domingo, 21 de diciembre de 2014

Desafíos de la democracia (I): Isonomía

Que se cumpla un nuevo aniversario de la democracia en Argentina es siempre un motivo de festejo y de alegría que no puede empañarse por el listado objetivo de aquellas cosas que faltan. Simplemente hay que celebrar porque llevamos la continuidad democrática más larga de nuestra breve historia como país y porque hemos resuelto institucionalmente momentos enormemente difíciles. Pues si bien nadie puede aseverar la verdad o la falsedad de enunciados contrafácticos (aquellos que dicen “Si hubiera pasado esto, entonces….”), crisis como la de 1989, 2001 e incluso, yo agregaría, la del conflicto con las patronales del campo en 2008, probablemente, en otro contexto, hubieran terminado en la imposición de regímenes autoritarios. Entonces si bien podría decirse que esto es parte de un nuevo escenario regional y mundial en el que ya no hay lugar para fracturas institucionales como las que hemos vivido a lo largo del siglo XX, lo cierto es que la Argentina ha superado situaciones límite.
A su vez, si hacemos un breve repaso de la historia reciente de nuestra democracia, pasaremos por la efervescencia de la primavera alfonsinista, años en los que la sociedad argentina se aferró al logro de volver a conquistar los derechos civiles y políticos. Claro que cuando aquel gobierno de Alfonsín intentó ir por más y, bajo el paradigma social demócrata, pretendió avanzar de la igualdad formal hacia algún esbozo de igualdad material, el Mercado “metió la cola” y estableció un dique de contención que preanunciaba la necesidad de terminar de estructurar un orden económico que había comenzado con la dictadura militar pero que lograría instalarse definitivamente en la década del 90, ya no a sangre y fuego, sino con un importante apoyo popular.
La consecuencia de ese proyecto neoliberal fue la crisis de 2001 y, hasta el día de hoy, a veces con impotencia, seguimos siendo testigos de la maquinaria económica pero, por sobre todo, también institucional, social y cultural que ese cuarto de siglo 1976-2001 ha establecido. Así es que comparando la actualidad con algunos de los índices de la década del 50 y del 60, podría decirse que Argentina ha retrocedido o no ha avanzado lo suficiente. Al fin de cuentas, en términos generales, nuestro país, a pesar del achicamiento enorme de la brecha entre ricos y pobres producido en la última década, sigue siendo profundamente desigual. Pero lo insólito es que algunos intelectuales pretendidamente de izquierda coinciden con voces reaccionarias en adjudicar estos índices de desigualdad a la democracia como si hubiese sido ella la causante de buena parte de las deudas que tenemos como colectivo social. Y eso es un error porque fue el sistema económico impuesto durante estos años lo que hizo de Argentina y la región un espacio de profunda desigualdad con millones de pobres y un puñado de ricos. Si bien la democracia no es solo un sistema de selección de representantes sino también un modelo cultural y social de convivencia, ha sido el sistema económico vigente, con y sin democracia, el que explica la historia reciente de la Argentina y el mundo.                    
Por supuesto, cabe aclarar que con esto no se quiere decir que se pueda separar la democracia de un determinado orden material. Creo, de hecho, que no puede ni debe hacerse ello. Pero en todo caso tendremos que hablar de en qué tipo de democracia vivimos y vinculada a qué orden material están las democracias occidentales.
