“Shock”. Así podría resumirse este
primer mes de Javier Milei como presidente de la Argentina y la particularidad
es que, en esta descripción, coincidirían tanto detractores como oficialistas.
Efectivamente, los críticos
acudirían al ya clásico de Naomi Klein, La
doctrina del shock, para trazar los paralelismos con el proceso económico
liderado por los Chicago Boys en el
Chile de los años 70 bajo la dictadura de Pinochet. Dicho sintéticamente, basándose
en evidencia empírica, aquel libro intentaba demostrar que las reformas
económicas “neoliberales” que, en lo inmediato, al menos, suponen enormes
sacrificios para las mayorías, suelen aprovecharse de circunstancias en las que
las sociedades están en un estado de conmoción, sea por una guerra, una
catástrofe natural o una crisis social, económica y/o política. ¿Entra la
Argentina en alguna de estas categorías? Con 211,4% de inflación en 2023, más
de una década de estancamiento económico y 2 de cada 3 menores de edad en
condición de pobreza, hay buenas razones para afirmar que, al menos, la crisis
social y económica existe.
Pero el concepto “shock” ha sido
utilizado por el propio Milei y sus funcionarios incluso en un sentido
positivo. Así, el presidente no ha ocultado que su plan es esencialmente
ortodoxo en lo económico y que supone sobrecumplir metas de ajuste fiscal. El
“shock” necesario aquí sería el giro copernicano para terminar con lo que, el
gobierno considera, serían 100 años de decadencia argentina.
Sin pretender entrar en detalles
demasiado técnicos, lo primero que hizo la nueva administración en materia
económica fue producir una devaluación inédita del 118% del peso argentino.
Esto supuso sincerar el atraso cambiario que el anterior gobierno había
sostenido artificialmente como ancla contra la inflación. Asimismo, anunció
medidas tendientes a lograr el equilibrio fiscal exponiendo que, si se gasta
más de lo que entra, o se pide dinero y se crea una deuda impagable, o se
imprimen billetes y la inflación se desborda. En este sentido, estableció un
cronograma de quita de subsidios en dos sectores fundamentalmente: transporte y
energía. Para que el lector no argentino pueda dimensionarlo, se estima que un
boleto de bus o tren en la ciudad de Buenos Aires y alrededores tiene su tarifa
subsidiada en un 90%. Esto lleva a que el usuario pague cerca de 5 centavos de dólar
por cada boleto. Insostenible por donde se lo mire, aun en un país que, 10 años
atrás, tenía el salario mínimo medido en dólares más alto de la región y hoy,
tras la devaluación, se ubica en el anteúltimo lugar, solo por encima de
Venezuela. Algo similar sucede con las tarifas de luz y gas. En la actualidad,
una familia tipo en el barrio más acomodado de la ciudad de Buenos Aires, puede
despilfarrar gas y luz, y no pagará más de unos 10 dólares mensuales en cada
factura. Evidentemente esto tampoco podía continuar así.
Con todo, digamos que este ahorro
del Estado y este sinceramiento de precios relativos, -entre los que se puede
incluir el de la nafta, que subió más del 100 por ciento en el último mes, pero
todavía no alcanza el valor de un dólar el litro-, generó una disparada de
todos los precios de la economía y llevó la inflación del 12,8% en noviembre, al
25,5% en diciembre. En el gobierno indican que se trata de “inflación
reprimida” y tienen razón; en la oposición señalan que esta desregulación total
implicó aumentos de 30% en alimentos, 40% en los sistemas prepagos de salud y
casi 300% en los alquileres para aquellos que tienen que renovar. Se trata de
montos que la gente no puede pagar. Y tienen razón también.
Si miramos más allá de lo económico, cabe indicar
que, como mínimo, se trata de un gobierno pretencioso con un gen refundacional.
Esto se observa en las intervenciones públicas de sus referentes y en gestos
tales como enviar al Congreso, en sesiones extraordinarias, un megaproyecto de
351 páginas que incluye 664 artículos más 6 anexos. Su título es Las Bases,
justamente, como el libro de Juan Bautista Alberdi que inspiró la constitución
liberal de 1853. Se trata
de una propuesta totalizante tendiente a transformar radicalmente no solo el
funcionamiento del Estado sino prácticamente todo aspecto de la vida de los
ciudadanos con cambios en materia económica, impositiva, financiera,
energética, sanitaria, administrativa, electoral, previsional,
social, educativa y de
seguridad. También incluye un blanqueo impositivo y la posibilidad de privatizar las
empresas públicas, entre otras tantas transformaciones.
