De repente, todo el arco de la
oposición argentina, espacio que incluye a dirigencia política, intelectuales y
periodistas, entre otros, bramó contra la circulación de las fotos del fiscal
Nisman en boliches de Palermo rodeado de mujeres que intercambiarían “favores”
a cambio de dinero. Estas se sumaron a fotos que demostrarían que el fiscal no
solo habría compartido noches de juerga sino días enteros y viajes con, al
menos, algunas de estas voluptuosas señoritas. Sabido esto, en privado, mucho
varón argentino medio habrá dicho “¡Qué bueno hubiera sido ser Nisman!”, pero
lo cierto es que, un mes después del 18F, el encuentro en homenaje al fiscal
organizado por Santiago Kovadloff y Nelson Castro, no llegó a convocar a 100
personas. Con todo habría que aclarar algunas cosas: si alguno de los
asistentes a aquella multitudinaria movilización convocada por fiscales
opositores se sintiera decepcionado por ver al fiscal con antenitas en la
cabeza abrazando mujeres que ostentaban tragos y consoladores, habría que
advertirle que está siendo preso de una moralina conservadora pues aun un sexualmente
desenfrenado fiscal puede desarrollar correctamente su trabajo. El punto,
entonces, no son las fotos sino que la denuncia que realizó fue desestimada de
una u otra manera por varios jueces, desde Canicoba Corral, hasta Servini de
Cubría y Rafecas. En todo caso, lo que sí cabe investigar es el uso que Nisman
le daba a los fondos públicos, pues, según publica la Revista Anfibia, su Unidad de Investigación, con
45 empleados, tenía un presupuesto de $31.000.000 solo para el 2015, y, entre
otras sorpresas, el sueldo del propio Nisman era de $100.000 (es decir, cobraba
más que la Presidenta de la Nación, por ejemplo). Pero además no hay que pasar
por alto que, entre esos 45 empleados, estaba su nutricionista personal quien
cobraba $28.000 mensuales y Diego Lagomarsino, alguien que se especializaría en
sistemas y que venía recibiendo $41.000 mensuales, de los cuales la mitad, según
una denuncia del propio Lagomarsino que deberá investigar la justicia, le era
transferida al propio Nisman. En la medida en que van saliendo a la luz estos
manejos discrecionales que bien valdrían, como mínimo, una investigación por
malversación de Fondos Públicos, algunos le dicen al gobierno que debería haber
controlado cómo gastaba el dinero Nisman. Nada dicen de la responsabilidad del
poder judicial al respecto pero se les debe haber pasado por alto de tanto
mover la cintura repitiendo una y otra vez el estribillo de la división de
poderes.
Con todo cabe decir que para no
caer en una falacia ad hominem
(aquella que determina que alguna característica o conducta execrable de un
hombre convierte automáticamente en falso todo lo que ese hombre diga) lo que
importa es evaluar la denuncia de Nisman independientemente de su vida privada
y de los propios delitos que Nisman podría haber cometido. Pues el fiscal más
corrupto y más fiestero puede realizar una denuncia consistente. Dicho de otra
manera, de ser corrupto y fiestero no se sigue que la denuncia realizada por
este hombre sea inconsistente. Pero, claro está, el pequeño detalle es que la
denuncia es inconsistente.
Es más, está tan “floja de
papeles” la temeraria denuncia de Nisman contra la presidenta y funcionarios,
que la operación de los principales interesados en que esta denuncia prospere,
aquellos que en vez de decir #YoSoyNisman deberían haber dicho
#YoSoyAntikirchneristaYMeSubiréACualquierCosaQueAfecteAlKirchnerismoAunPoniendoEnJuegoMiCredibilidad,
fueron los primeros en impulsar una falacia que, a falta de nombre técnico,
llamaré “falacia de la santificación”. Este tipo de falacia se aplica
generalmente cuando sucede una muerte pues por alguna razón abordable desde el
terreno mítico-psicológico, resulta que todas las personas que mueren de
repente se transforman en buenas; la muerte, entonces, parece cumplir una
función purificadora y hasta cuando muere algún reverendo hijo de puta (no
estoy diciendo que sea el caso de Nisman, por favor), a lo sumo, el titular del
diario dirá “Murió el polémico….”. Desde este punto de vista, la parca es
siempre injusta porque se lleva a toda la gente que le hace bien al mundo. Con
Nisman, la operación santificadora se agigantó con su muerte dudosa y terminó
siendo el sustento de la aberración jurídica y la operación que su denuncia
había implicado. El “santo” Nisman era la única garantía de poder sostener en
el tiempo una denuncia insólita. Y durante más de un mes, el gobierno fue
incapaz de estructurar una posición homogénea respecto de la todavía no
esclarecida muerte del fiscal.
Pero no son estas las únicas dos
falacias que atravesaron la discusión pública en las últimas semanas. Sin
pretensión de ser exhaustivo, digamos que hubo al menos otras dos. Una de ellas
es la que llamaré “falacia del dolor”. Este tipo de falacia podría pensarse
como aquel razonamiento que se apoya en la idea de que una víctima nunca se
equivoca. En este caso se dice que, por su condición de víctima, la exesposa de
Nisman (solo en tanto madre de las hijas y no tanto por su condición de “ex”),
tendría un acercamiento privilegiado a la verdad de modo tal que si ella dice
que fue un asesinato, debe haber sido un asesinato. Frente a ello, recuerde
cómo terminó el ejemplo más brutal de este tipo de falacia, esto es, el del “casi”
ingeniero Blumberg que, de padre de un chico asesinado, pasó a ser un experto
en temas de seguridad por obra, quizás, de alguna extraña revelación
punitivista.
Y la segunda falacia, mucho más
conocida, y vinculada tanto con la de la santificación como con la del dolor,
es la de autoridad. Este tipo de falacia es la contraria de la falacia ad hominem que habíamos visto al
principio pues si aquella suponía que todo lo que diga un hombre con
características o conductas execrables será falso, la de autoridad afirma que
todo lo que provenga de un hombre con características o conductas virtuosas
será verdadero. Y resulta claro que esto no es necesariamente así pues aun el
hombre más bueno del mundo puede mentir o equivocarse incluso cuando hasta hoy
nunca hubiera mentido ni se hubiera equivocado. Aplicado al caso, aun cuando se
probara que Nisman hubiera tenido una vida ejemplar y un desempeño laboral
incuestionable, sería perfectamente posible que su denuncia careciera de fundamentos.
Probablemente, en algunos años,
algún profesor de Lógica brinde un curso sobre falacias informales en el
discurso de los medios de comunicación a partir del caso paradigmático de un
fiscal obsesionado por su imagen que, para su suerte, será más recordado por sus
fotos indiscretas que por haber sido parte, voluntaria o involuntariamente, de
un intento de desestabilización impulsado por una denuncia inconsistente.