Con todo, dejaré para otra ocasión este punto, y me centraré en lo estrictamente formal, incluso para problematizar algunas de las aseveraciones hechas anteriormente. Puntualmente, pregunto: ¿qué le falta a nuestra democracia para ser una democracia plena, incluso en este formato de democracia liberal que paradójicamente se encuentra más preocupada por las minorías que por las mayorías?
Por lo pronto le falta cumplir con alguno de los que fueron los rasgos esenciales desde su origen. Por razones de espacio me restringiré, por ahora, a uno de ellos en particular: el principio de “isonomía”.
Para quien no está familiarizado con el término, isonomía significa “igualdad ante la ley” y fue una de las conquistas que cobró mayor esplendor allá por el siglo V AC en la Atenas de Pericles. Tal conquista fue producto de luchas, disputas y tradiciones que estudiosos de la antigüedad, como Werner Jaeger, ubican ya en el siglo VIII AC y que se fueron materializando en las sucesivas reformas del Estado llevadas adelante por Solón y Clístenes entre otros.
La cuestión era bastante sencilla: el derecho estaba en manos de la nobleza y la decisión justa era administrada discrecionalmente por la clase social beneficiada a través de la voz del sacerdote que resolvía según la tradición ante la ausencia de ley escrita. De modo tal que una de las principales exigencias de los ciudadanos libres que pujaban por una sociedad más igualitaria sin derechos especiales para una casta, fue, simplemente, que existiera un código escrito que sea público. La razón era que, de ese modo, las sentencias no podrían ser arbitrarias ya que el mismo código que identificaba la falta y determinaba la pena sería reconocido y valdría para todos por igual.
Sin idealizar una sociedad en la que existían humanos no ciudadanos y si bien siempre es difícil comparar, probablemente aquella Atenas del siglo V AC haya sido uno de los máximos exponentes de sociedad igualitaria en el ámbito formal, igualdad que, insistimos, se restringía a aquellos que gozaban del beneficio de ser ciudadanos. Pero ni aquella ni nuestras sociedades han logrado que, en la práctica, todos los ciudadanos sean tratados igual por la ley. Dicho de otra manera, la franja etaria y socioeconómica que inunda las cárceles y las dificultades de acceso a la justicia de los sectores más vulnerables muestra que, en los hechos, la justicia selecciona y es funcional a los intereses de una determinada clase social, algo que, como pocas veces, se está viendo en el modo cómplice en que un sector del poder judicial actúa en defensa de las corporaciones económicas. En este sentido, ¿de qué igualdad ante la ley hablamos cuando el poder económico se beneficia con cautelares o la prensa opositora, autoincriminando a los propios jueces, revela que muchos de ellos se reúnen para embestir contra un gobierno elegido por el pueblo? ¿Y de qué igualdad ante la ley hablamos si un juez de Estados Unidos es capaz de derribar el canje de deuda soberano de un país por capricho y connivencia con fondos especulativos? Esto demuestra que tanto en el ámbito del derecho interno como en el ámbito del derecho internacional, no hay isonomía y que, a pesar de existir leyes escritas, la discrecionalidad al servicio de los poderes fácticos sigue tan vigente como hace 2500 años. Por ello, cuando se hace historia y se encuentra que uno de los grandes avances de la antigüedad en materia de igualdad fue el de separar la ciudadanía (y por ende, la igualdad ante la ley) de la posesión de tierras y los bienes económicos, debe pensarse que, de manera mucho más sutil, el trato diferenciado por la pertenencia a una determinada clase social tiene hoy un sistema económico e institucional que ha delegado en el poder judicial la función de legitimarse. (Continuará)  

