La elección a gobernador de
Tucumán estuvo marcada por algunos hechos de violencia y denuncias varias por
parte de la oposición que, al momento de escribir estas líneas y escrutadas
casi la totalidad de las mesas, estaba 14% detrás del FPV, resultado, por
cierto, bastante similar al de las PASO celebradas hace apenas algunas semanas.
Como sucedió en elecciones pasadas, funcionando en tándem, políticos
opositores, redes sociales y medios tradicionales anti kirchneristas buscaron
instalar la sospecha sobre el resultado de la elección denunciando fraude. Tal
instalación incluyó fotos trucadas, testimonios apócrifos, relatos y/o telegramas
de alguna mesa donde el resultado fuera inverosímil y el hecho real de la quema
de urnas en la que, por lo que se sabe hasta este momento, al menos algunos de
los implicados serían militantes de la oposición. El recurso es tan antiguo
como falaz pues una (supuesta) irregularidad en una/s mesa/s no alcanza para
afirmar un fraude, esto es, una acción sistemática y de dimensiones relevantes
como para modificar el resultado de una elección. Dicho de otro modo, en la
Argentina hay fiscales tramposos, fiscales tontos y fiscales distraídos;
también hay clientelismo político y punteros políticos peronistas, radicales y
del PRO, pero la sumatoria de todo ello no alcanza para tan livianamente
afirmar públicamente que ha habido fraude y, de ese modo, intentar quitar
legitimidad al gobierno elegido sea del color que sea.
Ahora bien, están quienes de
forma aviesa, y como parte de una campaña sucia, intentan instalar la idea de
fraude pero hay otros que creen, de buena fe, que ese fraude existió a tal
punto que son capaces de convocarse en una plaza al día siguiente de la
elección. Dicho esto, es sobre estos últimos que me gustaría posarme para hacer
una reflexión en la que van a intervenir elementos morales, psicológicos y hasta
una concepción de la verdad reñida con los principios democráticos.
Porque en sectores de la
oposición argentina (sectores opositores “de buena fe”, digamos) hay una
necesidad moral y psicológica de que exista fraude. Quizás incluso una
necesidad vital, física, de fraude. Las razones son bastante atendibles pues
desde hace casi una década consumen medios de comunicación que les dicen que la
oposición es mayoría y que el fin de ciclo k es inexorable; interactúan en
internet con “amigos”, “foristas” y “seguidores” que creen representativos de
la opinión pública y observan la existencia de una mayoría abrumadora que
considera que el gobierno está conformado por una casta de ladrones
enriquecidos e hipócritas; y en las reuniones sociales con amigos y parientes
no hacen más que confirmar cada uno de los juicios que se formaron con la
inestimable ayuda de la línea editorial de los medios que consumen y son
amplificados por las redes sociales. Como usted puede observar, no hago más que
describir un entorno, y tanto opositores como oficialistas tienen entornos de
lo cual se sigue que el error no es tenerlos sino pensar que esos entornos son
representativos de la totalidad de una sociedad moderna que, en tanto tal,
supone una enorme diversidad.
Es más, si usted es oficialista,
haga un experimento mental e imagínese qué puede pensar un opositor que observa
que, a pesar de que todo su entorno (amigos, socios, parientes, y los medios
que consume) profesa un rechazo visceral al gobierno, cada vez que hay una
elección, el FPV las gana.
Frente a ese escenario quedan
tres opciones: a) el opositor pone en tela de juicio su sistema de creencias
considerando la posibilidad de, al menos, revisar su perspectiva en relación al
gobierno; b) el opositor no revisa su sistema de creencias pero entiende que su
entorno no es representativo del sentir de la sociedad argentina; c) el
opositor no revisa sus sistema de creencias, sigue creyendo que su entorno es
representativo y, por lo tanto, no le queda más que denunciar fraude.
Evidentemente la tercera opción es la más cómoda porque tanto la primera como
la segunda ponen en juego su subjetividad, su mirada sobre el mundo y la
constitución de su propia identidad. En este sentido, que haya fraude se
transforma casi en una necesidad vital, una necesidad tanto moral como psicológica
y se trata de un capítulo más de la breve historia de difamaciones al
adversario oficialista que se viene desarrollando en la última década en la
Argentina, y una breve línea en la historia de la concepción de Verdad
occidental desde Sócrates y Platón hasta la fecha. Pues a partir de la
enseñanza de estos filósofos entendemos que la Verdad se escribe con mayúscula
y es una sola, algo que entra en tensión con nuestras sociedades liberales en
las que nadie nos dice que no creamos en la verdad pero se sostiene que dado
que nadie tiene un acceso privilegiado a la misma, el Estado no puede tomar
partido por una verdad en detrimento de otra. Lo cierto es que la concepción
absoluta de la Verdad no da lugar a perspectivas o verdades relativas de modo
tal que aquel que no concuerde con esa única Verdad tiene dos opciones: o es
ignorante o es corrupto. Si a usted le parece exagerado, preste atención a los
análisis que buena parte de la oposición política y comunicacional de la
Argentina hace para tratar de comprender por qué el kirchnerismo gana
elecciones hace 12 años y allí se topará con dos formas de entender a los votantes
kirchneristas: los que votarían gracias a estar hipnotizados por el relato y
por una épica que no sería más que una ficción, y los que votarían sabiendo que
se trata de una ficción pero defienden al kirchnerismo por ser venales y
beneficiarse económicamente con el modelo. El primer grupo sería el de los
ignorantes, el de aquellos que no tendrían la capacidad de darse cuenta que les
están mintiendo. Allí se incluye a las clases bajas sin formación, a las
juventudes formadas pero ingenuas en tanto juventudes y al resto del electorado
que se deja seducir por su nostalgia setentista. En el segundo bloque se incluiría
a los empleados públicos, a todo aquel pobre que reciba ayuda del Estado y
aquel que por su desarrollo intelectual resulta más difícil aglutinar en el
grupo de los ignorantes. En este último subgrupo aparecen los comunicadores con
afinidad al modelo y los jóvenes formados, trabajen o no para el Estado. A éstos
no se les puede acusar de ignorantes pero se los acusa de corruptos tal como
Platón acusaba a los sofistas en su época (más allá de que también los acusaba
de ignorantes) cuando decidían cobrar por sus lecciones bajo la suposición de
que el saber y la virtud eran enseñables. ¿Acaso no se está acusando
solapadamente de corrupto a un medio cuando se afirma que se le da x dinero de pauta oficial o no se está
acusando solapadamente de corrupto a quien apoya en líneas generales al gobierno
preguntándole cuánto cobra? ¿Por qué el dinero que cobra un periodista opositor
no alcanza para explicar su posición opositora pero el dinero que cobra un
periodista oficialista es suficiente para explicar su posición oficialista? ¿El
dinero estatal corrompe pero el dinero privado no? La respuesta se apoya en la
absolutista concepción de la verdad que se mencionaba algunas líneas atrás, esa
concepción que no admite que pueda haber alguien ilustrado y digno moralmente,
capaz de defender una política distinta a la que yo defiendo. ¿Esto significa
que este gobierno y sus adherentes son incorruptibles y que todos los votos que
recibe son parte de un ejercicio racional decidido sobre la base de toda la
información relevante? No. El FPV, como el resto de los partidos, tiene actores
y adherentes corruptos, y una parte de sus votantes probablemente lo elija por
razones que a muchos nos resultarán triviales, inadecuadas o vergonzantes. Pero
no hay ninguna buena razón, salvo una concepción absolutista de la verdad, para
suponer que los corruptos y los ignorantes están de un solo lado, casualmente,
siempre del lado en el que no estoy yo.