Ya sabemos que
las redes sociales han modificado el modo en que se hace periodismo en la
Argentina y en el mundo. Lo más visible en este escenario es que la línea entre
el periodista profesional y el periodista amateur cada vez se desdibuja más. La
razón es bastante atendible: hay quienes desde las redes actúan
sistemáticamente y con idoneidad sin ser parte de ninguna megaestructura de
medios y hay profesionales muy poco rigurosos en cuanto al manejo de las
fuentes y al modo en que comunican.
Asimismo, los
protagonistas ya no necesitan del periodista para comunicar pues lo pueden
hacer solos a través de una red social en la que tienen miles o millones de
seguidores. De este modo comunican lo que quieren, en el momento que quieren y
cómo quieren.
Así es que
ante el cierto riesgo de perecer en manos de las innovaciones tecnológicas, los
medios tradicionales tuvieron que adecuarse a los nuevos formatos, acelerarse y
dinamizarse porque hoy el negocio está en la velocidad con la que circulan los
signos. En el caso de los medios gráficos, la adecuación a los nuevos formatos permite
una mayor llegada pero tiene como costo el sacrificar el tiempo de la reflexión,
de las notas y de las investigaciones extensas que necesitaban un tiempo de
concentración y lectura. Los diarios, más que algunas revistas, se diseñan para
consumidores que cada vez desean leer menos para estar informados y a la misma
lógica responden los consumidores de zócalos en TV y de los resúmenes
informativos que las radios repiten cada media hora. En sociedades donde el
analfabetismo está erradicado, los medios se dirigen cada vez más a
“hipolectores”.
A su vez, el
avance de una economización de la cantidad de palabras se complementa con el
abuso del recorte fotográfico bajo la presunción de que las imágenes son
incontrovertibles y no están sujetas a interpretación. Se trata de solucionarle
las cosas al hipolector y de hacerle creer que la realidad está sintetizada en
el espectáculo de esa imagen.
Por razones
etarias, hoy en día conviven los periodistas más jóvenes criados en y con la
web, con aquellos periodistas más clásicos que reivindican algunos de los
aspectos positivos del oficio en la era analógica. Si bien muchos de los
periodistas que peinan canas se han aggiornado y en algunos casos son activos
usuarios de redes, es natural que las nuevas camadas desplacen en poco tiempo a
aquellos. Será la era de los postperiodistas.
Pero a no
confundirse, el postperiodismo no es simplemente un recambio generacional con
algunos relicarios. No se trata simplemente de saber mandar un twitt o tener
una página de Facebook. El postperiodismo trae consigo toda una cosmovisión que
en buena parte replica los presupuestos del periodismo hegemónico tradicional
pero los acomoda a los tiempos que corren.
Y dado que los
principios de este postperiodismo ya se están instalando en la opinión pública
quisiera problematizar algunos.
Entre ellos,
quizás uno de los más preocupantes, es el que considera que lo que sucede en
las redes es representativo de la realidad. Es decir, se supone que la opinión
de los usuarios a través de ese medio es un termómetro social, un ágora
permanente que gracias a la virtualidad habría resuelto el problema físico de
reunir a todos los ciudadanos en una asamblea constante. Nada se dice de
quiénes son los que pueden ingresar a esas redes, qué edades, qué perfiles, qué
clases sociales, cuántos son verdaderamente activos, qué se consume y cómo se
accede. De este modo, los postperiodistas reemplazaron el ejercicio de elevar a
norma general la particularidad de un “en la calle dicen que” por el “las redes
dicen que”.
Más allá de
que siempre se sospechó de los hábitos callejeros de los que reciben tantos
mensajes de “la gente en la calle”, que sean las redes sociales las
representativas de la opinión pública les hace creer a estos periodistas que se
puede conocer lo que sucede en el mundo desde el living de la casa y a través
de su computadora. No estoy diciendo que solo la experiencia mano a mano sea
insumo para el conocimiento. No, no lo creo. Si lo creyese no me dedicaría a la
filosofía pues de ella aprendí que se puede conocer sin experimentar. Lo que
estoy diciendo, simplemente, es que la realidad, aquello de lo cual se ocupa el
periodista, no puede conocerse a través de la computadora.
Pero, claro
está, estos postperiodistas son, también, claro síntoma de un tipo de sociedad
para la cual el espacio público es hostil y es pensando como aquel ámbito donde
estamos expuestos a la inseguridad; sociedad que teme el contacto con el otro y
extrema la profilaxis cada vez que lo hace pues el otro es siempre un peligro
en potencia al que siempre es mejor mantenerlo físicamente lejos. Es exactamente
la misma sociedad que paralelamente a que se aferra a la seguridad de su
propiedad privada y mientras achica el ámbito de las relaciones interpersonales
cara a cara, multiplica amistades virtuales que, a su vez, reproducen en las
redes la agenda que los medios tradicionales han establecido desde la mañana
temprano gracias a la tapa de los diarios. Y allí se cierra el círculo: el
periodista que cree que encuentra la realidad en una red no hace más que
reproducir la agenda de los medios tradicionales que la red amplifica. Lo mismo
que sucedió siempre, claro está, pero con un agravante: el periodista y los
usuarios se creen parte de la comunidad de la información porque interactúan,
suben un video, le mandan un mensaje directo a su ídolo y opinan en cuanto foro
exista. Reciben aprobaciones y desaprobaciones mientras los medios
tradicionales lo invitan a hacer “periodismo ciudadano”, es decir, acercarle al
medio datos o imágenes sin que éste deba enviar móviles o corresponsales. Todo,
claro está, de manera gratuita y con una enorme curiosidad: antes la audiencia
se consideraba pasiva ante la imposición de agenda. Ahora le siguen imponiendo
la agenda pero, insólitamente, se cree que disputa el espacio, es libre y tiene
espíritu crítico. Mientras tanto, los argentinos más seguidos en Twitter son
actores, actrices, vedettes, cantantes y jugadores de fútbol. Es decir, hombres
y mujeres que constantemente aparecen en medios tradicionales. Asimismo, lo más
nombrado del momento suele ser lo que está pasando en la tele o una noticia que
ha ganado los principales espacios en las ediciones on line de los
diarios.
Así es el mundo del
postperiodismo: rápido, cómodo y fácilmente inteligible. Sin embargo, si usted
llegó hasta el final de la nota quiere decir que ha podido concentrarse y leer
dos carillas. Quizás no todo esté perdido todavía.