Cuando se usa y se abusa de un término, se corre el riesgo de tergiversarlo o, en el mejor de los casos, esterilizarlo transformándolo así en una cáscara vacía. Éste parece ser el caso del que resulta ser el concepto central a través del cual gira la política de nuestros últimos años: el diálogo. Sin hacer etimología barata, un acercamiento a los orígenes y al sentido que este término tenía, puede abrir una gama de posibilidades que ayuden a enriquecer la controversia actual. El diálogo fue uno de los medios a través del cual filósofos de todos los tiempos expresaron sus puntos de vista. Desde Platón (y Sócrates a través de él), pasando por Cicerón, Berkeley y Hume entre otros, el diálogo ha sido un formato que rivalizó con otras formas de expresar las teorías filosóficas. Sin embargo, la razón de la elección de un formato u otro no ha sido en todos estos pensadores una cuestión puramente estética. Así, si tomamos el caso de Platón y su maestro Sócrates, encontramos que el diálogo es la única forma de alcanzar la Verdad. Lo interesante de este punto es que, y esto es algo que se ha repensado mucho en la filosofía contemporánea especialmente a partir de los teóricos enfocados en la problemática de la identidad personal, la Verdad ya no está al alcance de una intuición individual ni de un monólogo, sino que necesita de un “otro”. Pero en el caso de Sócrates y Platón ese “otro” debe cumplir con un requisito, esto es, una suerte de cláusula que podemos llamar anti-dogmática: se debe aceptar que todo lo que es materia de diálogo puede ser sometido a un sentido crítico, es decir, nada se da por sentado y siempre es posible seguir preguntando. Es en esta línea que observamos a través de los diálogos de Platón cómo Sócrates interpela a diferentes ciudadanos atenienses haciendo, “simplemente” preguntas.
Seguir leyendo esta nota en la edición en papel
Seguir leyendo esta nota en la edición en papel
Es cierto. No siempre hay acuerdo. El consenso es el verso que nos venden cuando quieren someternos a las supuestas verdades que esgrimen generalmente los opositores. Un diálogo verdadero, no necesita condicionamientos... ni tampoco se puede comenzar con la desconfianza, como han dicho algunos. El verdadero diálogo se inicia con la mente abierta a encontrar otras razones que no son las que uno tenía en mente... y tal vez deje como lo más parecido a una respuesta, una serie de preguntas que deberemos empezar a respondernos.
ResponderEliminarMuy buen texto!!! Te saludo
No es diàlogo. Es monólogo, en el mejor de los casos, donde se trata de subordinar al otro a las propias ideas, imponièndole una visiòn que, de no ser aceptada, ese "otro" es un rupturista,desestabilizador y otros términos por el estilo, que, al igual que la palabra "diàlogo" de tanto uso y abuso, quedaron vacìos de sentido, real, semiòtico y psicològico. ¿còmo se construye cuando lo que contruye realidad es pràcticamente inexistente?
ResponderEliminarMuy bueno el artìculo.
excelente tu nota Dante, brillante. Coincido plenamente con vos en que estamos muy lejos de "ese" diálogo. Acá todos sólo quieren ser escuchados... tampoco es un monólogo, sino más bien una puesta en escena que le sirve a todos (creo que le viene mejor al gobierno) porque se los ve allí a los opositores "muy democráticos y comprometidos con la república", y el gobierno intenta despegarse de su estigma de sobervia (ver mis últimas dos notas). Y los que peor quedan son los que se niegan a sentarse a "dialogar" y son los que hablan del monólogo!... Arrrrrgentina...
ResponderEliminarPero no hay nada más. Es todo tan efímero decía el Indio... por eso escribimos y seguimos haciendo preguntas, no?, porque entendemos menos de lo que creemos entender... y no nos alcanza con eso, por suerte. Abrazo dantesco y gracias por agregarme a tus amigos.
A mi parecer no solo no escuchan sino que tampoco dicen nada, mas allá de mostrar su repetitiva costumbre de juntar agua para su propio molino y nada más.
ResponderEliminarParece que jugar con la palabrita "diálogo" es una especie de moda del momento, como en otro fue hablar de inseguridad o de default económico.
Ya que te referis al tema en términos platónicos, pienso que el jueguito de "dialogamos, no dialogamos, te escucho, no te escucho..." no es más que otro mecanismo para que La Caverna siga en pleno funcionamiento y a plenas sombras.
Lo triste es que toman decisiones por nosotros (simples mortales) con una sub-ética zarpada en impunidad.
