El escándalo que se montó desde el momento en que el sitio Wikileaks dio a conocer más de 250.000 informes de la diplomacia estadounidense permite un sinfín de lecturas. Inicialmente no sería descabellado afirmar que este episodio es una demostración de que aquella frase de Magnetto que define al cargo de presidente como “un puesto menor” puede extenderse hasta llegar el país más poderoso del mundo. En otras palabras, son diversos poderes fácticos los que, al fin de cuenta, tanto desde dentro del propio Estado como desde afuera, acaban tomando las decisiones. En segundo término aunque quizás, en algún sentido, vinculado con lo anterior, casi como un signo de los tiempos, cabe destacar que los enemigos de la gran potencia ya no vienen en “frasco estatal” ni pretenden disputar un sistema de producción. Es decir, sea un terrorista como Bin Laden, sea un enigma como Julian Assange, el enemigo es invisible y tan escurridizo como el despliegue rizomático que la información desarrolla en la web.
Pero más allá de estas afirmaciones, algunas de las cuales padecen del mal propio de las teorías conspirativas, el caso wikileaks es un ejemplo maravilloso para analizar el funcionamiento de los Medios de comunicación en el mundo y en la Argentina específicamente, en una época en la que éstos están sumergidos en una profunda crisis de credibilidad.
Un lector inteligente podría indicar que si de 250.000 informes sólo se destaca aquel que pregunta por la salud mental de la presidenta y por el colon irritable del ex presidente, estamos, simplemente, frente a un ejemplo más de lo que llamo “psico-política”, esto es, una naturalizada perspectiva que desde el sentido común de analistas pretendidamente serios, supone que es posible que las características psicológicas de un líder se transmitan a toda la política gubernamental y a cada una de las instituciones del Estado.
Pero no es sólo la estupidez que permite a algunos indicar que una política de confrontación se vincula con el paro cardíaco de aquel que la lleva adelante. Se trata de algo más profundo que intentaré explicar a través del mito griego de la ninfa Eco. Hay muchas variantes de esta leyenda pero daré la que recuerdo a riesgo de algunos errores. Eco era una ninfa del bosque que se caracterizaba por una gran verborragia a tal punto que ésta entretenía a la esposa de Zeus, Hera, mientras éste se dedicaba a saciar su sed libidinal con diferentes amantes. El mito indica que cuando Hera se enteró de esto, presa de la ira, condenó a Eco a que sólo pudiera repetir las últimas sílabas de cada palabra. De esta manera, por ejemplo, si Eco quería decir “Murciélago”, sólo podía pronunciar “ciélago” (hay otra variante del mito que dice que el castigo constaba en que Eco no podría hablar por sí sola y que sólo podría repetir lo que decían otros pero esta variante la utilizaré para escribir una nota sobre Cynthia Hotton).
Con todo, el castigo de la ninfa no acabó ahí, pues tuvo la desgracia de enamorarse de Narciso quien la rechazó burlándose de su dificultad en el habla, algo que hizo que Eco se recluyera para siempre en los bosques. Esta es una hermosa leyenda que explicaría por qué sentimos el eco de nuestra voz cuando proferimos algún sonido en el marco de un espacio verde abundante o en una geografía montañosa: se trata de la ninfa Eco que, guarecida allí y con su castigo a cuestas, sólo es capaz de reproducir las últimas sílabas de lo que oye. Ahora bien, usted preguntará atinadamente qué tipo de relación existe entre la cobertura al escándalo de wikileaks y el mito de Eco. Me permitiré la siguiente hipótesis al respecto: cuando los principales medios de la argentina destacaron las trivialidades de los informes de la diplomacia estadounidense no lo expusieron como el insólito eco que los funcionarios norteamericanos se hacían de las operaciones de prensa de poca monta a las que estamos acostumbrados. Más bien, dejaron entrever que tales informes no eran más que la confirmación de que lo que ellos decían era verdadero. Para ser más específicos: no se indicó que los diplomáticos poseen una ignorancia tan supina que consideran creíble la tapa de la revista Noticias en la que se sugería que CFK sufría de trastorno bipolar. En este sentido, presentaron como confirmación lo que fue simplemente un eco. Interpretaron que la opinión estadounidense era garantía y que además era una voz suficiente para dar por verdadero lo que hasta ahora había quedado en aquella tapa de una revista que hoy debe rondar los cestos de la sala de espera de las peluquerías. Así, se construyó un relato en el que había dos voces, la del periodismo argentino y la de los diplomáticos estadounidenses, cuando en realidad, había sólo una voz y la que aparecía como segunda y confirmatoria no era más que el eco de la primera. De este modo, llegamos a algo tan absurdo como considerar que el mito de Eco es verdadero y que, si gritamos en un bosque, lo que oímos no es nuestra propia voz sino la confirmación que realiza nuestro garante, la ninfa ignorada por Narciso.
