Genera perplejidad que una
candidata a la que no se le reconoce al menos una definición política y posee
una retórica que transita todos los lugares comunes de la autoayuda oenegista,
sea la artífice de lo que se presenta como la posibilidad cierta de la llegada
a la presidencia de Mauricio Macri. Genera perplejidad porque era de esperar
que tras 12 años de construcción el kirchnerismo fuera vencido por una
alternativa política y robusta que lo supere en todo sentido aun cuando lo haga
desde la derecha. Pero no es el caso y el PRO está cerca de terminar con la
década larga de proyecto nacional y popular. Sin embargo, cabe decirlo,
evidentemente el adversario político ha tenido sus méritos y en esta columna en
la que se ha criticado al consultor Durán Barba por su “maquiavelismo
antipolítico” (si tal conjunción no resulta un oxímoron), también se había
dicho que la estrategia de la “pureza” era una estrategia adecuada puesto que,
en cierta instancia, una hipotética alianza con Massa no le hubiera sumado los votos
necesarios y lo hubiera obligado a resignar espacios. Ahora Macri llegó a la
segunda vuelta apenas 2,5% por detrás lo cual lo pone, quizás, incluso, como
favorito, más allá de que habrá que evaluar cuánto de antikirchnerista y cuánto
de antimacrista tiene el voto peronista del ex intendente de Tigre que en este
momento tiene el desafío de hacer valer esos 21,3% de los votos obtenidos.
Ahora bien, más allá de los
aciertos del PRO creo que también habría que evaluar los errores del
kirchnerismo, alguno de los cuales se vinculan a aspectos que anteceden a la
estrategia electoral. Me refiero puntualmente a la dificultad de generar
liderazgos por fuera de la figura de Néstor y Cristina, liderazgos que pudieran
eventualmente devenir en candidaturas competitivas. Porque Scioli no era la
primera opción como tampoco lo era Randazzo. En realidad no había plan B y si
CFK no lograba una modificación en la Constitución, lo que restaba era
simplemente esperar a ver quién picaba en punta. Impulsar que aquel que desee suceder
a la actual presidente deba competir, tal como lo hicieron, recuerde, la casi
decena de candidatos que uno a uno fueron haciendo su “baño de humildad”, es
una decisión razonable pero tomada ante la incapacidad, la imposibilidad o el
deseo de no apuntalar una o unas figuras que pudieran aparecer como
reemplazantes naturales.
Esto, por supuesto, tampoco
implica hacer recaer todas las culpas sobre una forma peronista de construcción
del poder. Los que no pudieron o no se animaron a disputar ese espacio tienen
también su cuota de responsabilidad y Scioli tendrá también su cuota tanto en
el triunfo como en la derrota.
Pero, además, hubo un error
importante en la estrategia electoral. Dado que en esta columna me equivoco
bastante déjeme recordar las pocas veces que logro algún acierto porque en su
momento denuncié las consecuencias que podía traer aparejada la decisión
presidencial de disputar, en las PASO, una interna para dirimir el candidato a
presidente. En aquel momento señalé que la estrategia discursiva de Randazzo,
demasiado vehemente frente a su adversario, terminaría afectando al oficialismo
y reduciendo sus chances de victoria. Probablemente la presidente interpretó
este fenómeno del mismo modo y decidió ungir a Daniel Scioli, aquel que mejor medía,
y acompañarlo con una figura del riñón del kirchnerismo como Carlos Zannini que
no traía votos pero era una señal hacia los sectores progresistas del
oficialismo que dudaban de la lealtad del actual gobernador de la provincia.
