Cuál es el tamaño de mi casa; en qué década se construyó; cuál es la fuente
de calefacción; si tengo aire acondicionado; si mi edificio tiene acceso a
electricidad de fuentes ecológicas; si intento reducir el uso de electricidad; cuántas
personas viven en casa; cuántas mascotas tengo; si soy propietario de más de
una propiedad y cuál sería el tamaño de las mismas.
Cuántos viajes hago en avión; si tengo coche propio; si realizo la práctica
de compartir el coche; si tomo taxis, ferrys o transporte público; si me muevo
a pie o en bicicleta.
Si como carne vacuna; si soy vegetariano; si compro productos de temporada
y de origen local; si desperdicio comida; si uso plástico; si consumo aceite de
palma; si hago muchas compras; si compro de segunda mano; si regalo o vendo
artículos usados; si reciclo; si compenso mi huella de carbono donando dinero a
proyectos que reducen las emisiones de CO2…
Estas son algunas de las preguntas que aparecen en un test que realicé para
conocer mi huella de carbono (www.calculadora-co2.climatehero.me), esto es, la
manera en que mis actividades individuales contribuyen o no al calentamiento
global. Al finalizar dicho examen el resultado arrojaría si soy un “Villano”,
un “Farsante”, un “Amigo” o un “Héroe” del clima. Naturalmente, debo
confesarlo, obtuve el título de “Villano” y se me indicó que para poder
transformarme en “Héroe” mi vida debería cambiar radicalmente, esto es: debía
ser propietario de un único departamento más viejo, más chico y convivir junto
a más personas y mascotas que no emitan flatulencias; debería reducir mi
consumo de electricidad o, en su defecto, vincularlo a fuentes ecológicas.
Además, debería dejar de viajar en avión, en barco y en taxis para moverme a
pie, en bicicleta o, en su defecto, en transporte público. Por último, debería
abandonar mi dieta de carnes para devenir vegetariano, consumir productos de
temporada y origen local, dejar el plástico, reciclar, no comprar productos
nuevos sino de segunda mano y, sobre todo, claro está, lavar la culpa por mi
villanía aportando dinero a alguna ONG que se encargue de recordarme lo poco
que hago por salvar el mundo.
Esta propuesta me recordó el texto “They
Killed Their Mother: Avatar as Ideological Symptom”, del crítico británico
Mark Fisher, publicado allá por el 2010, acerca de la primera entrega de Avatar.
Allí se acusa a esta película de ser un “ecosermón” y de ofrecer una
demostración cabal de los discursos anticapitalistas que curiosamente provienen
de los entornos y las empresas más capitalistas. Así, por ejemplo, no es casual
observar una película de la corporación Disney con un discurso anticorporaciones,
o productos que hacen del antimarketing un marketing fenomenal y exitoso.
Seguramente filmar una película como Avatar supone acrecentar la huella de
carbono que daña al planeta pero, en todo caso, dejemos ese asunto para otro
momento pues me interesa centrarme en otro aspecto que señala Fisher. Esto es,
la recurrencia a una salida “primitivista”. Efectivamente, si repasamos cuál
sería el modo de salvar el mundo, la propuesta pareciera la de un retorno a
míticas comunidades originarias que viven colectivamente y que son reacias a
los valores de la modernidad.
Esto está presente en lo que se conoce como “discursos colapsistas” y/o
“decrecentistas” que, como su nombre indica, afirman que es inminente un
colapso civilizacional y que la salida está en un “decrecimiento”, es decir,
abandonar el paradigma moderno del crecimiento y el progreso hacia unas formas
de vida que algunos las ubican entre la práctica ascética y el retorno a
cosmovisiones ancestrales de pueblos remotos.
De hecho, alguna vez lo mencionamos en este espacio, hasta existe una serie
francesa llamada El Colapso, lanzada apenas antes de la pandemia que, inspirada
en estas ideas, nos plantea distintos escenarios catastróficos en los que se
puede ver desde jóvenes
de clase media que acaban robando un supermercado ante la escasez de toallitas
femeninas, y una aldea en la que dos grupos se enfrentan por las raciones de
comida; hasta una central de energía que no se puede mantener por la falta de
combustible, y un hogar de ancianos que es saqueado y donde el único enfermero realiza
un suicidio asistido a su paciente favorita antes de que muera de hambre. Si
bien la corriente colapsista suele referirse a colapsos múltiples de todo
orden, el último capítulo de la serie da a entender que el colapso ha sido
ambiental y que los ambientalistas radicalizados finalmente tenían razón.
