Como sucede en
todos los países donde rigen modelos republicanos liberales con una democracia
de partidos, existen períodos de gracia en los que el gobierno que asume tiene
cierto margen de maniobra antes de que arrecien las críticas y comience un
natural desgaste. En el período de democracia ininterrumpida que acaba de
cumplir 29 años esto le sucedió a todos los gobiernos salvo al de Kirchner, que
asumió con un raquítico 22% y luego fue, desde el poder formal, constituyendo
un poder real que se fue materializando en las urnas en 2005 y 2007.
A Alfonsín, la
primavera le duró hasta 1987, a Menem, las críticas le llovieron pronto ante su
insospechada política neoliberal pero su crisis en las urnas le llegó recién
transitado su segundo mandato; la debacle de De la Rúa comenzó con la renuncia
de Chacho Álvarez y la fractura en la alianza de poder, y en el primer mandato
de CFK, el conflicto con las patronales del campo erosionó su figura en pocos
meses, algo que no le sucedió a ningún gobierno democrático argentino. De estas
crisis ningún gobierno se pudo reponer salvo el de CFK que tras tocar su piso
electoral en 2009 arrasó en las elecciones de 2011.
Ahora bien, en
un sistema bipartidista, que el oficialismo pierda apoyo genera naturalmente
que el partido de la oposición crezca y que se genere una situación de
alternancia, pero está claro que ese mapa ya no es descriptivo de la Argentina
desde 2001. Hoy la UCR está completamente desdibujada y sólo mantiene cierta
preeminencia en armados locales, especialmente intendencias en algunas
provincias. En cuanto al PJ, el partido como tal también viene sufriendo los
embates de la crisis de la representación política y si bien es el sello del
partido de gobierno mantiene su fuerza a partir de gobernadores de algunas
provincias pero debe convivir con las nuevas formas orgánicas que el
kirchnerismo propone a través de la Cámpora y Kolina entre otros.
Pero más allá
del internismo que crecerá luego de 2013, el kirchnerismo mantiene un liderazgo
claro que mantiene encolumnada a la tropa y goza de un apoyo muy alto de alrededor
de un 40% de la sociedad. Con esta base de votos, la oposición no parece tener mucho
espacio para disputar el poder real aun cuando el gobierno pueda cometer
errores en gestión o simplemente sufrir el desgaste propio de todo oficialismo.
A su vez, si
se analiza lo sucedido en este primer año de CFK, probablemente se alcen voces
críticas que superen aquel 46% que se opuso en 2011, y sin embargo no aparecen
en la oposición figuras capaces de disputar ese espacio. ¿Por qué sucede esto?
No hay una única respuesta y probablemente lo que más se adecue a la realidad
es una lista larga de dificultades pero me voy a centrar en un aspecto, en
algún sentido, paradójico, porque se trata de un tipo de discurso
frecuentemente adjudicado al kirchnerismo y señalado como dañino, y que, sin
embargo, viene siendo adoptado por el sector no kirchnerista cada vez con más
radicalidad. Me refiero a lo que podría denominarse “discurso refundacional”
pues se suele oír que uno de los problemas de la Argentina es que cada gobierno
tiene pretensiones refundacionales, es decir, asume el poder y en ese mismo
instante marca un corte tajante con todo lo anterior como si la historia comenzara
con cada nueva administración. ¿Pero es esto así? Creo que en parte sí pero hay
que contextualizar la respuesta. Centrándome en los últimos 29 años, parece
razonable que los gobiernos se hayan visto en la necesidad de adoptar una épica
y una práctica refundacional, justamente, porque su llegada fue producto de crisis
precedentes que de una manera u otra dejaron al país en una situación de anomia
y fractura que ponía en serio riesgo la unidad y la soberanía. Alfonsín asume
después de la dictadura más sangrienta y la sola convicción de que debía imponerse
el Estado de Derecho marcaba un punto de inicio. No había nada que rescatar de
ese período oscuro y la ruptura debía ser total. Menem, por su parte, llega a
la presidencia en medio de una hiperinflación generada por un golpe de mercado
a Alfonsín. Si bien no es comparable el aspecto refundacional que supone el
paso de una dictadura a un Estado de Derecho, podría decirse que simbólicamente
la necesidad de acabar con la inflación hizo que Menem presentara su modelo
neoliberal como una modernización que debía acabar con la “Argentina del atraso”.
El gobierno de De la Rúa no pudo/no supo/no quiso realizar el corte que se
imponía a un modelo que había partido a la Argentina con casi 25% de
desocupación y la mitad de la población bajo la línea de pobreza, de manera tal
que, para nuestro análisis, es sólo una continuidad de la década menemista. El
interregno del no votado Duhalde buscó y logró una cierta estabilidad que
evidentemente fue percibido por la sociedad como un matiz a un modelo que no
acababa de languidecer hasta que la asunción de Kirchner retomó la idea de
refundación con una retórica anti Consenso de Washington, una política
económica keynesiana y algunos hitos como la política de derechos humanos y el
descabezamiento de la Corte suprema adicta al menemismo. Esta última
refundación es la vigente en la actualidad y la que se ha intentado profundizar
en los sucesivos gobiernos de CFK. En resumen, 1983, 1989 y 2003 (como eco de
2001), son años en que se produce el corte con una situación de crisis cuya
salida implicaba de un modo u otro, un quiebre. La pregunta, entonces, ahora
es, ¿acaso la oposición no está abusando de un discurso rupturista en un
contexto de ausencia de crisis? Dicho de otra manera, el espectro
antikirchnerista desde Quebracho a Macri adopta un relato infantil de
oposicionismo burdo, y constituye su identidad como lo otro del kirchnerismo.
Algunos lo hacen por izquierda y otros por derecha pero lo importante para
ellos es plantarse como contrarios al kirchnerismo, negarle sus aciertos y
prometer un giro de 180 grados. Lo hacen mientras se quejan de que no existan
pactos de La Moncloa, es decir, lo hacen desde la retórica consensualista de la
continuidad, de las políticas de Estado a largo plazo, de los acuerdos básicos
que constituyan un bloque homogéneo de ganadores y perdedores ad infinitum. Y esa es la paradoja, pues
patalean contra las épicas refundacionales al tiempo que prometen la propia,
aquella que será lo absolutamente otro del kirchnerismo. En resumidas cuentas,
son los líderes de una prédica antikirchnerista refundacional en un contexto de
ausencia de crisis, es decir, en un momento en el que buena parte de la
ciudadanía apoya el modelo vigente y muchos de los que lo rechazan exigirían la
continuidad de lo que, juzgan, son algunos aciertos de este gobierno. Expresado
en términos médicos, la oposición posee una suerte de remedio obsoleto, una
cajita en stock para una enfermedad que hoy no existe. Es curioso, porque la
situación desesperante se da cuando existe una enfermedad y no se tiene el
remedio. Aquí es a la inversa: se tiene el remedio pero no se consigue la
enfermedad, lo cual es, quizás, aún más desesperante. Y porque han creado un
remedio que no acepta dosis, el kirchenrismo es frecuentemente presentado como
un cáncer, como esa suerte de maldad que se extirpa completa o te mata. Es un
remedio antikirchnerista para una sociedad que al menos por ahora desea
kirchnerismo o una variante poskirchnerista que mantenga muchos de los avances
innegables que en esta última década se han logrado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario