En ocasión del
día del lector, fecha en la que se conmemora el nacimiento de Jorge Luis
Borges, se reavivó la ya clásica controvertida relación entre éste y el
peronismo. Se trata del capítulo casi obligado en cualquier biografía del que
ha sido, seguramente, el escritor argentino más grande de todos los tiempos.
Ahora bien,
más allá de la infinidad de anécdotas que incluyen desde los pormenores de la obra
maestra del cuento antiperonista, “La Fiesta del monstruo”, escrita junto a
Bioy Casares, hasta la decisión del primer gobierno de Perón de nombrar, al
escritor de Ficciones, en el cargo de
“Inspector de Aves y conejos”, conviene indagar conceptualmente en aquellos
aspectos que hacían que Borges viviera con tanto estupor el proceso peronista.
Creo que no se puede reducir simplemente a una disputa entre la elite y el
aluvión, entre la clase alta y la baja porque tampoco es tan simple ver en
Borges un desprecio absoluto hacia lo popular. De hecho, buena parte de su
literatura se muestra fascinada por esa cultura subterránea, orillera y arrabalera.
Asimismo, más allá de todo su cosmopolitismo y su formación sajona, hay en
Borges también una reivindicación de la particularidad argentina especialmente
en sus intervenciones acerca del correcto uso del idioma.
¿De qué se
trataba entonces? Si no era una cuestión de clase podría ser la ignorancia en
materia de política siempre confesada por Borges. Puede que sí pero considero
que lo que verdaderamente aparecía con fuerza era la forma en que Borges
entendió el peronismo a la luz del contexto histórico. En otras palabras, el
autor de El Aleph notaba un punto de
encuentro entre las experiencias europeas de totalitarismos fascistas, nazis y
comunistas, y el ascenso de Perón al poder. Para Borges, lo que tenían en común
estos procesos era el maximalismo, el agrandamiento de un Estado cada vez más
intervencionista. Es esto lo que chocaba con el anarquismo conservador al que
siempre dijo pertenecer y que había heredado no sólo de su padre sino de
Macedonio Fernández, mientras se sumergía, claro está, en la lectura de Herbert
Spencer y Max Stirner. ¿Pero es posible defender un anarquismo conservador? ¿No
estamos frente a esa contradictoria figura del oxímoron que tanto fascinaba a
Borges? Habría que decir que no pero haciendo algunas aclaraciones. En otras
palabras, no hay contradicción si entendemos que lo que hay de anarquismo en
Borges es esa visión individualista y autosuficiente del individuo basada en
una concepción de la libertad entendida como ausencia de impedimento. Pero esta
base que en el anarquismo es el fundamento a partir del cual se justifica la
eliminación del Estado tal como se sigue de ese antecedente obligado que es el
ya mencionado Stirner, no lo lleva a una posición tan radical. De aquí el
aspecto conservador de Borges pues para él, el Estado debe existir sólo que
tiene que reducirse a su mínima expresión, esto es, la protección física de la
persona y el respeto por su propiedad. Es desde esta perspectiva que todos los
intentos de ampliar el alcance del Estado fueron interpretados por el
individualismo de Borges como una amenaza a la libertad individual.
Como se ve, se
trata de una discusión que tiene plena vigencia y existen liberales que en la
actualidad siguen sosteniendo posturas cuasi fóbicas hacia el Estado mientras
rezan su mantra de libre mercado, como si nada hubiese ocurrido a lo largo del
siglo XX o en las crisis financieras que nos aquejan en la actualidad. Por
ello, quizás, haya que parafrasear, justamente, aquella frase de Borges y
afirmar que “los liberales no son ni buenos ni malos: son incorregibles”.
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