aviesamente toman los controvertidos números del INDEC
para poner en tela de juicio todos los otros números del gobierno.
Pero es en lo
que viene después de la fijación del precio del dólar donde estará la disputa
más importante. Porque toda devaluación tiene costos sociales. En este sentido,
cuando hay una devaluación hay que preguntarse de cuánto es y quién la va a
pagar. En cuanto a la primera pregunta, el Ministro de Economía recordaba que
la devaluación del “Rodrigazo” fue de 719%, la de 1981 fue de 226%, la de 1989
fue de 2038% y la más cercana, en 2002, llegó al 214%. De aquí surge que no hay
punto de comparación entre la aceleración de la devaluación de los últimos
meses con los casos paradigmáticos de la Argentina de los últimos 40 años.
En cuanto a la
segunda pregunta, el gobierno tendrá que utilizar todas las herramientas que
posee y más aún para lograr que la depreciación del peso no vaya en detrimento
del recuperado poder adquisitivo que se logró en estos 10 años. Hacer un
seguimiento obsesivo del acuerdo de los precios cuidados y trabajar seriamente
sobre la incidencia de los costos importados en algunos productos será un
trabajo arduo pero necesario para la Secretaría de Comercio. Asimismo,
demandará que todos los actores en juego lleguen a un acuerdo de paritaria
razonable y por tal entiendo que el sueldo del trabajador no quede demasiado
rezagado.
Por último,
cabe preguntarse algo que no he visto demasiado trabajado, esto es, ¿el
gobierno ha decidido voluntariamente llevar el dólar a 8 pesos o fue empujado
por los mercados? Aceptar esto último supondría una debilidad pero creo que es
el caso. En otras palabras, el gobierno no ha tenido otra salida que la
devaluación, lo cual no se explica por una supuesta naturaleza de las cosas ni
de la economía sino por la presión de los grandes capitales. De ser así, y si
tomamos un antecedente de derrota mucho más profundo como el de la 125, el
kirchnerismo siempre ha salido del laberinto saltando o demoliendo paredes,
esto es, profundizando. Ya sabemos las medidas que vinieron tras la derrota en
las elecciones de 2009 y no sabemos cuáles pueden venir ahora pero a juicio de
este humilde opinólogo, una mirada heterodoxa de la economía y la inflación,
lleva necesariamente a hacer menos énfasis en el gasto público y en la relación
reservas-circulante que en el proceso de las cadenas de valor. En este sentido,
se debe avanzar en un proceso largo y complejo contra la oligopolización de
algunos sectores, en especial, el vinculado a los alimentos pues, como muestran
distintos estudios, el nivel de concentración en este sector comenzó a
profundizarse en los años 90, tuvo su pico en la crisis de 2002 y prácticamente
no disminuyó en los años subsiguientes. Asimismo, no resulta descabellado
retomar algunas experiencias históricas como la Junta Nacional de Granos
adecuándola a estos tiempos y a estas necesidades. Ni que hablar, por supuesto,
si se pudieran llevar a cada barrio mercados populares con precios similares a
los que ofrece el Mercado Central, medida que siempre estuvo girando entre
algunos funcionarios pero que por diversas razones no se llevaron a la
práctica. Ninguna de estas medidas tendrá un camino limpio de resistencias.
Mirando quiénes serán los que primero se opongan puede que tengamos un indicio
del valor de las mismas.
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