Transitando un destino aparentemente imposible de torcer, casi como el de una tragedia griega, la crisis económica encarada con políticas de ajuste subsumidas al poder despótico de los centros financieros y la imposibilidad de manejar con autonomía la política monetaria, derivó en una masiva marcha en el centro de Madrid que luego se replicó a otras ciudades e incluso a varios países europeos.
Esta movilización con acampe comenzado el 15 de mayo tiene algunas particularidades. Por lo pronto se autodenomina “de los indignados” en alusión a un libro de Stéphane Hessel, publicado en 2008 en Francia cuyo título original es “Indignez-vous” y que en España fue traducido como “Indignaos”. Al publicar el libro que ya fue traducido a 23 lenguas y en Francia vendió 1.700.000 ejemplares, el autor contaba con 93 años y entre sus antecedentes estaba el haber participado de la resistencia francesa contra el nazismo y ser uno de los redactores de la Declaración Universal de los Derechos humanos en 1948.
Justamente, lo que Hessel reclama en las brevísimas 32 páginas que se consiguen a 3 euros, es el regreso al plan creado por el Consejo Nacional de la Resistencia que entró en vigor en 1944 y que le daba a la Francia liberada una serie de valores e instituciones que luego serían los cimientos del Estado de Bienestar que permitió reconstruir con dignidad a la Europa de pos-guerra. Se trata, ni más ni menos, de avanzar en un Estado que dé seguridad social a sus ciudadanos, esto es, cobertura médica, educativa, trabajo y techo digno y que, en síntesis, adopte medidas activas aun cuando esto vaya en contra de la lógica estricta del libre-mercado.
Frente a la pérdida de estas conquistas, este nonagenario le exige a la juventud que se indigne, que reaccione y que salga a la calle a ejercer una resistencia pacífica.
La movilización de los indignados no ha sido incentivada por ninguna estructura partidaria, sino que, más bien, se activó en función de la tarea de diversas organizaciones de la sociedad civil entre las cuales se destaca la Organización “Democracia Real Ya”. Esto, claro, fue acompañado por una gran masa de ciudadanos, principalmente jóvenes “inorgánicos” y a-partidarios que especialmente a través de la rapidez que ofrecen las redes sociales lograron que la expresión de protesta adquiera una fisonomía manifiestamente horizontal.
“Democracia Real Ya” tiene una suerte de plataforma de exigencias básicas que puede ayudar a entender el sentido de la protesta. Por mencionar sólo algunas: eliminación de los privilegios a la clase política entre los que se encuentra la reducción de los salarios y una ley de imprescriptibilidad de los delitos de corrupción; acciones contra el desempleo que supongan reducción de jornada laboral y jubilación a los 65 años; una política de vivienda que utilice las propiedades del Estado para someterla a un régimen de “alquiler protegido” y un sistema de créditos para la adquisición; servicios públicos de calidad, por ejemplo, transporte barato; reducción del gasto militar; control de las entidades bancarias y leyes que impidan el “salvataje” a costa del dinero de los contribuyentes y una serie de reformas políticas tendientes a generar la posibilidad de una mayor participación ciudadana en las decisiones.
Como se puede observar, no están proponiendo una revolución trotskista; tampoco la revancha republicana contra los franquistas ni una paella “a la Mao”. Para saber de qué se trata, entonces, caben algunas comparaciones. La primera: ¿tiene algo que ver este tipo de manifestaciones con las que se vienen dando en el norte de África? No, sólo una mirada simplificada, típica de la superficialidad con la que estos temas se tratan en diversos medios, podría afirmar eso. Así, se equivocan quienes creen que se trata de manifestaciones similares porque presuntamente la realizan unos chicos aburridos que detrás de su computadora, tras consumir páginas pornográficas, descargar juegos interactivos y dejar comentarios a la foto de una adolescente semidesnuda de la cual se creen amigos, aprietan un botón que dice “Me gusta” y automáticamente derrocan gobiernos. Banalización de las grandes transformaciones la que supone que la capacidad asociativa de las redes sociales redunda en la calidad de tal asociación y en la potencia política y simbólica capaz de proponer cambios sustentables; elogio ingenuo a una sobrevalorada sociedad civil.
Pero además, cómo no tener en cuenta que, en general, las protestas en el norte de África se realizan a favor de la obtención de libertades civiles y políticas, esto es, derechos de los que goza hace tiempo el mundo occidental. Para decirlo en otras palabras, mientras el mundo árabe comienza a hacer reivindicaciones en pos de una democracia formal, la indignación europea pasa por el contenido de la democracia. Unos quieren votar, los otros, no le encuentran sentido a hacerlo.