Sin embargo, disolver “a dedo” la interna que se iba a jugar en las PASO tenía
sus consecuencias y la información que trascendió fue que la manera de
contentar al desplazado Randazzo fue ofrecerle ser el único candidato a
gobernador de la provincia de Buenos Aires, algo que el actual ministro
rechazó. La historia resolverá pero, desde mi punto de vista, rechazar el
segundo cargo ejecutivo más importante de la Argentina es un error, máxime
porque, si bien en tanto contrafáctico nunca lo sabremos, hay buenas razones
para suponer que Randazzo se hubiera impuesto a Vidal. Lo cierto es que ante
esa negativa, CFK entendió que tenía la posibilidad de brindarles a sus
votantes una interna o, en todo caso, no quiso asumir el costo de resolver otra
candidatura a dedo. El resultado de ello fue proponerles a Julián Domínguez,
Fernando Espinoza y a Aníbal Fernández que diriman el asunto en las PASO lo
cual generó que inmediatamente los primeros dos se unieran en una fórmula. Y
allí sucedía algo particularmente extraño: Domínguez era el menos conocido pero
su imagen positiva hacía que Scioli no perdiera votos. Distinto era el caso de
Aníbal Fernández que picaba en punta pero tenía un enorme rechazo de parte de
la población no kirchnerista. Algunas semanas después de la determinación de
las fórmulas, la vergonzosa operación mediática que sufrió el actual Jefe de
Gabinete de parte del Grupo Clarín, paradójicamente, llevó a la Casa Rosada a
dejar la neutralidad y a apoyar a Fernández del mismo modo que hicieron los
votantes kirchneristas que estaban en la duda y entendían que, el atacado por
Magnetto, es el candidato del proyecto. El resultado fue un ajustado 21 a 19 en
favor de la fórmula Fernández-Sabbatella, pero los costos ya se empezaban a
sentir porque esos 40 puntos fueron menos de los votos que se necesitaban para
apuntalar a Scioli y la debacle final llegó este último fin de semana cuando,
para sorpresa de propios y extraños, Vidal obtenía 4 puntos más que la fórmula
del FPV. El rechazo de un sector de los votantes a Fernández que, acompañado
por Sabbatella, también se ganaba el encono de muchos intendentes peronistas,
explica que la fórmula solo haya obtenido el 35,18%, dos puntos menos que lo
que obtuviera Scioli y 5 puntos menos que los que obtuviera el FPV en las PASO.
El jefe de Gabinete adjudicó la
derrota a una extraordinaria elección de Vidal, lo cual es cierto, pero también
hizo referencia a “fuego amigo” sin dar mayores precisiones. Si bien pudo haber
algún “herido” tras el duro enfrentamiento en las PASO, si alguno de sus
principales adversarios hubiera querido boicotearlo encontraríamos una enorme
diferencia entre los votos del candidato a presidente por el FPV y los votos a
la categoría gobernador. Sin embargo, en Matanza, tierra de Espinoza, Scioli
obtuvo 48,19% y Fernández el 46,66%; en Chacabuco, tierra de Domínguez, Scioli
obtuvo 38,47% y Fernández 37,73%. Asimismo, en Chacabuco, el candidato a
Intendente promovido por Domínguez también perdió la elección así que
difícilmente podría pensarse que el actual presidente de la Cámara hubiera
llamado a votar en contra de “sí mismo” para perjudicar a su contrincante en
las PASO. Algo similar sucedió en Quilmes, donde el “Barba” Gutiérrez,
enfrentado desde siempre a Fernández, perdió la intendencia en manos de un
cocinero.
El de la Provincia de Buenos
Aires fue el único resultado que se apartó de lo esperado y del patrón que más
o menos se viene dando en la Argentina, esto es, un oficialismo que gana en la
mayoría de los distritos (17 sobre 24) y que pierde en los grandes centros
urbanos (algunas ciudades capitales, CABA y las provincias de Mendoza, Santa Fe
y Córdoba). Tal fenómeno se replica en todos los países de Latinoamérica donde
existen gobiernos populares y lo que aquí permitía que ese comportamiento no
incline la elección era la tradición peronista que se imponía en la provincia
que aporta el 37% de los votos. Caída la provincia, la elección se puede ganar
igual, como ha sucedido, pero la diferencia se achica. Para
finalizar, hoy parece un consuelo pero hay que decir que el kirchnerismo sigue
siendo la fuerza que más votos obtuvo en cada una de las elecciones que se han
realizado en los últimos doce años y que tendrá una mayoría de alrededor de 40
escaños en la Cámara de Senadores y será primera minoría en la Cámara Baja con
cerca de 115 diputados entre propios y aliados, esto es, a poco de los 129 que
se necesitan para el quórum. Pero sin duda, peligra la elección más importante
que es la presidencial. Una conjunción de virtudes ajenas y errores propios
puede ayudar a entender el presente escenario.