¿No crees que la mayoría de los integrantes de esos supuestos diálogos no serían un rotundo fracaso ante la mínima pregunta socrática acerca de su integridad? ¿frente a una persona desintegrada, de multiples discursos y kamamanas egoísta hiperdesarrollado, vale la pena preguntar? ¿interesa lo que responde?
Coincido en la vital importancia de saber preguntar, pero a esta gente hay que recordarle tantas cosas antes que son importantes y aún más básicas, que lo de preguntar me suena casi a utópica sutileza.
Saludos.
FAB
totalmente de acuerdo, muy buen análisis y muy cierto, pero creo que no se aplica a la política, toda pretensión que pueda surgir tras un análisis como este no tiene asidero en el escenario político (no hay que pedir peras al olmo). Hoy la política y los políticos están muy lejos de los antiguos hombres y conceptos que le dieron vida.
ResponderEliminarHoy ni siquiera cave pretender que sean seres coherentes o que desarrollen la lógica. Inclusive su práctica los aleja cada vez más del sentido común.
Cualquier político, esté donde esté, hoy no tiene preguntas, tiene ideas, las cuales no siempre representan la idea de una mayoría.
El problema que distancia a unos y otros, y lleva todo este tema a extremos absurdos, es que en algunos políticos (o personas que se meten en la escena política), las ideas son "ideas fijas"... y cansan, yo a esos no les escucharía ni una pregunta... para responder está la historia.
Cual es elnlink para continuar leyendo estos ninteresantes artículos?
ResponderEliminarEstimado amigo: el link está roto y la nota completa fue publicada en mi libro El adversario en 2012. Igualmente acá te reproduzco la parte que falta (no me deja poner la nota completa). Abrazo
ResponderEliminarSi bien el fundador de La Academia y su maestro no tienen ninguna duda acerca de que existe una Verdad con mayúscula y que las sucesivas preguntas (y respuestas) son el método adecuado para liberar a los hombres de los pseudo-saberes y acercarlos al conocimiento verdadero, hay un punto interesante que puede ser útil para encarar el diálogo en Argentina desde otra perspectiva. Me refiero a un aspecto distintivo de buena parte de los diálogos socrático-platónicos, esto es, su carácter aporético. Efectivamente, las grandes obras de Platón en las que el personaje central es su maestro, no tienen un “final feliz” en el que Sócrates, tras haber demostrado la ignorancia de su interpelado, le brinda a éste todo el conocimiento verdadero que está en manos del sabio. Más bien todo lo contrario: el diálogo suele terminar abierto, sin solución, con aceptación de la ignorancia sobre el tópico en cuestión y, muchas veces, sin acuerdo. Esto se sigue de la particular sabiduría de Sócrates que se resume en el apotegma famoso: sólo sé que no sé nada. Esta frase repetida hasta el cansancio no es otra cosa que la mayor afrenta a la soberbia: no es sabio quien posee una determinada doctrina a ser enseñada sino aquel que tiene conciencia de su ignorancia. Así, lejos de buscar “evangelizar” con su conocimiento, Sócrates afirma que sólo hay sabiduría en la aceptación de ese no-saber, siendo esto lo que lo ubica por encima del resto de sus conciudadanos y lo que, a decir del oráculo de Delfos, lo transforma en el más sabio de todos los atenienses. Sócrates es alguien que no tiene respuestas sino preguntas: es un sabio que no tiene saber y que puede legar la idea de que los mejores diálogos se dan entre aquellos que tienen buenas preguntas y no entre los que tienen firmes respuestas. Es éste el sentido del diálogo que tal vez esté ausente en la Argentina de hoy: más que deseo de dialogar, de preguntar, hay deseo de responder. El diálogo argentino es un diálogo donde no hay dudas, una mera confrontación retórica de respuestas; un espacio donde hay ansiedad por el decir y no por el escuchar y donde no es tolerable la ausencia de resolución. Si no hay acuerdo, hay fracaso, si no hay acuerdo “no nos oyeron”. No hay margen para la “incertidumbre del desacuerdo” ni un resquicio para poder pensar que pueden existir temas sobre los cuales no sea posible consensuar y donde no hay una verdad esperando ser revelada. Por ello, contrariamente a lo que se suele oír por allí, tal vez, la mejor mesa de diálogo sea aquella en la que se pueda sacar en limpio más que un bombardeo de demagógicas respuestas, un humilde puñado de buenas preguntas.