Los más
crédulos afirman que los antípodas argentinos son descendientes de una familia
china lectora de Lewis Carroll que cavó en línea recta un pozo que atravesó la
tierra y emergió en una zona cercana al norte de la ciudad de Buenos Aires,
pero sin duda se trata de habladurías sin ningún sustento científico; los más
escépticos, por su parte, indican que los antípodas son parte del mito
originado por una ficción acerca del planeta Tlön. Pero también se equivocan
pues los antípodas existen, y me animo a decir, son cooriginarios no sólo del
primer argentino sino del primer hombre sobre la faz de la tierra. Como suele
ocurrir, la etimología puede darnos una pista: “anti” significa “contrario”,
“lo otro”, y “podos” hace referencia a los pies. Antípodas son, entonces,
aquellos habitantes del otro lado de la tierra, los que, suponiendo una tierra
redonda, “tienen sus pies” a 180° de los nuestros. Si bien esto dio lugar a la
creencia de que cada hombre tiene su antípoda y que cuando el primero duerme el
otro está despierto, cuando uno habla, el otro calla y así con todas las cosas,
numerosos viajeros se embarcaron en busca de su otro sin ningún resultado
auspicioso. La explicación más razonable la dio un experto en retórica clásica:
“es que el antípoda está a 180° siempre. Y cuando alguien se mueve un grado su
antípoda también se mueve. Por ello, si decides viajar al otro lado del mundo a
buscarlo, él también viajará a su otro lado del mundo que no es otro que aquel
espacio del cual has partido originariamente”.
Estos seres
que habitan el otro lado de la tierra tuvieron un destino horroroso hasta el
descubrimiento de la ley de gravedad pues se cuenta que, al estar del otro lado
del mundo, vivían cabeza abajo y cuando no podían sujetarse caían a su piso que
no era otra cosa que el cielo. Pero todo esto empezó a cambiar a partir de los
avances de la ciencia moderna y el conocimiento de las leyes de la física. Con
todo, quedaba todavía un elemento misterioso: una querella medieval acerca de
la naturaleza de estos seres fue transformando la mirada que se tenía sobre
ellos. Tal interrogante puede plantearse así: ¿son los antípodas descendientes
de Adán? Si lo eran se planteaba un problema teológico-geográfico pues ¿cómo
pueden existir seres humanos en tierras sin contacto alguno con la civilización
cristiana? De aquí se seguía, lógicamente, que no se trataba de seres humanos
sino de un conjunto de seres que, a falta de una clasificación más adecuada,
tenían el rango de monstruosidad. Para adecuar el mundo a esa clasificación, se
tomó como prueba un escrito del obispo francés Francois-Joachim de Pierre de
Bernis quien afirmaba que los antípodas tenían los pies dados vuelta, es decir,
el talón al frente y los dedos mirando hacia la espalda, cosa que sólo podían
disimular con un calzado. Pero lo más insólito es que esta situación dio lugar
a, quizás, la lección política más importante de la historia poseedora de una
actualidad que asombra.
La historia
dice que Napoleón realizó una reunión durante su expedición en Egipto y, que siguiendo
lo sucedido en la Asamblea Nacional de la Revolución francesa, los asistentes se
dividieron en derecha e izquierda. En el costado derecho, sin que él ni nadie
lo supieran, estaban los antípodas, y en el lado izquierdo los hombres comunes.
Así fue que, probablemente, con un alto grado de alcohol en sangre, la escena se desmadró y el bando izquierdo
compuesto por los descendientes de Adán, acabó tomándose a golpe de puño con el
bando antípoda. Botellazos, sillazos y restos arqueológicos volaban por al aire
y no hacía falta ninguna piedra rosetta para entender lo que sucedía. Tras una
primera victoria pírrica en el recinto, pugilísticamente hablando, y presumiendo la llegada de refuerzos para sus
rivales políticos, los antípodas abandonaron el espacio que hacía de
legislatura con una estrategia insólita. Se descalzaron sin que nadie los viera
y comenzaron a correr por el desierto asumiendo que tiempo más tarde sus
perseguidores seguirían sus huellas y, al no saber que sus pies estaban dados
vuelta, creerían estar acercándose cuanto más se alejaban. Así fue que, munidos
de refuerzos, los rivales empezaron a correr por la izquierda a los antípodas
pero el desenlace fue uno solo y repetido: frustración y el extraño fenómeno de
correr por izquierda y salir por derecha mientras los antípodas estaban
perfectamente a salvo y defendiendo su posición.
La historia
dice que el bando izquierdo, obcecado como pocos, sigue una y otra vez, hasta
el día de hoy, las huellas de los antípodas, y que el hecho se repite en casi
todos los países a veces como farsa. En cuanto al destino de aquellos
perseguidores, los más murieron de inanición, otros se refugiaron en la
hospitalidad de las universidades y varios, al alcanzar el estado de senectud,
se habrían pasado, orgullosos, al bando de las antípodas violentando, incluso,
su naturaleza pédica.
Me has provocado unas "pseudocientíficas" carcajadas.
ResponderEliminarExcelente analogía.
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