Quienes
repiten el mantra de una “Argentina aislada del mundo” suelen aducir, como
comprobante, el hecho de las dificultades que el país tiene para conseguir
financiamiento externo a tasas no usurarias. Esto es sin dudas así pero esconde
una pequeña trampa: la suposición de que hay un solo mundo. Igualmente, no
quiero que se asuste, no vengo a imprimirle a esta columna un giro hacia el
kirchnerismo galáctico o a proponer un plan de negocios con un planeta vecino:
se trata simplemente de advertir que detrás de la idea de “el” mundo nos pueden
estar ocultando algo. Porque, en realidad, a lo que se están refiriendo es al “mundo
financiero”, el de los capitales especulativos, el de los organismos de crédito
cuyos préstamos tienen la única finalidad de transformarnos en rehenes de
nuevos préstamos para refinanciar los anteriores. De ese mundo, efectivamente,
tras el default, Argentina está aislada, en parte por no haber podido pagar en
2001 pero, en gran medida, por la decisión política de no volver a entrar en
ese mundo.
Quienes hablan
de “el mundo” son pre-Zaratustrianos, son “últimos hombres” en el sentido de
Nietzsche, esto es, no se han enterado que el Dios Fukuyama ha muerto; son los
profetas noventistas del neohegelianismo conservador que andan con el manual
del fin de la historia debajo del brazo mientras la historia y las historias no
dejan de pasarles una y otra vez por delante de las narices. Porque el fin de
la bipolaridad tras la caída del muro de Berlín no derivó en unipolaridad sino
en multipolaridad. Esto se ve en todo orden: en lo cultural, en lo comercial y
en lo militar. Las grandes potencias siguen siéndolo pero atraviesan una lenta
decadencia y deben compartir el espacio con actores emergentes que ponen en
tela de juicio el ordenamiento mundial. Los BRICS son el ejemplo más cercano y
la creación de un Banco de Desarrollo es la respuesta explícita a la negativa
de las potencias tradicionales de abrir el juego en las instituciones
internacionales que surgieron con fuerza después de la segunda guerra mundial y
en la que siguen manteniendo el poder de veto.
Lo que vemos,
entonces, es que lejos de haber un solo mundo, lo que hay son varios mundos,
varias historias y temporalidades que pueden cruzarse pero se desarrollan por
carriles distintos y al mismo tiempo como planteaba Borges en “El jardín de los
senderos que se bifurcan”. Esas historias paralelas se expresan de muchos modos
pero uno de esos modos es la formación de bloques regionales que permiten fortalecer
a los países miembros de una manera que nunca conseguirían en solitario.
Es el caso de
lo que sucede en Latinoamérica y que tuvo su punto de inflexión con el “No al
ALCA”. Esa decisión soberana fue determinante para explicar el crecimiento de
todos los países del sur del continente frente a un Estados Unidos que nos
hubiera exportado productos, condiciones y buena parte de su crisis.
Esta idea de
unión sudamericana está presente, obviamente, desde las guerras de la
independencia y son varios los estudiosos que prueban que la balcanización de
lo que habían sido los virreinatos en la región obedeció más a las necesidades
económicas de los nuevos imperios que a diferencias objetivas entre los
pueblos.
Y más cercanos
en el tiempo, quien hizo un fuerte énfasis en la unión sudamericana fue Juan
Domingo Perón, impulsando la idea de ABC que había creado el brasileño José
María da Silva Paranhos Junior, el Barón de Río Branco.
Argentina más
Brasil y Chile debían formar un bloque que permitiría a los 3 países tener un
panorama completamente distinto al tener acceso a ambos océanos. Esto
significaba que Perón ya había observado la importancia que tendría para la
Argentina mirar hacia el Pacífico y eventualmente buscar socios e intercambios
de todo tipo lejos de los países tradicionales, lejos de “el” mundo. De hecho,
el presente parece darle la razón a algo que Perón escribió el 20 de diciembre
de 1951 bajo el seudónimo de Descartes:
“América del
Sur, moderno continente latino, está y estará cada día más en peligro. Sin
embargo no ha pronunciado aún su palabra de orden para unirse. El ABC sucumbió abatido
por los trabajos subterráneos del imperialismo, empeñado en dividir e impedir
toda unión propiciada por los “nativos” de estos países “poco desarrollados”
que anhela gobernar y anexar, pero como factorías de “negros y mestizos””.
Incluso en
este mismo artículo, publicado en el diario Democracia,
y que llevaba como título “Confederaciones continentales”, Perón advertía sobre
los peligros y sobre las oportunidades que tendría la región. En cuanto a los
primeros, Perón decía: “a la tercera guerra mundial de predominio ha de suceder
una carrera anhelante de posesión territorial y reordenamiento productivo. De
ello se infiere que un grave peligro se
desplazará sobre los países de mayores reservas territoriales aptas”.
Efectivamente, hoy más que nunca, sabemos que la región sigue siendo el espacio
de una enorme cantidad de recursos naturales que subsisten a pesar del saqueo
de siglos.
Y en cuanto a
las oportunidades, el líder del justicialismo indicaba: “El mundo se encuentra
abocado a su problema de superpoblación. Su necesidad primaria es producir
comida ya insuficiente. La lucha del futuro será económica y, en primer
término, por esa producción. Ello indica que una parte sustancial del futuro
económico del mundo se desplazará hacia las zonas de las grandes reservas
territoriales aún libres de explotación”.
Sin dudas, el
crecimiento poblacional de China e India pero, por sobre todo, el desarrollo
económico de estos países, haciendo ingresar al mercado de consumo de la clase
media a cientos de millones de hombres y mujeres, permite augurar una demanda
sostenida de los productos de la región y de la Argentina en particular.
Asimismo, hallazgos como el de Vaca muerta, donde es posible extraer
combustibles no convencionales, ya están en la mira de capitales que, sin un
Estado fuerte que imponga las condiciones, no dudarían en realizar sus pingües
negocios a costa de todos nosotros.
Ahora bien, un
Estado puede ser fuerte pero en este contexto y en este momento del
capitalismo, sería más fuerte como parte de un bloque. De aquí que, una vez más,
sirvan las palabras de Perón que, en ese mismo artículo y algunas líneas más
adelante, decía: “Ninguna nación o grupo de naciones puede enfrentar la tarea
que el destino impone sin unidad económica (…). Ni Argentina ni Brasil ni Chile
aisladas pueden soñar con la unidad económica indispensable para enfrentar un
destino de grandeza. Unidos forman, sin embargo, la más formidable unidad, a
caballo de los dos océanos de la civilización moderna. Así podrían intentar
desde aquí la unidad latinoamericana con una base operativa polifásica con
inicial impulso indetenible. Desde esa base podría construirse hacia el norte
la Confederación Sudamericana, unificando en esa unión a todos los pueblos de
raíz latina. ¿Cómo? Sería lo de menos, si realmente estamos decididos a hacerlo
(…) Unidos seremos inconquistables; separados, indefendibles”.
Se trata de
pensar el mundo y los mundos, la historia y las historias. Y cuando lo hacemos
notamos que debemos ser capaces de pensar la unión y de tener la voluntad
política para darle existencia, algo a lo que debieran comprometerse todos los
candidatos que pretenden suceder la actual administración. A diferencia del
célebre Descartes, el “Descartes vernáculo” lo plantearía así: “Pienso
(sudamericanamente), luego existo”.