Va a ser muy
difícil este Mundial de Fútbol. No porque nuestra selección sea inferior a
otras sino porque vamos a tener que escuchar una y otra vez una incesante lista
de esclarecidos de esquina que, micrófono y pluma en mano, nos advertirán
acerca de la utilización política del fútbol. Por supuesto que rememorarán ejemplos
reales y repudiables como el del mundial 78 y la vergonzosa campaña mediática
que elaboró la dictadura militar para presentarse bien derecha y humana
mientras torturaba y asesinaba. También podrán ir más atrás y señalar cómo el
régimen de Mussolini, en 1934, entendía que en el Mundial que organizaban se
jugaba más que una aparentemente neutral gesta deportiva.
Pensándolo
bien, naturalmente, podrían referirse a cada uno de los mundiales y, en algunos
más, en algunos menos, encontrarían hechos
políticos propios de cada época. No podría ser de otro modo pues un fenómeno
popular y político sería absurdo que no reflejara las particularidades del
momento histórico. En este punto todos contribuyen pues los organizadores
encuentran en un episodio trascendente a nivel mundial la oportunidad de
mostrar al mundo elementos identitarios y constitutivos, oportunidad que se
presenta también a cada uno de los países participantes.
Ahora bien, el
hecho de que regímenes totalitarios se hayan aprovechado de este tipo de
eventos oficia de canal lineal para hilar todo tipo de silogismos hasta llegar
a una conclusión disparatada. La cadena sería más o menos la siguiente: dado
que el gobierno argentino promueve un Estado activo, es totalitario, y ya que
es totalitario y peronista, es demagogo, y puesto que es demagogo estableció
que los partidos se puedan ver de manera gratuita, y en tanto que esto lo hace
con la única finalidad de darle pan y circo al pueblo, hay un interés político
del gobierno detrás de esta selección de fútbol. Algunos incluso han llegado a
sugerir que el técnico de la selección se ha transformado en tal por haberse
reconocido militante de la JP en los años 70 y haber sido uno de los 11
millones de ciudadanos que votó a CFK en 2011. No conformes con esto, están
quienes han sugerido que Tévez no participa del plantel por un gesto que habría
hecho contra la hinchada de Racing, algo que el hijo de la presidenta no le
habría perdonado.
Dejando de
lado el relato antikirchnerista y volviendo a la historia, ya no del fútbol en
particular sino del deporte en general, podríamos remitirnos a los Juegos
Olímpicos. Desde que éstos se reestablecieron, en 1896, abundó la utilización
política siendo lo más recordado los Juegos de Berlín 1936, donde,
simbólicamente, el régimen nazi buscaba mostrar la superioridad física y mental
de los arios, algo que no sucedió, por ejemplo, en las 4 competencias en las
que el vencedor fue Jesse Owens, un estadounidense negro y pobre empleado en
una gasolinera.
También es muy
recordado el saludo de “Black Power” en el podio de los 200 metros llanos de
los afroamericanos estadounidenses Tommy Smith y John Carlos en México 1968 y
la lista en la que hechos políticos se hicieron presentes puede ser inagotable,
incluyendo boicots, faltazos y ausencia de invitaciones vinculadas al contexto
de la guerra fría, y vencedores y vencidos de las guerras mundiales. Asimismo,
el episodio más dramático se dio con el asesinato de 11 deportistas israelíes
en Münich en manos de un grupo terrorista palestino, algo que no produjo la
cancelación de la competencia.
Estos son los
ejemplos más conocidos pero, insisto, cada Mundial o Juego es en sí mismo un
hecho político. Lo fue siempre, incluso en los orígenes de los Juegos allá por
el 776 AC en Olimpia. Allí el deporte aparecía como una demostración agonal,
una confrontación entre las ciudades griegas cuya finalidad era múltiple:
mostrar unidad, generar lazos de confraternidad pero, a su vez, demostrar quién
era el poderoso en la competencia. De aquí que las Ciudades-Estado se
comprometieran directamente y que allí se jueguen toda una serie de valores
políticos pero también estéticos y morales. Piénsese por ejemplo en los entrenamientos
que se hacían en Atenas, en los gimnasios, desnudos, por el culto a lo corporal
que existía, y cómo buena parte de esa actividad estaba estrechamente vinculada
a las reflexiones filosóficas y a la relación con los discípulos a través de la
institución de la pederastía.
Pero el mundo
contemporáneo es testigo de un sentido común liberal que ha liberado al deporte
de su faceta política, algo que se ha agudizado con la profesionalización de
los deportistas en las últimas décadas. Tal profesionalización ha hecho de los
deportistas una “marca” completamente desvinculada de su pertenencia nacional
(algo harto evidente en el tenis por ejemplo). Así, hoy en día, que un
deportista esté o no en un equipo representativo del país obedece más a sus
sponsors que a la presión gubernamental y/o popular.
No por
casualidad, aunque suene paradójico, la exaltación nacionalista y el
chauvinismo ramplón provienen de las publicidades de empresas privadas. Son
ellas las que refieren al renacimiento de la identidad argentina, al necesario
involucramiento de todo el pueblo, a la imposición de que ninguna otra cosa más
importa, y a presentar al evento como una continuación de la guerra por otros
medios. Y todo eso por tomar una cerveza o por comprar un HD.
Luego, los mismos
referentes mediáticos que aceptan ese tipo de publicidades para sostener sus
productos periodísticos son los que preguntarán a los argentinos si nos estamos
volviendo locos o si somos tan estúpidos como para no darnos cuenta que en el
fondo todo es una estrategia gubernamental para tapar las cosas que importan,
esto es, el hijo del hermano de la suegra del yerno del socio de la ex de
Sucundrule que “complicaría mas a Boudou”.
Son los que
van a hablar de utilización política indebida de un simple fenómeno deportivo y
luego, en una posible derrota, editorializarán trazando comparaciones entre el
funcionamiento del seleccionado y la situación del país. Utilizarán las
palabras “radiografía”, “símbolo” y harán de un resultado futbolístico un
diagnóstico político. Dirán que el equipo estuvo desbalanceado y partido en dos
como el país, que los argentinos dependemos siempre de una única persona y eso
es lo que nos lleva al fracaso pues no hay salvadores, y mientras se refieren a
un Messi que la tira afuera quieren que pensemos en Cristina y en el peronismo;
y no conformes con eso agregarán que nos creemos los mejores del mundo, por
este gobierno soberbio, y al final nos vamos en cuartos de final como siempre.
Sí, todo eso van a decir. Y cuando Sabella cambie el esquema ante un partido
difícil, van a decir que improvisó, como improvisamos los argentinos. Ya lo han
hecho, y lo volverán a hacer. Son muy predecibles. Y son los mismos que
advierten que no hay que mezclar las cosas, que al fútbol hay que dejarlo en paz
para que no se le introduzca la grieta. Son aquellos que, con tono suave y
politizándolo todo, piden, a los gritos, no politizar.