       

viernes, 12 de diciembre de 2014

Hay que ocultar al monstruo (publicado el 11/12/14 en Veintitrés)

El fenómeno de los comentaristas, o foristas, en internet es un tema digno de análisis y se ha transformado en una de las discusiones más interesantes acerca de la libertad de expresión en tiempos de convergencia tecnológica: ¿se debe dejar que cualquiera diga lo que quiera sobre un tema o persona, o debe haber restricciones? ¿Los comentarios de un forista son de índole privada o por estar allí expuestos son públicos? ¿Se deben prohibir las opiniones que se realizan desde el anonimato o con seudónimos? Hay diversas miradas al respecto pero lo cierto es que la mayoría de las páginas web de los medios periodísticos tradicionales vienen, de alguna manera, estableciendo algunos controles básicos frente a la generalmente irreproducible catarata de barbaridades que se vierten desde la impunidad de una computadora. Más específicamente,  existen moderadores que desaprueban determinados comentarios, pero a juzgar por lo que se sigue viendo no resulta claro el criterio de selección ni la idoneidad de quien realiza semejante tarea.
Lo cierto es que al menos de manera incipiente se comienza a discutir este fenómeno que es el emergente de una etapa de internet en la que se invita a los usuarios a ser activos gracias a una tecnología que lo permite y lo incentiva.  Asimismo, la participación de la audiencia o los lectores es algo que los medios tradicionales venían incentivando desde hace décadas con sus cartas de lectores o los llamados telefónicos a la radio y a la televisión de modo tal de poder  establecer un ida y vuelta fluido entre emisor y receptor.   
Ahora bien, cuando se hace un repaso de, por ejemplo, los comentarios que los usuarios realizan en la nota de un diario online, tenemos la tentación de realizar un tratado sociológico y psicológico del estado actual de la cultura y caemos en el error de interpretarlo como representativo de aquello en lo que nos hemos convertido como sociedad. Y en realidad, creo que lo que allí vemos habla más del medio en cuestión que de los usuarios. Lo digo de otra manera: está claro que un medio no puede responsabilizarse por lo que piensen o escriban sus lectores ¿pero hasta qué punto una buena parte de las opiniones de sus usuarios no está determinada por el medio que consumen? Insisto: no estoy diciendo que un diario online deba hacerse cargo de la opinión de todo energúmeno con un teclado cerca pero creo que una parte importante de las opiniones allí exteriorizadas por los comentaristas obedece al tipo de lector que ese medio ha ayudado a forjar. En este sentido el tema no es, digámoslo así, jurídico pues está claro que no le podemos adjudicar una responsabilidad al medio. Pero sí podemos hablar del tipo de cultura y el perfil de los opinadores que determinados medios han constituido.  
En este sentido, si bien se puede extender a otras publicaciones, por razones de espacio me restringiré a ejemplos emblemáticos del diario La Nación. Para ello he buscado, de memoria y sin afán de exhaustividad, noticias vinculadas a la salud de personas con participación política o emparentadas, de una u otra manera, con un pensamiento político opuesto al de la línea editorial del diario bajo la suposición de que más allá de las diferencias ideológicas ningún bien nacido desearía la muerte de un adversario político que defiende sus ideas democráticamente y menos aún el de alguno de sus familiares. Asimismo, quizás ingenuamente, he buscado algunos hechos que pudieran estar por encima de “la grieta”, ejemplos de esfuerzo individual y colectivo, de búsqueda de justicia y final feliz que cualquier miembro de nuestra comunidad celebraría.    
Así es que, rastreando en los últimos meses, fui a parar a notas tales como aquella que refería a la muerte de Antonio Cafiero (“El último adiós a Antonio Cafiero en el Congreso”, 14/10/14); las de las internaciones de CFK y su hija (“Cristina Kirchner fue internada por un cuadro infeccioso”, 3/11/14, y “Florencia Kirchner fue internada en la Fundación Favaloro”, 8/12/14); y las de la recuperación del nieto de Estela de Carlotto y el nieto 116 (“Con el nieto de Estela de Carlotto, son 114 los nietos recuperados por las Abuelas de Plaza de Mayo”, 5/8/14, y “Abuelas de Plaza de Mayo encontró al nieto 116”, 4/12/14). Y curiosamente todas estas notas tenían algo en común pues en el lugar donde generalmente se accede a los comentarios aparecía la siguiente leyenda: “Debido a la sensibilidad del tema, los comentarios de esta nota permanecerán cerrados”.
La pregunta obvia es qué tipo de sensibilidad entraña la muerte de un dirigente peronista, la internación de una presidente y su hija, o la recuperación de la identidad de nietos apropiados por la dictadura. ¿Es una sensibilidad que puede irradiar odio y violencia? Evidentemente, en los lectores del diario, la respuesta sería afirmativa y la prueba de semejante horror es que conocedor del tenor de los comentarios que allí aparecerían, los editores tuvieron la delicadeza de censurarlos. Por supuesto no cargan las culpas sobre los lectores y su ideología sino que le adjudican la propiedad de “sensible” al hecho en cuestión. Así, lo que restringe la posibilidad de opinión de los lectores es una presunta naturaleza del hecho y no la decisión editorial del diario opositor que ha hecho del antiperonismo recalcitrante una bandera, que ha dicho y publicado sendas mentiras sobre la presidenta y su hija, y que lleva adelante tenazmente desde sus editoriales una campaña en favor del indulto a los genocidas basándose en la teoría de los dos demonios. Dicho de otra manera: siendo esa la ideología del diario, ¿cómo esperar otro tipo de comentarios? Digamos, entonces, que lo que sucede es casi la consecuencia natural de un lector medio que sigue la línea editorial de la Tribuna de Doctrina y que no se diferencia demasiado de la opinión de los periodistas que allí trabajan aunque con la siguiente salvedad: los profesionales que escriben el periódico tienen algo de pudor y se comprometen con la firma, algo que no sucede, generalmente, con los comentaristas.
A su vez, el cercenamiento de la opinión de aquellos que consumen el medio recuerda la particular decisión del canal Todo Noticias de no transmitir en vivo comentarios de caceroleros. La razón era que, en caso de hacerlo, corrían el riesgo de mostrar que buena parte de los que allí se manifestaban estaban en un estado de desborde forjado desde los propios medios de comunicación, por lo cual no ahorrarían epíteto, calificativo y acción violenta contra todo aquello que sea oficialista.
Es una enorme paradoja porque los medios que siempre se presentaron como espejos de la gente y de la realidad esta vez eligen tapar el espejo, ocultarlo. Han ayudado a constituir una monstruosidad que es escondida en la habitación de huéspedes como si no fuera de la familia pero paralela y sigilosamente le brindan, por debajo de la puerta y en buenas dosis, su único alimento: las noticias de cada día.         