Planteada así la comparación casi natural tiene que ver con lo ocurrido en 2001 en Argentina. Allí podemos encontrar más cosas en común: crisis de representación de la estructura bipartidaria especialmente tras el desencanto frente al PSOE, esto es, el socialismo que hace el ajuste que la derecha disfruta, tal como ocurrió aquí con el triste final de una alianza presuntamente progresista que venía a acabar con la política de tierra arrasada del menemismo; movilización de sectores medios, en Argentina, por la confiscación de los ahorros, en España, por un ajuste feroz que todavía está en la etapa de creer en los salvatajes de los organismos financieros. La lista de elementos en común para hablar de un supuesto “que se vayan todos” a la española puede seguir, pero parece más interesante repensar cuáles han sido las consecuencias de esa crisis en Argentina y si eso puede trasladarse a Europa.
En este sentido, hay algo que solemos pasar por alto aquí y es que contrariamente a lo que se podría suponer, la consecuencia del 2001 no fue social-democracia, activismo estatal y florecimientos de las libertades democráticas sino propuestas de centro y centro derecha, además del delirio de derrotar al capitalismo a través de una economía del trueque y la descentralización política del país para que sea gobernado por asambleas permanentes en las plazas de los barrios. Dicho de otro modo, si tenemos en cuenta que en 2003 nadie imaginaba que Kirchner podría transformarse en el líder de una política de centroizquierda como finalmente, desde mi punto de vista, lo fue, cabe recordar que las elecciones presidenciales repartieron casi la totalidad de los votos entre Menem, Duhalde (corporizado en Kirchner, un presunto “Chirolita”), López Murphy, Carrió y Adolfo Rodríguez Sáa.
En este sentido, la exigencia de mayor calidad democrática por parte de la sociedad civil no tuvo como correlato en las urnas el apoyo a propuestas progresistas de centroizquierda. En todo caso, el fenómeno interesante que se dio aquí es que no fue la sociedad civil la que impulsó a Kirchner a acabar contrariando la política de Duhalde, sino que fue el propio Kirchner el que le dio una nueva fisonomía a buena parte de la sociedad civil. Parafraseando a un general, “kirchneristas éramos todos (o más de la mitad), sólo que no lo sabíamos (hasta que llegó Kirchner)”.
Por esto es que debemos ser cautos con este tipo de acciones y la forma en que son ensalzadas aun por aquellos que desde los medios apoyan las políticas que los indignados rechazan. La cautela tiene que ver con que la pluralidad de reivindicaciones, la horizontalidad y la participación espontánea de la sociedad civil no garantizan ni un gobierno mejor ni un mundo más justo. A veces, diría yo, todo lo contrario. Más bien, suele ocurrir que es una acción desde arriba la que dirige y le da fisonomía y unidad a una serie de reivindicaciones sociales que, desperdigadas, no tenían la posibilidad de encauzarse. Por ello, quienes ven en las manifestaciones de los indignados y en los puntos que destaca Hessel una épica revolucionaria, se apresuran quizás por el deseo de ser testigos de momentos históricos y hechos paradigmáticos que marquen la historia y las generaciones. Pero esas cosas no suceden frecuentemente y quizás debamos contentarnos con vivir unas vidas mucho más monótonas de lo que desearíamos. Siempre es mejor que ocurran este tipo de manifestaciones pero a veces, para que las cosas cambien, hace falta mucho más que eso.
Excelente Dante ! concuerdo en un 100% en todo lo que decís. En particular, yo no me reconocía peronista, hasta hace muy poco! Me da mucho orgullo tener el gobierno que tenemos. Saludos
ResponderEliminarAbrazo Miguel!
ResponderEliminarDante, en primer lugar te agradezco este post porque me ha permitido tomar conocimiento de algunos detalles que, por estar inmersa en otras actividades, realmente no desconocía. Sabés lo bueno que es esto de tratar de ir cerrando un poco la idea que uno se forma acerca de las cosas. En segundo lugar me parece muy acertado tu análisis, esto es la comparación entre lo que ocurre en España con África y Argentina (versión 2001-2003).
ResponderEliminarRealmente muchos de los que hoy somos defensores acérrimos de este Modelo actualmente representado/encabezado por Cristina Fernández de Kirchner, al mirar hacia atrás, recordamos no haber estado "seguros" de qué era lo que realmente nos esperaba al asumir Néstor. Luego, más pronto que tarde, empezamos a tomar nota. Pero es cierto que si él no hubiese tenido firmes las convicciones con las que llegó a Casa Rosada y la decisión de llevar delante las políticas que finalmente encaró y sostuvo, hoy las cosas serían visiblemente diferentes.
En lo referente a lo que está acontenciendo en España, no me atrevería a arriesgar un pronóstico. Es todo bastante complejo, bah, los procesos de cambio lo son (aún con sus continuidades incluidas).
Bueno, no quiero hacer post de post en un comentario. Todo esto era sólo para felicitarte, por tu claridad e intención, en fin, por este excelente artículo, uno más y van...
Bravo!