En la última
semana sucedieron dos hechos que produjeron un fuerte impacto en la opinión pública:
con apenas horas de diferencia, apareció el cuerpo de la joven de 16 años
Ángeles Rawson y hubo un nuevo accidente en la línea Sarmiento que arrojó 3
muertos y centenares de heridos. Como era de suponer, a pocos meses de una
elección y mientras se espera que la Corte Suprema se tome un ratito para
resolver la constitucionalidad de la Ley de Medios, el primer impulso de la
prensa hegemónica fue señalar al poder político. En el caso Rawson, primero se
intentó instalar la idea de un “hecho de inseguridad”. Bajo esta línea se
hicieron informes acerca de lo difícil que es caminar por las calles de
Colegiales, opinaron los vecinos, las chicas del colegio y los referentes
mediáticos volcaron su indignación a través de las redes sociales en esta
suerte de cibermilitancia zonza. Tras este primer direccionamiento, llegaron
las cargas menos coyunturales y más culturales que funcionan en el nivel micro
y transideológico. Una demostración de ello es el modo en que con una mirada
machista y clasista, diversos comunicadores hicieron proyección psicoanalítica
y lanzaron a correr que se había tratado de un caso de violación amparados en
la inconfesable idea de que la única razón para matar a una joven agraciada de
clase acomodada es el motivo sexual. Pero aún los medios más progresistas
cayeron en una trampa que podría denominarse “contramirada”. Así salieron a
denunciar un nuevo caso de femicidio como si toda muerte de una mujer pudiera
encuadrarse en esa figura.
Lo cierto es
que, al momento de escribir esta nota, el único detenido es el encargado del
edificio y la segunda hipótesis mediática, caído el “hecho de inseguridad”,
aquella que culpó al padrastro por portación de cara y poca idoneidad retórica,
se ha ido diluyendo. Asimismo, si bien la justicia dará noticias en estos días,
los peritajes y las investigaciones han arrojado datos incontrovertibles: la joven no fue violada y
el asesinato no habría sido realizado por un desconocido. Por último, el padre
biológico, (militante del PRO y miembro de una ONG, el CELTyV, defensora de
militares genocidas), que con el cuerpo de su hija recién encontrado
insólitamente hizo campaña afirmando “Hay que acordarse de esto a la hora de
votar”, parece haber dado un consejo que, a juzgar por el avance de la
investigación, sólo tendría validez para las próximas elecciones del SUTERH.
En el caso del accidente en Castelar, la
reedición de una nueva tragedia de Once no podía hacer otra cosa que generar
indignación. Pero, a diferencia de aquel episodio, algunas cosas parecerían
haber cambiado pues evidentemente el gobierno tomó nota de una deficitaria
política de transporte, probablemente el área en la que peor se ha desempeñado
en esta década, y es indudable que con la administración de Randazzo se ha
avanzado enormemente. Por supuesto que lo más fácil es sacar la tajadita
política y darles micrófono a los gremialistas que en el caso de ser
anikirchneristas serán presentados como la reserva moral de occidente. Pero lo
cierto es que hay que esperar los peritajes pues puede que hayan fallado los
frenos y que ahí sea Randazzo el que tenga que dar explicaciones; o puede haber
sido una falla humana y allí las responsabilidades recaigan sobre el motorman. Al
momento en que escribo estas líneas, la CNRT ha afirmado que no hubo intento de
frenado con lo cual crece la última hipótesis pero seamos cautos y esperemos
que se expida la justicia.
Ahora bien, hecho este breve resumen, lo que a
mí más me interesa es indagar el modo en que los medios han abordado estos dos
hechos y las razones por las que uno de ellos tuvo preponderancia sobre el otro.
Si se toma la línea editorial antikirchnerista, como se indicaba anteriormente,
primero se intentó presentar el caso Rawson como un tema de inseguridad de lo
cual se seguía una responsabilidad gubernamental. Y respecto al accidente de
Castelar, se decidió privilegiar la voz de los gremialistas que, sin saber qué
había pasado y apenas minutos después del accidente, se propagó por las radios
afirmando que el motorman era inocente. Pues no importaba la verdad. Importaba
quien cantaba primero.