             

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Presentaciones de Quinto poder en 2014

Amigas y amigos: quería agradecer a todos aquellos que participaron de las presentaciones de mi libro, Quinto poder. El Ocaso del periodismo. Desde agosto de 2014 han sido 19 presentaciones que incluyeron a la Ciudad de Buenos Aires, Provincia de Buenos Aires (Pergamino, Escobar, Berazategui, Chacabuco), Jujuy, Chaco, Entre Ríos, Corrientes y Mendoza. Espero en 2015 estar en todas aquellas provincias, ciudades y pueblos a los que por razones de calendario no he podido llegar aún. Besos y abrazos. Dante  

sábado, 6 de diciembre de 2014

Las instituciones y la Verdad (publicado el 4/12/14 en Veintitrés)

Más allá de vivir tiempos posmodernos no es fácil convivir con una profunda sensación de descreimiento hacia determinadas instituciones sociales. En el caso de la Argentina, por ejemplo, por muy buenas razones, se descree de los militares, de la dirigencia política, de la Iglesia, del sindicalismo, de la prensa y del poder judicial.
Respecto de los primeros, más allá de la renovación generacional, la huella que ha dejado en la memoria colectiva lo ocurrido en la última dictadura es enormemente difícil de borrar. En cuanto a la dirigencia política, más allá de la reivindicación del militante en los últimos años y la efervescencia de una disputa que atrajo a muchos jóvenes que se vieron identificados por determinados ideales, las siempre existentes decepciones y la ideología antipolítica que se sostiene en, al menos, una parte de la sociedad, supone todavía niveles altos de escepticismo respecto de la actividad política.
Por su parte, la jerarquía eclesiástica encerrada en su dogma y también comprometida con los años más oscuros del país, naturalmente perdió influencia y se fue alejando cada vez más de una sociedad que cambia vertiginosamente, en un proceso que se ha dado no solo en la Argentina y que la llegada del Papa Francisco intenta revertir.
El sindicalismo, en tanto, tiene una historia de traiciones y enriquecimientos vergonzantes que han opacado a aquellos representantes honestos. A su vez, junto a la Iglesia, es una de las instituciones que, salvo casos puntuales, es reacia a la renovación y a la democratización de sus estructuras, algo que no ha mejorado con el avance de las corrientes sindicales de extrema izquierda.
En cuanto a la prensa, la discusión que se dio en el marco de la sanción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, desnudó una realidad harto evidente: los periodistas no son neutrales ni independientes ni objetivos. Si bien no se trata de ninguna novedad, la incidencia que en las sociedades como las nuestras tiene la prensa desde que se conjugaron procesos como la globalización, la concentración y el avance de las nuevas tecnologías, se contrapone al sentimiento de una buena parte de la ciudadanía que entiende ya no se puede creer ingenuamente en todo aquello que proviene de un medio masivo de comunicación.
Por último, en lo que respecta al poder judicial, una vez más, no se descubre nada si se observa el modo en que, a lo largo de la historia argentina, ese poder del Estado resultó el reducto aristocratizante desde el cual se legitimaron las más aberrantes desigualdades.
Ahora bien, esta desconfianza en las instituciones es, en un sentido, preocupante, sin dudas, porque finalmente son constitutivas de la comunidad en la que vivimos. Sin embargo, puede que sea una oportunidad, no para una salida “a lo 2001”, en el sentido de abogar por una mezcla de individualismo virtuoso-mesiánico y trueques románticos, sino para comprender mejor que en el entramado de nuestras instituciones no hay acuerdos ni consensos entre iguales sino poder.