A esto debemos sumarle un previo Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) con
más de 366 artículos, donde ya se determinaba la emergencia pública en materia económica,
financiera, fiscal, administrativa, previsional, tarifaria, sanitaria y social
hasta el 31 de diciembre de 2025, renovable por dos años más, esto es, la
totalidad del mandato del presidente. Una
suerte de suma del poder público que, además, incluía la derogación de toda una
batería de leyes que permitían al Estado intervenir en la economía, el fin de
la ley de alquileres, una serie de reformas en materia laboral tendientes a la
flexibilización de las condiciones en la contratación y los despidos, la
desregulación de los servicios de comunicación, y un conjunto de medidas que
están incluidas en el proyecto que finalmente se mandó al Congreso. Si bien los
DNU son herramientas legales y legítimas a las cuales los presidentes
pueden acudir en circunstancias especiales, no hay constitucionalista en la
Argentina que haya coincidido en que el contenido de este DNU pueda atravesar
una prueba de constitucionalidad.
Con todo, más allá de que la
cuestión tendrá, en las próximas semanas y/o meses, una resolución política o
judicial, el episodio es útil para la siempre difícil tarea de categorizar una
figura como la de Milei. Aquí podemos caer en el lugar común de la comparación
simple e incluirlo en la “lista de los indeseables” junto a Trump, Abascal,
Meloni, Bolsonaro, Orbán, etc…, en una suerte de internacional derechista que
encarna todo lo que está mal en el mundo.
Sin embargo, si bien claramente hay
vasos comunicantes entre algunas de las figuras mencionadas y el presidente
argentino, consideramos que Milei confirma en el gobierno un perfil particular
de conservador en el orden moral, libertario en materia económica y populista
en el aspecto político, conjunción que no encontramos en los antes mencionados.
Sobre el primer punto, su oposición
a la agenda woke fue clara en campaña
y se materializó una vez en el gobierno cuando cerró el Ministerio de las
mujeres, géneros y diversidad y, al mismo tiempo, echó por tierra con todos los
lugares comunes de la agenda progresista.
En cuanto al segundo punto, su
plan de desregulación económica no tiene antecedentes en la Argentina. Incluso se
podría decir que tampoco tiene antecedentes en el mundo, al menos, con esta
profundidad, con esta velocidad y con la legitimidad de origen que le dieron
las urnas. En este sentido, el ideario libertario de von Mises, Hayek y,
especialmente, Rothbard, está encarnado en el plan de gobierno que Milei
impulsa.
Por último, en lo que respecta al
tercer punto, se trata de aquel que ofrece la principal novedad. Es que, si
bien durante la campaña Milei ya había advertido que gobernaría en una relación
directa con el pueblo, -en el caso de que las instituciones de la república no
acompañaran el proceso de transformación-, el modo en que esto se
materializaría resultaba una incógnita. Sin embargo, no hubo que esperar
demasiado para que sus advertencias se encarnaran en hechos concretos.
Efectivamente, desde lo gestual,
Milei fue el primer presidente que al asumir el cargo decidió dar un discurso
en las escalinatas del Congreso de frente a la ciudadanía y dándole la espalda
a diputados y senadores. Pero el desprecio fue más allá de ese gesto y se
manifestó tanto en su pretensión de gobernar a través del DNU antes mencionado como
así también en el modo en que su espacio negocia en condición de minoría con el
resto de los bloques. Si está operando más la necesidad que la convicción en un
presidente que cuenta con 37 diputados sobre 257 y 7 senadores sobre 72, no lo
sabemos. Con todo, hay algo de la naturaleza de Milei y de la política
entendida como sinónimo de filibusterismo, que nos permite suponer que el
presidente no se siente cómodo con las mediaciones institucionales.