(Hay quienes dicen que aún hoy día, funcionarios estadounidenses, toman nota de lo que algunos comunicadores argentinos vociferan para su tribuna en el bosque y que la transcripción de tales delirios están próximos a ser enviados secretamente a la oficina del Estado norteamericano para “confirmar” la misteriosa noticia vertida por una sagaz divo-periodista que afirma que, dentro del cajón, no estaba el cuerpo de Kirchner).
Pero más allá de estas afirmaciones, algunas de las cuales padecen del mal propio de las teorías conspirativas, el caso wikileaks es un ejemplo maravilloso para analizar el funcionamiento de los Medios de comunicación en el mundo y en la Argentina específicamente, en una época en la que éstos están sumergidos en una profunda crisis de credibilidad.
Un lector inteligente podría indicar que si de 250.000 informes sólo se destaca aquel que pregunta por la salud mental de la presidenta y por el colon irritable del ex presidente, estamos, simplemente, frente a un ejemplo más de lo que llamo “psico-política”, esto es, una naturalizada perspectiva que desde el sentido común de analistas pretendidamente serios, supone que es posible que las características psicológicas de un líder se transmitan a toda la política gubernamental y a cada una de las instituciones del Estado.
Pero no es sólo la estupidez que permite a algunos indicar que una política de confrontación se vincula con el paro cardíaco de aquel que la lleva adelante. Se trata de algo más profundo que intentaré explicar a través del mito griego de la ninfa Eco. Hay muchas variantes de esta leyenda pero daré la que recuerdo a riesgo de algunos errores. Eco era una ninfa del bosque que se caracterizaba por una gran verborragia a tal punto que ésta entretenía a la esposa de Zeus, Hera, mientras éste se dedicaba a saciar su sed libidinal con diferentes amantes. El mito indica que cuando Hera se enteró de esto, presa de la ira, condenó a Eco a que sólo pudiera repetir las últimas sílabas de cada palabra. De esta manera, por ejemplo, si Eco quería decir “Murciélago”, sólo podía pronunciar “ciélago” (hay otra variante del mito que dice que el castigo constaba en que Eco no podría hablar por sí sola y que sólo podría repetir lo que decían otros pero esta variante la utilizaré para escribir una nota sobre Cynthia Hotton).
Con todo, el castigo de la ninfa no acabó ahí, pues tuvo la desgracia de enamorarse de Narciso quien la rechazó burlándose de su dificultad en el habla, algo que hizo que Eco se recluyera para siempre en los bosques. Esta es una hermosa leyenda que explicaría por qué sentimos el eco de nuestra voz cuando proferimos algún sonido en el marco de un espacio verde abundante o en una geografía montañosa: se trata de la ninfa Eco que, guarecida allí y con su castigo a cuestas, sólo es capaz de reproducir las últimas sílabas de lo que oye. Ahora bien, usted preguntará atinadamente qué tipo de relación existe entre la cobertura al escándalo de wikileaks y el mito de Eco. Me permitiré la siguiente hipótesis al respecto: cuando los principales medios de la argentina destacaron las trivialidades de los informes de la diplomacia estadounidense no lo expusieron como el insólito eco que los funcionarios norteamericanos se hacían de las operaciones de prensa de poca monta a las que estamos acostumbrados. Más bien, dejaron entrever que tales informes no eran más que la confirmación de que lo que ellos decían era verdadero. Para ser más específicos: no se indicó que los diplomáticos poseen una ignorancia tan supina que consideran creíble la tapa de la revista Noticias en la que se sugería que CFK sufría de trastorno bipolar. En este sentido, presentaron como confirmación lo que fue simplemente un eco. Interpretaron que la opinión estadounidense era garantía y que además era una voz suficiente para dar por verdadero lo que hasta ahora había quedado en aquella tapa de una revista que hoy debe rondar los cestos de la sala de espera de las peluquerías. Así, se construyó un relato en el que había dos voces, la del periodismo argentino y la de los diplomáticos estadounidenses, cuando en realidad, había sólo una voz y la que aparecía como segunda y confirmatoria no era más que el eco de la primera. De este modo, llegamos a algo tan absurdo como considerar que el mito de Eco es verdadero y que, si gritamos en un bosque, lo que oímos no es nuestra propia voz sino la confirmación que realiza nuestro garante, la ninfa ignorada por Narciso.
(Hay quienes dicen que aún hoy día, funcionarios estadounidenses, toman nota de lo que algunos comunicadores argentinos vociferan para su tribuna en el bosque y que la transcripción de tales delirios están próximos a ser enviados secretamente a la oficina del Estado norteamericano para “confirmar” la misteriosa noticia vertida por una sagaz divo-periodista que afirma que, dentro del cajón, no estaba el cuerpo de Kirchner).
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