Y si queremos referirnos al poder, debemos referirnos a la Verdad como aquella primera imposición que realiza el poder pues se trata de la distinción fundante que divide a la sociedad entre aquellos capaces de un decir verdadero y aquellos condenados a una vida subordinada atravesada por la falsedad y el deber de obediencia.
En este sentido, bien cabe recordar uno de los cursos que diera el filósofo francés Michel Foucault en el College de France en el año 78 y 79 y que oportunamente citáramos en esta columna. Se trata de aquel publicado bajo el nombre de El nacimiento de la biopolítica. Allí Foucault habla del modo en que el Mercado se transformó en un tribunal del buen gobierno, un tribunal de Verdad. En otras palabras, la tan ostensible muestra del modo en que la economía ha subordinado a la política, Foucault la explica en los términos de un Mercado que pasó de ser un espacio de jurisdicción a un espacio de veridicción. Esto significa que el Mercado dejó de ser un lugar donde se transaban mercancías hasta alcanzar el precio justo para convertirse en una institución “dadora de verdad” y tribunal de las acciones de los gobiernos. Parece abstracto pero se lo ve todo el tiempo: un gobierno es malo o bueno según cómo reaccionan los mercados, cómo lo ve el sistema financiero internacional o cómo lo evalúan las calificadoras de riesgo, etc. Ellos son el lugar desde el cual emerge la Verdad de nuestro tiempo.    
 Creo que esto puede ser útil para relacionar con lo que veníamos desarrollando porque a lo que estamos asistiendo es a la puesta en tela de juicio de un conjunto de instituciones que se erigían como espacios de Verdad, lugares desde los que se juzgaba el accionar de un gobierno independientemente de la visión que el pueblo tuviera sobre el mismo.    
Probablemente sea adecuado hacer un análisis diferenciado e histórico que dé cuenta de la evolución de estas instituciones pero hoy no parece sensato separarlas de un determinado sistema económico para el que cumplen funciones específicas. Así, si nos restringimos a aquellas instituciones que más se han puesto en tela de juicio en los últimos años, encontraremos a la corporación periodística constituyendo sentido común hegemónico para naturalizar lo que no es más que el producto histórico de una ideología y un sistema económico, y a la corporación judicial defendiendo, desde las leyes, los privilegios y la desigualdad inherente al sistema.
Sin dudas esto se ha dado en un contexto en el que hay un gobierno que decidió avanzar contra determinadas corporaciones y que lo ha hecho a veces mejor y a veces peor, a veces robustamente y a veces con flancos, por momentos con convicciones y por momentos con más pragmatismo. De aquí que muchos lo acusen de haber montado una operación de desprestigio de tales instituciones. No creo que haya sido así. En todo caso, la confrontación del gobierno con esas corporaciones lo que hizo fue ponerlas en evidencia lo cual claro está, no significa que la dirigencia política esté formada por un coro de ángeles.
Entiendo que puede ser frustrante darse cuenta que no se puede confiar en el periodismo o en el poder judicial. Pero eso no debe llevarnos ni a la desesperación ni al cinismo. En todo caso, simplemente es la muestra de que toda institución es el fruto de una disputa de poder y que, aun asumiendo ello, un país puede seguir adelante y, por sobre todo, puede transformase, no hacia un consenso idílico sino hacia una democracia donde ninguna institución ocupe el lugar privilegiado de erigirse como fuente desde la que emana la Verdad y desde la que se juzgan interesadamente políticas de gobiernos elegidos por la ciudadanía.          

