Apenas algunos días atrás, en una rueda
informal de prensa, un periodista le consulta al expresidente uruguayo José
"Pepe" Mujica sobre las elecciones que se iban a celebrar en
Argentina el domingo. A la luz de los hechos, su respuesta fue premonitoria:
"Argentina es una cosa indescifrable
porque es un país que tiene una mitología. Cómo se explica usted que el
ministro de economía, con una inflación como tiene la Argentina, va a pelear la
presidencia... Sabe por qué? Porque tiene el respaldo de una cosa enorme que no
está conforme con él pero que lo va a apoyar (...) Se llama peronismo. Ese
animal existe y es una mitología que tiene el pueblo argentino".
Efectivamente, este domingo se desarrolló
la elección general en Argentina y el resultado fue sorprendente: el candidato
del oficialismo peronista, Sergio Massa, que había quedado tercero en las
elecciones internas abiertas y obligatorias de agosto, alcanzó casi 37% de los
votos y superó por aproximadamente 7% a Javier Milei, el candidato que asomaba
como favorito despues de su triunfo en agosto. Sin embargo, dado que el ganador
no obtuvo 45% ni tampoco un 40% con diferencia de 10% respecto del segundo, en
un mes habrá un balotaje entre el candidato peronista y el
paleolibertario.
Ahora bien, más allá de la mitología
peronista que señalaba Mujica, entre agosto y esta elección pasaron cosas. Por
lo pronto, el candidato del oficialismo logró insólitamente despegarse de su
propio gobierno a ojos de buena parte del electorado aun siendo el ministro de
economía que en los últimos dos meses tuvo una inflación de 12% cada mes y que
lleva acumulada en el año más de 130%, con más de la mitad de los menores de 18
años en condición de pobreza. Sin dudas, buena parte del problema es
estructural y heredado pero hay responsabilidad del ministro, evidentemente.
Sin embargo, tras haber perdido en agosto, Massa lanzó toda una serie de
medidas poco apegadas al equilibrio fiscal que fueron bien recibidas por la
gente: aumentos de salarios, beneficios impositivos, subsidios, etc.,
para distintos sectores de la sociedad que lo necesitaban tras años de
deterioro del poder adquisitivo. Referentes de la oposición lo apodaron
"plan platita" y lo acusaron de ser un gesto demagógico y
electoralista. Aun cuando, insistimos, algunas de esas medidas eran necesarias,
razón no les faltaba.
Pero al mismo tiempo, el gobierno avanzó
con una clásica campaña del miedo, si bien, también hay que decirlo, esta
campaña se basó, aun con exageraciones, en focalizar en algunas de las
consecuencias reales del plan libertario de Milei. En particular, se hizo
énfasis en todo lo que implicaría el desmantelamiento del Estado de bienestar,
esto es, fin de la educación gratuita, aumentos de hasta el 1000% en
transporte, pauperización (aun mayor) del sistema de pensiones de alcance
universal para una mayoría de aportantes, etc.
Ahora bien, aun cuando todo esto ha jugado
un rol importante, no veríamos la escena completa sin posarnos en la campaña de
los opositores. Principalmente el sector opositor que un año atrás era
ampliamente favorito para alzarse con el triunfo y el domingo apenas obtuvo un
23% de los votos. Se trata del espacio conservador liderado por el expresidente
Mauricio Macri quien decidió no participar de la elección dada su baja intención
de voto pero, a cambio, intervino abiertamente para crear una interna apoyando
a Patricia Bullrich, una candidata, como mínimo, bastante poco preparada,
en detrimento de quien era el candidato "natural", el Jefe de
Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta.
La interna fue ganada por Bullrich pero fue
tan feroz, que acabó esmerilando al espacio, al punto de permitir la aparición
sorpresiva de Javier Milei, un candidato paleolibertario sin estructura y
conocido por sus intervenciones televisivas y sus viralizaciones en las redes.