Si esta descripción es correcta,
más allá de que Trump, Bolsonaro y Abascal, entre otros, han expresado su apoyo
a Milei, ellos poseen un elemento nacionalista y/o proteccionista en lo
económico que los distingue del libertario. Asimismo, en materia de política
exterior, a diferencia de alguno de los mencionados, el gobierno de Milei se ha
alineado de forma inequívoca con el eje Estados Unidos/Israel bajo una
hipótesis que parece desconocer el carácter multipolar del mundo actual. Si es
un lugar común afirmar que, en materia de política internacional, no debe
primar la ideología sino el interés, las acciones del gobierno de Milei avanzan
en sentido opuesto. La prueba de ello es la salida de los BRICS pero, sobre
todo, la crisis con Brasil, principal socio comercial de la Argentina, el cual,
según Milei, “está gobernado por un comunista”; y un conflicto diplomático con
China (segundo socio comercial) que ha escalado a niveles de extrema
sensibilidad después de que la canciller argentina se reuniera con la representante
comercial de Taiwán. China es, además, esencial para la Argentina, por la
enorme inversión en infraestructura que ha hecho en el país y por el SWAP de
monedas que le ha permitido al Banco Central sostenerse en momentos de escasez
de divisas. El abandono del pragmatismo bien entendido por un alineamiento
sobreideologizado es visto con preocupación por vastos sectores del
establishment que, al momento de hacer negocios, se quitan las anteojeras y se
tapan la nariz. La falta de coordinación, la improvisación, ciertas acciones
que saben a estudiantina y un marcado amateurismo en esta materia, pueden
amplificarse al resto de una administración que, evidentemente, está dando sus
primeros pasos en la gestión. Y no hace falta ser opositor para señalarlo.
Llegando al final, digamos que no
se recuerda, al menos en las últimas décadas, tanta atención del mundo puesta
en Argentina. Basta un repaso por los principales medios internacionales para
observar el modo en que, por distintas razones, los ojos están puestos en este
particular experimento.
Lo cierto es que es tal la
magnitud de la crisis que cualquier pronóstico resultaría temerario. A lo sumo
podría indicarse que marzo/abril es una fecha decisiva de cara a lo que viene.
En las últimas horas, el gobierno cerró un nuevo acuerdo con el FMI que le
permitirá cumplir con sus obligaciones hasta el primer cuatrimestre del año,
fecha que coincide con el ingreso de dólares producto de una cosecha que sería
record gracias a las condiciones climáticas. Con exceso de optimismo, el
gobierno entiende que la devaluación de 118% no se trasladará totalmente a los
precios y que, por lo tanto, no será necesaria una nueva devaluación. Así,
espera mostrar números de un dígito mensual de inflación para el segundo semestre,
en un escenario de brutal recesión y enorme costo social reconocido por el
propio Milei.
Dicho esto, objetivamente cuesta
imaginar tal escenario y lo más factible es que la nueva devaluación tan temida
suceda en torno a marzo y que, en el mejor de los casos, un gobierno con el
tiempo en contra, deba postergar los números de inflación a la baja. Con la
nueva licuación de los salarios que esto supondría, por cierto, se descuentan
grados de conflictividad social enormes.
Por último, en el texto de
Alberdi que mencionamos al inicio y que le ha servido a Milei de inspiración
para bautizar su virtual plan de gobierno, aparece una distinción que viene a
cuento. Allí, “el padre de la Constitución” que moldeó la Argentina, se pregunta
acerca de las posibilidades de imponer un sistema republicano en un territorio
que no tenía costumbres republicanas. Y, para responder a este interrogante,
traza una distinción que puede ser útil en este análisis ya que plantea una
diferenciación entre “lo verdadero” y “lo posible”. En otras palabras, existe
el ideal, aquello a lo que debemos tender, el modelo deseable. Eso es lo
“verdadero”. Pero, por otro lado, están las circunstancias, aquello que la
realidad permite en una coyuntura particular y con un equilibrio de fuerzas
determinado. Eso es “lo posible”.
El flamante presidente de la
Argentina no ha ocultado nunca cuál es su modelo, su ideal. De aquí que todo el
mundo sepa qué sería, para Milei, “lo verdadero”. Ahora bien, el gran
interrogante, lo que resulta por ahora difícil de dilucidar, es cuánto podrá
avanzar Milei; qué será para él, en estas circunstancias, eso que llamamos “lo
posible”.