Ahora bien, quienes no vivimos en países del primer mundo asistimos a un
test como el mencionado y a series como El colapso con una sensación de
ajenidad y distancia que seguramente no es la adecuada pero que existe.
Es que no deja de ser extraño que quienes viajan y viajaron en avión nos
digan que ahora debemos dejar de hacerlo; que quienes tienen el dinero para
costearse una dieta vegana nos digan a quienes vivimos en países donde la carne
vacuna es un bien cultural y económico, que debemos abandonarla, etc. En
términos generales, digamos que es curioso que los países que ocupan hoy un
lugar central en la economía mundial gracias al proceso de industrialización
que explica buena parte de la contaminación, les digan a los países que
llegaron tarde a ese proceso que ahora es momento de una reconversión
energética que será, justamente, liderada por aquellos países que más afectaron
el ambiente.
A propósito, en estos días se viralizó un discurso del humorista ruso
Konstantin Kisin en la universidad de Oxford en el marco de un debate
organizado por esta casa de estudios cuyo título es “This House Believes Woke Culture Has Gone Too Far”. En el caso de
Kisin, sus dardos fueron dirigidos contra el pensamiento progresista que
privilegia su preocupación por el clima en detrimento de problemáticas sociales
y económicas https://www.youtube.com/watch?v=zJdqJu-6ZPo . Decir que ocuparse
del clima supone automáticamente desentenderse de la pobreza es falaz. No
obstante, Kisin da en la tecla cuando menciona a los cientos de millones de
personas en África, Asia y Sudamérica que necesitan de progreso material básico
sostenido porque no tienen cloacas, ni vivienda ni trabajo y viven con menos de
7 dólares diarios mientras los chicos de Oxford tienen “ecoansiedad” o
“solastalgia” (tristeza por el clima) por no poder solucionar el problema del
cambio climático. Por qué esos mismos estudiantes carecen de “pobreansiedad” y
“pobrestalgia” para resolver el problema de la pobreza es una pregunta que bien
podríamos hacer pero, en todo caso, si nos restringimos a la cuestión
climática, la respuesta está más bien en cómo solucionar a futuro la
problemática.
Aquí estoy pasando por alto una infinidad de detalles y debates que se
dan al respecto pero me cuesta pensar que la solución posible y deseable sea
revivir el mito del buen salvaje, un regreso romántico a un estadio premoderno
en el que por no haber capitalismo pareciera que los humanos fueran todos
buenos y amantes de los animalitos mientras viven en paz y armonía con la
naturaleza, sin guerras, sin explotación y sin sometimientos de un pueblo sobre
otro.
Lo importante es que esta visión progre “woke” a la que se refiere Kisin no tiene en frente solo a
negacionistas que si por ellos fuera destruirían toda posibilidad de mundo
habitable. También tiene posturas sensatas por derecha e incluso por izquierda,
tal como se sigue de la postura de Fisher, que no son “villanas del clima”. De
hecho, en el artículo mencionado, el británico cita el siguiente pasaje de Primero como tragedia de Zizek:
“La fidelidad a la idea comunista significa que (…) debemos permanecer
resueltamente modernos y rechazar la demasiado fácil generalización por la cual
la crítica del capitalismo se transforma en la crítica de la ‘razón
instrumental’ o de la ‘civilización tecnológica moderna’”.
De este párrafo Fisher concluye: “el problema es, más bien, cómo la
civilización tecnológica moderna puede ser organizada de un modo diferente”.
Sería pretencioso suponer que las discusiones aquí expuestas pueden
resolverse en un texto de esta extensión. Sobre la mayoría de los temas que
aquí aparecen lo que surge son más bien dudas o, en el mejor de los casos, la
aceptación de la complejidad y la necesidad de evitar los falsos dilemas del
estilo “pobreza versus ecología”. Sin embargo, intuyo y razono que la salida
está adelante (y no atrás) e incluye a la tecnología. Esto no necesariamente
implica evitar replanteos acerca de las formas en las que vivimos o consumimos.
Pero no parece haber regreso de la civilización tecnológica y de muchas de los
valores y conquistas de la modernidad aun con todos sus bemoles. Algunos dirán
“para mal”. Yo diré “para bien”.