Milei, de profesión economista, no tenía
empacho en presentarse como un "fundamentalista del mercado", algo a
lo que no se había animado ningún liberal en la historia argentina, al menos de
una manera tan abierta. Para Milei, había que incendiar (SIC) el Banco Central,
dolarizar la economía y dejar librado a la lógica del mercado todo, desde las
transacciones económicas más básicas, hasta las prestaciones de salud, las
pensiones, la educación, etc. Si bien algunas de esas ideas prendieron en un
sector de la población, especialmente aquellas que hacían foco en la
responsabilidad del Estado y los políticos al momento de dar cuenta de la
inflación, lo cierto es que Milei conectó con el electorado más por su actitud
de indignación que por su ideario. En otras palabras, era el enojo con la
crisis y no la pasión por Friedman y Hayek.
A su vez, en los últimos tiempos, Milei se
encolumnó detrás de la alt-right con claros elementos populistas en la línea
Bolsonaro, Trump y Vox, lo cual también le acercó numerosos adeptos,
especialmente, entre la juventud, hartos de las consecuencias sociales del
progresismo hegemónico.
Pero lo que tras las elecciones de agosto
parecía ser un piso de votos, se transformó en techo este domingo y el
candidato paleolibertario se estancó alrededor de los 30 puntos. Para
comprender por qué sucedió eso cabe agregar, a las acciones del oficialismo,
una serie de errores no forzados, tanto de Milei como de algunas figuras que lo
secundaban. En este sentido, en las últimas semanas, a la promesa de privatizar
los trenes, la aerolínea de bandera y la empresa nacional de energía, Milei
equiparó la accion del terrorismo estatal durante la dictadura con el accionar
de la guerrilla reabriendo un debate muy sensible. A esto habría que agregar
sus incomprensibles declaraciones sobre venta de órganos y de bebés
realizadas hace tiempo, y las recientes intervenciones de candidatos del
espacio proponiendo la posibilidad de que los varones renuncien a la paternidad
y a la manutención correspondiente de sus hijos, cortar relaciones con el
Vaticano porque allí habría, como alguna vez dijo Milei, un "enviado de
Satanás", y la privatización de los mares como alternativa para salvar a
las especies. A estos delirios sumemos una campaña sucia insólita en la que se
ha instalado que Milei es un desequilibrado mental que habla con el espíritu de
su perro muerto o que incluso tiene relaciones incestuosas con su hermana, y
tendremos un panorama del nivel de debate público que atravesó la
campaña.
El balotaje será el domingo 19 de noviembre
y promete un final cerrado. Es que si se suman los votos de Bullrich a los de
Milei se superarían abiertamente los 50 puntos necesarios para ganar. Tomando
en cuenta que dentro de ese 23% de Bullrich hay votos profundamente
antiperonistas, esa opción no es una quimera ni mucho menos. Sin embargo, el
favorito ahora parece ser Massa por escaso margen.
La campaña para esa instancia ya empezó el
mismo domingo por la noche tal como se sigue de los discursos de los
candidatos. En el caso de Milei, su intervención pareció escrita por la propia
Bullrich a quien hasta hace una semana acusaba, falsamente, de ser una
exguerrillera que ponía bombas en jardines de infantes. El discurso anticasta
política y populista giró y ahora Milei llama a defender las instituciones
republicanas y convoca a la casta política no peronista a vencer al
"verdadero enemigo". En el caso del candidato peronista, por cierto,
la versión más de centro derecha que podía ofrecer el espacio, su discurso se
basó en convocar al voto de centro y de izquierda para un gobierno de unidad
nacional contra la derecha. Si hace 4 años su espacio discutía si había que
decir "Todos, todas y todes", Massa ahora se presenta como "el
presidente del trabajo y la seguridad" y pide a su familia que suba al
escenario de la victoria para demostrar la importancia que ella tiene.
En un mes sabremos finalmente el desenlace
de este largo proceso. Dicho esto, si el expresidente Mujica tiene razón, lo
más justo sería terminar con una cita de Perón que probablemente sea la más
precisa para comprender cómo un muy mal gobierno tiene las puertas abiertas a
una reelección: "No es que nosotros [los peronistas] seamos buenos. Es que los demás son peores".