viernes, 5 de diciembre de 2014

¿Cristina candidata? (publicada el 3/12/14 en Diario Registrado)

La conjunción entre una presidenta con alta imagen positiva y la ausencia de un candidato oficialista capaz de alcanzar un caudal electoral similar al de la primera mandataria plantea un escenario electoral en el que no resulta descabellada la posibilidad de una CFK compitiendo por un cargo. En este sentido, imposibilitada una nueva reelección, las alternativas parecen ser tres.
En primer lugar, CFK podría presentarse como candidata a diputada por el Parlamento del MERCOSUR, elección que por primera vez quedará en manos de la voluntad popular y que se efectuaría junto con la elección a Presidente de la República. Si bien dicho Parlamento tiene poca incidencia práctica las ventajas serían al menos dos: por un lado, confirmaría a CFK como una de las principales figuras en la construcción regional sin el desgaste que supone el día a día de la política vernácula; por otro lado, permitiría sumar una enorme cantidad de votos a la fórmula presidencial del Frente para la Victoria (y a la de cada uno de los gobernadores que no desdoblen las elecciones) pues una parte de los parlamentarios de la región se elegiría por distrito único, lo cual significa que la boleta de Cristina estaría en las boletas del Frente para la Victoria en todo el país.
Una segunda opción es que CFK se presente como candidata a gobernadora de la Provincia de Buenos Aires. Por ser el distrito de mayor peso electoral, un triunfo de ella ahí traccionaría votos para la fórmula presidencial del Frente para la Victoria garantizándole un piso de un 20% solo por los votos obtenidos en ese distrito. El aspecto negativo sería el desgaste de otro cargo ejecutivo al frente de una provincia que, por PBI, extensión y población, es similar a un país.
Por último, la tercera opción sería que CFK se presentara como primera candidata en la lista de diputados nacionales por la Provincia de Buenos Aires. Aquí el efecto tracción de votos favorecería no sólo a la fórmula presidencial sino también al candidato a gobernador por el Frente para la Victoria además de garantizar un importante número de diputados en la Cámara. Asimismo, siendo primera mayoría, CFK podría llegar a ser presidenta de la Cámara de Diputados, lugar de gran relevancia política e institucional. Como contrapartida estaría el desgaste de la función y un interrogante acerca de si políticamente sirve pasar de ser la presidenta a ser una diputada entre 257. Con todo, a juzgar por el antecedente del propio Kirchner, quien luego de ser presidente se transformó en diputado, esto no parecería ser un inconveniente.      
Si finalmente Cristina será candidata o seguirá conduciendo el espacio del Frente para la Victoria por fuera de un cargo formal, es una decisión que tomará ella misma y que, sin dudas, cambiará el escenario político.