Pero, sin duda, el caso de la tragedia
ferroviaria afectaba mucho más, políticamente hablando, al gobierno, que el
homicidio de la joven, máxime teniendo en cuenta que, salvo lo ocurrido en el
último año, la administración kirchnerista no tiene demasiado margen para
defenderse tras las cuestionadas políticas llevadas adelante por Jaime y
Schiavi. Con este mismo razonamiento, se podría suponer que, naturalmente, en
ese pequeño espacio de medios cuya línea editorial es más afín al gobierno,
fuesen ganando lugar los detalles sobre el homicidio de la joven en detrimento de
la causa del accidente. Sin embargo, el caso Rawson desplazó al accidente
ferroviario no sólo en estos medios sino aun en los medios del grupo Clarín,
con lo cual la mirada lineal que interpreta que la agenda mediática de la
actualidad argentina está atravesada por el clivaje
kirchnerista/antikirchnerista se deshace, o, al menos, debe relativizarse.
En este
sentido, mi hipótesis es que, muchas veces, atravesados por los modos en que
los medios operan políticamente en pos de una u otra ideología o candidato,
olvidamos que subyace a éstos una lógica eminentemente comercial. Dicho de otra
manera: un caso policial en el que muere una joven que asiste a un colegio caro
y en el que se implicó al encargado titular, al encargado suplente, a los
empleados del CEAMSE, a un amigo acosador al que le gusta el animé japonés, al
padrastro, a la madre, a un twittero pelotudo y a un hermanastro con denuncias
de acoso sexual, es una atracción con ribetes de culebrón que vence cualquier
otra noticia aun cuando se trate de una que podría dañar más al gobierno contra
el que se combate. Por eso es un error interpretar que todas las decisiones editoriales
están determinadas por una disputa política. También juega allí la noticia
producto, la noticia como mercancía y la tiranía del rating. Es así: hay veces
donde vende más el relato de un Sergio Lapegüe en vivo, confundiendo un gazebo
con un detenido, que la indignación de abuelo bueno de Pino Solanas o los comentarios
del “pollo” Sobrero, una suerte de He-Man trotskista muy útil para que la
derecha invente un Skeletor.
Podrá ser angustiante porque las lecturas
conspirativas y reductivas son más tranquilizadoras pero no todo es parte de la
disputa política: a veces el negocio manda y la audiencia prefiere una sórdida
novela, con una pobre piba asesinada, que una lineal tragedia en la que encima,
en una opción muy poco glamorosa por cierto, existe la posibilidad de que no
esté el gobierno detrás sino simplemente la trivial distracción de un motorman.
Porque la noticia puede ocuparse de poner y sacar gobiernos pero siempre debe
hacerlo con un rating capaz de atraer auspiciantes.
Eso es notorio también cuando uno analiza el listado de lo "más visto" que publican algunos espacios como yahoo. Lo que me sorprendió ahí, por ejemplo, fue como perdió posiciones Lanata a medida que "más pruebas" introducía sobre la ruta del dinero K, ¿qué comenzó a priorizar la gente? ¿qué desestimó? ¿fue tan pobre la producción, que dejó en absoluta evidencia la debilidad de las "pruebas" presentadas? o simplemente, cómo show, aburrió?. Si los medios generan productos vendibles (culebrones, shows morbosos...) cuando el consumidor sacia su ansiedad, curiosidad, necesidad, la venta cae y se ofrece otra cosa...eso es claro. Pero, cuando se trata de política partidaria ¿cuál es la trama? Dar espacio a políticos que arman y desarman en cámara y para las cámaras alianzas trémulas y carentes de sentido, asegurándoles el ridículo y la derrota en la contradicción permanente en la que incurren... para qué? cuál es el fin? responder a la demanda de los auspiciantes? justificar el cobro de las pautas? porque me resisto a pensar que desde esos lugares puedan construir mensajes contundentes que logre convencer al electorado... aún al más "pasmado" como decimos en el interior... o será que soy muy ingenua?
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