Algunas semanas atrás, la
política norteamericana se vio conmocionada por el triunfo en las primarias
demócratas para la alcaldía de New York del izquierdista Zohran Mamdani, un
joven musulmán de 33 años con ascendencia india nacido en Kampala, Uganda.
Mamdani llegó junto a su familia
a New York con 7 años, estudió en el Bronx High School of Science y luego se
licenció en Estudios Africanos donde cofundó la sección universitaria de
Estudiantes por la Justicia en Palestina.
Poco antes de la elección se
había hecho viral un spot de campaña donde le habla, en un correcto español, a
la comunidad latina (donde obtuvo buenos resultados) pero también publicó
videos en urdu utilizando fragmentos de películas de Bollywood, por ejemplo. Su
esposa es una artista siria de 27 años y sus padres, famosa directora de cine
ella, profesor en la Universidad de Columbia él, se graduaron en Harvard.
Si con este perfil no alcanzara
para sorprenderse por el triunfo, agreguemos que Mamdani fue el candidato con
mayor cantidad de votos en una primaria demócrata en esa ciudad, venciendo a
Andrew Cuomo por más de 12%.
En una nota publicada en el New
York Times, https://www.nytimes.com/2025/07/06/opinion/zohran-mamdani-democrats-israel.html Peter
Beinart afirma que la clave del triunfo de Mamdani es haber explotado la brecha
existente al interior de su partido entre las bases y sus élites. ¿Sobre algún
tema en particular? Sí, sobre Israel.
Efectivamente, uno de los ejes de
campaña de Cuomo era acusar a Mamdani de ser propalestino, algo que el
triunfador no solo nunca ocultó, sino que exhibió como una de las razones para
ser elegido, además de, claro está, toda una agenda bastante más a la izquierda
de lo que el partido demócrata suele tolerar.
No sabemos si lo hizo solo por
convicciones o porque también contaba con datos de la encuesta de Gallup que
mostraba cómo, en 2013, el apoyo de los demócratas a Israel por sobre Palestina
obtenía una diferencia de 36 puntos mientras que en la actualidad ese número se
ha revertido dramáticamente: 38 puntos a favor de los palestinos. Si a priori
pudiésemos pensar que este giro tan drástico obedece a las nuevas generaciones,
la respuesta es negativa: ha sido mayor el cambio entre los mayores de 50 que
entre los más jóvenes. Por todo esto, en la actualidad solo un 33% de los
demócratas apoya a Israel en su conflicto con los palestinos.
Para Beinart, el asunto Israel no
es la única razón para explicar el triunfo de Mamdani pero sí representa muy
bien por qué casi dos tercios de los demócratas están exigiendo una renovación
dirigencial en su partido.
Desde nuestra perspectiva, a su
vez, estos datos podrían impulsarnos a pensar cierto realineamiento en el que
los demócratas adoptan, digamos así, posicionamientos de izquierda, más allá de
que su obsesión identitaria le impida recuperar las reivindicaciones de las
clases trabajadoras, hoy mejor representadas por el partido republicano.
Sin embargo, también cabe
decirlo, caeríamos en un error si pensáramos en una divisoria clara entre
demócratas pro palestinos y republicanos pro israelíes. De hecho, estamos
siendo testigos de cómo el movimiento MAGA de Steve Bannon o el influyente
periodista Tucker Carlson, fervientes seguidores de Trump, acusan a Netanyahu y
al lobby israelí de empujar a Estados Unidos a un conflicto en el que no
debería participar. Sin llegar a afirmar que son pro palestinos, sí hay que
decir que dentro del partido republicano hay un ala anti Halcones que llama a
un repliegue y una renuncia a ese rol de gendarmes civilizacionales que tanto
ha ejercido Estados Unidos.
Con todo, más allá del asunto
Israel, el caso Mamdani resulta interesante por varias cuestiones, pero en
particular por la pregunta acerca de la nueva identidad que adoptará el partido
demócrata para enfrentar al trumpismo y a sus sucesores. La pregunta no solo es
válida para Estados Unidos sino para el resto del mundo porque ya sabemos que
la influencia cultural y económica que el partido demócrata supone para los
partidos progresistas del mundo, hace que conocer lo que sucede allí tenga
carácter anticipatorio para lo que luego sucederá en estas latitudes.
¿Qué ofrecerá el peronismo, o
parafraseando a Prince, el espacio anteriormente conocido como peronista? ¿Una
figura radicalmente opuesta a Milei, como Mamdani podría ser para Trump? Desde
el 2015 hasta ahora, el kirchnerismo realizó un movimiento paradojal: cuando
más se sobreideologizaba, más se retraía electoralmente y más obligado se
sentía a incluir candidatos que no fueran de su riñón: Scioli, Alberto y Massa.
¿Será acaso el momento de radicalizar o especular con que la tendencia a la
cerrazón del gobierno dejará a grandes sectores no ideologizados a la deriva
que podrían volcarse por candidatos soft de centro y/o kirchneristas de buenos
modales?
Pero incluso si asumiéramos que
la clave de la victoria es ser lo opuesto a Milei, cabe preguntarse ¿qué sería
lo exactamente opuesto a Milei? No es una pregunta fácil porque supone
identificar no solo lo que Milei es sino aquel aspecto sobre el cual es posible
acercar más electores. Y hay algo peor aún: incluso si pudiéramos identificar
ese aspecto de Milei a partir del cual fuera posible construir una alternativa,
habría varias respuestas para un mismo interrogante. Para decirlo más
específicamente: si aquello que genera rechazo en el electorado es la
radicalidad de Milei, supongamos, no resulta claro qué sería lo mejor para
oponérsele pues, ¿lo otro de la radicalidad es la radicalidad opuesta, esto es,
un kirchnerismo recargado, sin autocrítica pero decidido a avanzar como lo hace
Milei? ¿O es la moderación encarnada en
alguien que haga las veces de Alberto, llame a la concordia y a volver
“Mujeres” (SIC)?
Esto, claro está, desde el punto
de vista electoral, aspecto en el que, salvo honradas excepciones, el
kirchnerismo suele elegir mal. Otro asunto es el de las bases y el de los
ciudadanos de a pie. Mamdani interpretó bien la brecha entre bases/ciudadanos y
las élites del partido. ¿Serán capaces de interpretar este hiato las élites del
espacio anteriormente conocido como peronista? Si existe alguna encuesta, la
desconozco, es probable que en la Argentina encontremos números similares al
del partido demócrata en cuanto a la exigencia de una nueva dirigencia que
represente necesidades que no son las de hace 20 o 10 años. No serían solo
canciones nuevas sino nuevos compositores que comprendan, por ejemplo, que
hacer campaña con “Cristina libre”, aun cuando fuera justo, no puede ser visto
más que como un asunto de las élites, del mismo modo que lo es montar un
escándalo porque el gobierno agrede a un grupo de periodistas o porque la
justicia actúa vergonzosamente contra los militantes que cometieron la infantil
acción de tirarle bosta a un provocador.
Es muy temprano para asegurar que
Mamdani, o el ala más radical del partido demócrata, será la referencia para
enfrentar a Trump y al postrumpismo. En Argentina sucede algo similar: para el
2027 falta mucho. Lo que sí sabemos es que, para el 2025, no hay renovación, ni
nuevas ideas ni nuevas canciones y que la política se reduce a ver qué lugares
en las listas transan los fragmentos de una oposición que no sabe qué ni cómo
ni para qué.